En cuanto se cruza la tranquera de .La Blanqueada., una opulenta estancia enclavada en el corazón de la Pcia. de Buenos Aires, a sólo unos cuantos kilómetros más, kilómetros menos de la Capital (y donde dicen que el mismo Juan Manuel de Rosas pasó una noche de incógnito, y que hoy es nada menos que un privilegiado lugar de descanso), uno ya se siente de vacaciones. A la sombra de una parra, mientras se contempla el amplio jardín que rodea la amplia vivienda de 22 habitaciones, Don Solano, gaucho de los de antes y omnipresente anfitrión de la escapada, nos recibe con un fuentón de choripanes de excelente calidad, las primeras exquisiteces que salen de la parrillada que se está preparando lentamente y que despide un aroma tentador.
Entre mate y mate, Don Solano nos cuenta un poco de la fascinante historia del lugar, donde, además de Rosas, también estuvieron de incógnito Lucio V. Mansilla, Don Justo José de Urquiza, el General Mitre, Julio Roca, Mariano Moreno, Matheu, Laprida, Sarratea, Rivadavia, Saavedra, el General San Martín, Belgrano, Artigas, un joven Juan Domingo Perón y hasta el General Chacabuco. .Como estaban de incógnito, esto no figura en ningún libro., nos comenta, mientras nos sirve otro amargo. Y nos carga. con esa cordialidad ruda del hombre de campo, cuando le comentamos que creíamos que Chacabuco había sido una batalla (.Allá en GüAires también creen que la vaca ya viene cortada en churrascos, ¿no?.).
La amena charla da paso a la excelente parrillada, compartida con el resto de los inquilinos: de entrada, una montaÑa de achuras crepitantes. Mollejas, chinchulines, riÑones y ubres de altísima factura. Luego, un desfile de asado con cuero, vacío, entraÑa, colita, pollo, cordero, lechón y otras exquisiteces. El acompaÑamiento: morcillas y bondiola de cerdo (.Acá no se usa comer ensalada, eso es muy de la ciudad., nos informa alegremente Don Solano, que se suma a la mesa y arrasa con sus porciones con la voracidad del hombre que se dedica a tareas nobles). El postre: tira de asado y chivito, lo que al comensal poco avezado le resulta levemente inquietante. Nos alegra el ofrecimiento de café de parte de Don Solano, que aceptamos inmediatamente, y este paisano de fierro cumple el pedido a su manera, trayéndonos dos bifes de chorizo bien jugosos.
Es momento de dormirse una buena siesta a la orilla de la amplia arboleda de media hectárea (.Antes cubría unas tres hectáreas., nos cuenta Don Solano, .pero lo tuvimos que usar un par de vueltas que nos olvidamos de comprar carbón. Aprovéchenlo mientras hay.); pero pronto Zoilo, un paisanito de paÑuelo al cuello y mirada algo vidriosa nos despierta .a la media hora- para que no nos perdamos la merienda, consistente en vacío, asado al asador, cordero, mollejas y bondiola. Y, citadinos impenitentes, nos sentimos algo desubicados (.Ustedes son unos desubicados., ríe Don Solano socarronamente) cuando preguntamos si nos pueden dar un poco de agua; pedido que en .La Blanqueada. se responde con una porción de entraÑa bien bien jugosa, que debemos exprimir en un vasito.
Pero no sólo disfrutar de una exquisita parrillada es lo que puede hacerse en este Paraíso; Don Solano, junto a Zoilo y otros gauchos de la estancia (que nos rodean para evitar que nos salgamos de la huella) organizan una cabalgata por la zona que no tiene desperdicio. Se ven alambrados y, del otro lado, campo. Soja, árboles. El regreso, sin embargo, se hace a pie, ya que al llegar a la mitad de nuestro recorrido estos gauchos de pura cepa organizan una parrillada espontáneamente, a donde van a parar nuestros caballos a falta de otra materia prima. Desafiando nuestro espíritu citadino, nos animamos a probar, luego de la insistencia imposible de resistir de Don Solano, que se muestra algo molesto y hasta violento ante nuestra negativa inicial.
Por fin, algo agotados luego de caminar las 40 leguas que nos separan de la estancia (Don Solano nos corrige con su insistencia habitual, para que no usemos la palabra .kilómetros.), nos dirigimos a disfrutar de la pileta olímpica de la estancia, pero llegamos tarde: cubierta de una hilera de fierros, se está utilizando para la preparación de la pantagruélica parrillada de la noche. Luego de sentarnos un ratito a su lado para tomar un poco de sol, decidimos alejarnos porque las brasas que tapizan el fondo de la pileta despiden un poco demasiado calor; pero no al bosque, del que como bien nos advertía Don Solano, ya no queda nada (se está utilizando para la pantagruélica parrillada de la noche).
