Koutsodaimonas, el demonio griego de la emoción, me embarga hasta las lágrimas en estos momentos. El patrón ha depositado toda su confianza en mí para ocuparme de este, su espacio personal de comunicación con el gran público internacional. ¡Una tarea que sabré llevar adelante con todo mi corazón o juro no volver a tocar una gota de ouzo en mi vida!
Entiendo que el patrón tenía algunas reservas, pero creo que se deben a cierto temor (¡No se ofenda, patrón!) a que el relato de mis nutridas experiencias resulten más interesantes (¡Dicho sin falsa modestia, patrón!) que sus costumbristas reflexiones cotidianas (¡No se lo teme a mal, patrón!). Si está leyendo esto, patrón, quédese tranquilo. No debe temer una usurpación como la que sufrió el astuto Odiseo en su adorada Itaca, ya que esto no es propiamente mi proyecto de vida; no puedo estar quieto mucho tiempo ni vivir encerrado como un perro; lo mío es el aire libre, la libertad, el tacto de la piel de una muchacha junto al fuego mientras entono una vieja balada acompaÑado por mi bouzouki.
Pero no quiero aburrirlos con las historias de los injustificados celos del patrón; en esta primera oportunidad quiero hablarles de un grave tema que nos preocupa a todos, especialmente a los originarios de este hermoso país que me ha cobijado como una madre. Y tal vez aportar una solución definitiva, dada mi experiencia durante la hambruna de la aceituna allá en mi Paros natal.
Pero será en unos minutos: me llama el aire fresco de la noche, y la contemplación de las viejas y sabias estrellas mientras disfruto del tibio beso del ouzo. Sólo ténganle paciencia a este viejo e inquieto griego y esperen un ratito.
Publicado a las 10:37 p.m.
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