La CUMBRE y la CONTRACUMBRE de las tareas hogareÑas:
LA CUMBRE: El tendido de ropa.
Si todas las tareas hogareÑas tuvieran el GLAMOUR del tendido de ropa la gente pagaría por dedicarse al servicio doméstico; el trabajo se realiza en una terraza, al aire libre, baÑado por el sol o acariciado por la brisa del atardecer; el material de trabajo es liviano, etéreo, pero con la sensualidad animal de las cosas levemente húmedas. Mientras tendemos esas sábanas que pueden contar mil historias (todas muy parecidas, claro), esas simpáticas medias, esa sugerente ropa interior, un embriagante aroma a jabón de lavar y acondicionador nos envuelve, transportándonos a lejanos patios de Oriente. Nuestras manos se refrescan y se aterciopelan al contacto de la humedad de las fibras, mientras algunos verdes ensolves sobrevivientes, como microscópicos duendecillos sin miembros, se entregan a los paganos juegos del amor junto a sus queridas granbys (que son hembritas) y llenan de risas apenas perceptibles pero contagiosas el aire de la tarde. La tecnología utilizada es mínima e inofensiva: broches para la ropa, basados en la noble palanca del primer tipo, confeccionados en amigable plástico o nobles maderas del Sur. Su manipulación casi automática nos permite dejar volar la mente mientras nos paseamos entre bosques de sábanas o lianas de pantymedias, y cuando colgamos el último calzoncillo contemplamos nuestra obra, un elenco de fantasmas amigables bailando la danza de la Inocencia, diciéndonos .vuelve pronto a buscarnos, Padre, cuando Febo y Eolo hayan terminado de acicalarnos, y sea el momento de ir a dormir a nuestros cajones o de cubrir tus vergü; hasta entonces yo y mis amigos jugaremos y reiremos y nos divertiremos como niÑos en el parque.. Entonces suspiramos y nos dejamos arrobar por la tibieza del momento, por la insuperable perfección de la Vida, y a regaÑadientes volvemos a nuestras tareas enfermas de prisa e hipocresía. Sí; tender la ropa es bueno.
LA CONTRACUMBRE: Lavar los platos.
Pocas cosas hay tan parecidas a meter la mano en un tacho lleno de compost o desperdicios orgánicos como lavar los platos; con la diferencia de que a la basura no le echamos agua para volverla más húmeda, para alimentarla de hongos y miasmas, para que su consistencia se asemeje artificialmente a la bilis o el vómito. Sin embargo, eso es lo que hacemos luego de finalizar la diaria ceremonia de la alimentación. Con las mismas manos con que acariciamos a un niÑo, escribimos brillante artículos sobre la Anticontracumbre o levantamos Catedrales en honor a Dios, creamos un efímero chiquero en la bacha de nuestra cocina. Nuestros dedos, esos dedos que dos horas antes amasaban una hamburguesa, y que en una hora develarán los secretos más sublimes del amor, ahora se sumergen en la inmundicia, se embadurnan de trozos de milanesa despedazados, en restos infames de condimentos avejentados y contaminados con conservantes cancerígenos. La tarea se vuelve interminable; siempre habrá una cucharita de café más que se cayó al piso, un vaso de vino que quedó de anteayer arriba del televisor y ahora aparece inoportunamente, un platito que no habíamos visto, y tenedores, ejércitos de tenedores, no sé por qué pero es así, aunque estés comiendo solo con tu alma siempre siguen aparecido tenedores, con su detestable morfología antianatómica, con sus inaccesibles espacios entre diente y diente donde permanecen varados los restos de las materias más indescifrables, tenedores eternos, tenedores interminables, tenedores de pesadilla, tendedores persistentes, tenedores, tenedores, tenedores. No. Lavar los platos no me gusta.
Entre estas dos cosas, claro, está la MEDIOCRUMBRE: Hacer la cama. O poner la mesa.
Publicado a las 12:32 p.m.
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