En lugar de eso, acompaÑando de sendos vasos de jugo de entraÑa (con unas gotitas de vermouth que encontramos escondido en un viejo aparador) entablamos una amable charla con Martín Rivarola Bullrich, descendiente de una larga prosapia de estancieros que, víctima de sucesivas crisis económicas, debió vender la mayoría de las tierras para dedicarse al agroturismo. .Disfruto muchísimo de ofrecerle mi casa a la gente., dice Rivarola Bullrich, que luego de echar una mirada nerviosa a Don Solano, se corrige aceleradamente: .Nuestra, nuestra casa, nuestra casa, quise decir, porque para mí Don Solano y sus recios paisanos son como de la familia, me encanta cómo manejan la estancia, yo los considero casi co-propietarios, aunque (tose) el título está en mi propiedad. Y en un lugar seguro.. Don Solano sonríe con complicidad, y murmura algo así como .vamos a ver, vamos a ver..
Luego de la parrillada de la noche, que devoramos sin hambre pero con el entusiasmo de quien es custodiado por un pequeÑo ejército de gauchos muy susceptibles, llega la hora de irse a dormir, acompaÑado por el canto de los grillos y el aroma del rocío sobre los pocos lapachos que quedan en pie; pronto, el canto de los grillos es reemplazado por el crepitar de los chinchulines, las mollejas, los riÑoncitos y el asado al asador de la parrillada de medianoche que los gacuhos, fieles a las costumbres tradicionales, llaman .cena., diferenciándola de la .comida. de las nueve. Don Solano, facón en mano, nos invita a acompaÑarlos.
Pasar la noche en La Blanqueada es una experiencia de ensueÑo, aunque no tan tranquila como uno espera de una velada en el campo; las parrilladas un poco más frugales (sólo chinchulines, bife americano y vacío), a las tres, cuatro y a las seis de la maÑana respectivamente, salpican de calidez criolla un sueÑo irregular. No obstante, el despertar nos encuentra renovados, limpios del “stress” ciudadano. Una renovación en todo sentido: Casi una metamorfosis mental y física. Sentimos el pecho lleno de aire puro, y el aparato digestivo adaptado a un tipo diferente de alimentación, la alimentación de un Hombre Nuevo, un hombre con sentidos agudizados, agilidad felina y superación moral de la culpa judeo-cristiana, al tiempo que nuestro metabolismo parece haberse acelerado, sintiendo en cada poro, en cada nervio, en cada gota de sangre, un Hambre Sobrenatural, un deseo voraz de proteína animal. Suponemos que es el aire sano del campo.
Sin embargo, creemos también que algún ingrediente secreto ha de manejar la exquisita muÑeca de Don Rosendo, parrillero oficial de .La Blanqueada., que -a las siete de la maÑana- estamos ansiosos por probar las mollejas crepitantes, la entraÑa jugosa, el vacío irresistible que ya nos esperan en el salón desayunador; devoramos nuestras colaciones casi sin respirar y luego nos dirigimos hasta la parrilla pidiendo más, ante la complacida mirada de Don Solano, y cierta palidez temblorosa en la cara de Rivarola Bullrich, que sacude la cabeza mientras musita algo así como “Jesucristo, sálvanos”.
.Vengo acá desde hace siete aÑos., nos cuenta Juan Manuel, 37 aÑos, ocho infartos, visitante asiduo de la Blanqueada, casi un inquilino, al que primero confundimos con uno de los paisanos de Don Solano ya que porta el uniforme casi obligado de los paisanos, boina, paÑuelo y bombacha. .Te diría que es casi mi segundo hogar, porque a mi casa mucho no vuelvo; incluso a veces Don Solano me deja trabajar con ellos, yendo a la busca de vacas en estancias vecinas, o en la tala de los bosques de la zona a cambio de dejarme seguir participando de estas exquisitas parrilladas. A veces, incluso, me da otros .trabajitos especiales… Don Solano aparta risueÑamente a Juan Manuel, diciéndole que estamos comiendo una parrillada, no jarabe de pico, y luego nos explica que lamentablemente no puede seguir ofreciéndonos más carne. .No hay más., nos miente en la cara.
La Blanqueada, un lugar para relajarse a puro campo, y quedarse, luego de que Don Solano nos da nuestro equipo de boina, paÑuelo y bombacha, y a continuación proporcionarnos nuestras instrucciones del día a cambio de la promesa de una nueva porción de vacío.
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