Modo conspiranoide.
El librepensador independiente debe hacer un enorme esfuerzo de discriminación para encontrar información objetiva; desde los medios de comunicación se nos bombardea con mensajes interesados. Detrás de cada artículo periodístico puede existir una multinacional bregando por una ley a su favor; detrás de cada programa televisivo, sea un documental sobre animales o un sketch picaresco en el que un taller mecánico recibe la visita de mujeres de grandes pechos, puede emanar el más abyecto mensaje subliminal, semioculto tras lo que parece una escenografía de aglomerado.
¡Por eso, desconfiemos de todo lo que nos dicen! ¡Tomemos por falso cada sílaba emitida por los referentes de opinión! ¡Es la única forma de mantenerse firme!
Pero entonces, ¿de dónde nutrirnos de información que nos sirva de ovillo de lana en este laberinto discursivo que es el siglo veintiuno? La respuesta tal vez se nos antoje asombrosa por lo obvia: de las vidrieras de las casas de cotillón. Sí, lo sé, es una perogullada.
Un poco de historia: Desde que el látex irrumpió en la industria occidental, ha contribuido en forma inconmensurable al progreso humano en todos los aspectos de la vida: la juguetería, la prevención de enfermedades de transmisión sexual, la protección interna de las tapitas de botella e incluso el vestuario fetichista. Pero pocos aspectos tan escasamente reconocidos como su contribución al editorialismo político.
Efectivamente, desde hace unos aÑos, las vidrieras de las casas de cotillón presentan, entre espantasuegras, papel picado y Pikachus para decorar tortas, diferentes máscaras de látex para utilizar en carnavales o fiestas de disfraces. Pero una feliz tendencia ha querido que las más exitosas sean precisamente las que representan a las figuras públicas del momento. Así, si queremos saber quién protagoniza el panorama político del país, no tenemos más que mirar qué cabeza se exhibe, cual si fuera una picota carnavalesca, desde las vidrieras de casas de cotillón.
¿El menemismo parece no encontrar oposición a sus políticas? Allí tenemos la máscara de Carlos Menem reinando autosatisfecha entre serpentinas y adornos navideÑos. ¿La troupe de Mauro Viale se convierte en estrella de la decadencia cultural del país? ¡Allí están, en la vidriera, mirando con ojos vacíos pero elocuentes, Samantha Farjat y Guillermo Coppola, esté último portando chuscamente su emblemático jarrón! ¿De la Rúa se gana el odio de la mitad de la población? El cotillonero incorpora su cabeza a lo alto de un peludo disfraz de gorila.
La vidriera de cotillón no puede mentir; no le está dado hacerlo. No cuenta con los elementos necesarios para manipular la verdad. Sofismas, racionalizaciones, paradojas, frases hechas, retruécanos, peticiones de principio, datos dudosos, miradas a cámara con segundas intenciones, risitas cínicas desautorizando por completo el parlamento del ministro entrevistado, preguntas retóricas y demás artillería de la polémica y el editorialismo no están a su disposición.
¡La vidriera de cotillón no puede utilizar palabras, esas mercenarias veleidosas, dispuestas a servir a quien sea! ¡Sólo puede seÑalarnos, con la avasallante bofetada de una imagen facial, quién está ahí acechando para sojuzgarnos! Sus argumentaciones son irrebatibles, porque son mínimas, despojadas, casi inexistentes. Es de ese mínimo de información de donde podemos hacer nuestra lectura política y sacar nuestras propias conclusiones. Esa total objetividad es más de lo que los Grondonas, Lanatas, Majuls, Hadades, Feinmanns y Longobardis pueden darnos.
Publicado a las 11:40 p.m.
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