jueves, 5 de junio de 2008

¡Mutotto: Vanguardia con Ruedas!


Escribe Chica Rockera

Periodista de Cosas Modernas

Sweetpoisondevilgirlkitty@gmail.com



Oh, my God. Despertarse luego de una noche loca de papirola y sexo desenfrenado junto al amante de sesenta años de tu madre no es un buen comienzo para escribir una reseña artística. Pero allí estaba vuestra heroína, Chica Rockera, mientras José María, mi amigo homosexual, me miraba con ojos de reproche. The fat bastard.



“You’ve been a naughty girl”, me dice, mientras me alcanza el vestidito negro con bordados de Tim Burton y tachas en forma de Hello Kitty, regalo de una amiga lesbiana que diseÑa para Kukutiuskoskuko. No le contesto. No estoy orgullosa de mí. Aún siento el mástil enhiesto del anciano en mis entraÑas. Y es un recuerdo menos amargo del que creí que me hubiera permitido en circunstancias análogas. Sonrío. José María hace un gesto. Yo río. él también. Luego lloro. él ríe. Yo le digo “Eh, qué te pasa”. él arquea las cejas. Yo vomito. él también. Shit. En algún lado, suena Radiohead.



Un taxi nos hace huir del patetismo de mi cuarto hasta La Gallerie, una vieja iglesia mormona construida en las instalaciones de un viejo frigorífico, actualmente convertida en megaespacio multimedia. Están todos. All of them. Está Charly. Está Fito. Está Dolores. Están Gustavo, Roberto, Juana y Enzo. Y está vuestra heroína, recuperándose con una dosis de 23 g. de Diazetropinololololol. Y me siento bien, aunque no quiero. Y eso me hace sentir mal. Maldigo las pastillas. Maldigo el alcohol. Maldigo todo. I curse them all. Fuck. Bitch. Río. José María también. Trago saliva. José María hace como un ruido conmo con flema. Yo también. Ambos lo hacemos. Simultáneamente. Suena Sergio Pángaro. Al mismo tiempo, suena Attaque 77. Nadie lo nota. La merluza corre entre el selecto público como la cálida brisa nocturna de invierno en Buenos Aires. Pero un operador de sonido será despedido esta noche. Asshole.



“Tenés un cacho de lechuga en el diente”, me dice Mutotto, con voz abotargada. Son of a bitch. Quisiera patearle la cabeza con mis borceguíes de caÑa alta y taco aguja con flecos en “blue Jean” y pendorchito del cierre en forma de Snoopy satánico, regalo de un amigo -homosexual- que trabaja de contador en Packkku Sardinnynnynnynny. Pero ocurre que Mutotto es el protagonista absoluto de la noche, el autor de los cuadros brutalistas con ruedas en blanco y negro que están en los livings de todos los ricachones de Sudamérica. Sé que debería preguntarle algo. Sé que estoy aquí para eso. Sé que me pagan para que escriba una nota sobre esta nueva tendencia y sobre la vida de Mutotto, que no ha dado entrevistas en toda su vida y ahora, casi sin querer, ha entablado una conversación conmigo (y la lechuga en mi diente le recuerda a un trauma de su infancia, porque me está contando espontáneamente detalles muy escabrosos).



En lugar de eso, le comento que se parece un poco a Fabián Gianola, y me voy a un costado a comentar con José María lo hortera del vestido que tiene la mujer del dueño de la galería. él me hace reir, con un comentario muy ingenioso. Ahora no me acuerdo qué era. Shit. Maldigo las pastillas. Maldigo mis “problemitas” de memoria. Pero sé que era algo muy ingenioso, algo sobre Munro. En fin. Shit. Maldigo las pastillas. Maldigo mis “problemitas” de memoria. Suena Portishead. O Los Helicópteros. Me cuesta diferenciarlos, No recuerdo bien. Shit. Maldigo las pastillas. Maldigo mis “problemitas” de memoria.



Y me cuestiono todo. Mi vida. Las pastillitas. La merluza. Jose María. El mástil enhiesto de Jorge, el amante de mi madre. Y todo me da vueltas vertiginosamente, como en la escena final de Confusión mental en el Patio Trasero de la casa de Ginger Loratadine, del neocelandés Michael K. Foster, que vi con José María aquella noche en que intenté volverlo heterosexual. Tristeza. Decepción. El recuerdo del gas pimienta con que se defendió. Una lágrima seca se me mete adentro del ojo. Guiño el ojo, para sacármela. Jose María me guiña el ojo. Con complicidad. Yo toso. él traga un cacho de flema. Con ruido. El ruido me pone de buen humor. Río. El Sonríe. Yo me río más fuerte, medio como Siliva Suller. Él no. Vomito, pero poquito. Me lo limpio con una servilleta. Nadie lo nota. La papirola hace estragos. Suena Radiohead.



Entonces la veo. Oh my God. Está sirviendo saladitos, pero la reconozco. Toca la guitarra en las estación ángel Gallardo, canta como la cantante de Vixens from Venus pero más desafinadito y es dueña de unos ojos color miel irresistibles: una Niña Perdida del País de Nunca Jamás con senos. Y entonces sé que lo que necesito es el abrazo cálido, sincero y tibio de una mujer. Y me acerco y le digo, sin vueltas, si quiere irse conmigo. Duda. Yo toso. Ella vomita un poquito. La limpio con la servilleta con la que me había limpiado yo, pero con la esquinita que todavía estaba limpita. Ella no duda más. Nos vamos tras las cortinas. La abrazo. Y ella me dice “pará, pará, ¿vos no ibas al Dorrego?”. Y me quedo mirándola. “Soy yo, Marafioti, me sentaba al lado de Zufriategui. ¿Te acordás? Una vez la de química te puso un ocho y te pusiste a llorar. Uuuh, ¿y te acordás en el viaje de egresados cuando le pusimos un chicle laxante en el Gin Tonic a Giardinelli, en Grissú? ¡Ja, ja, ja!”. Ríe. Yo vomito. Poquito. Trago un poco de flema. Aspiro una parte, con ruido. Ella también aspira un cacho de flema, debido a un curioso fenómeno de simpatía física. Jesus Christ.



El hechizo de Niña Perdida se ha roto. Mi alma, por esa noche, se hace pedazos. Y me voy, huyo, cubierta de lágrimas inexistentes, mientras me acomodo los zoquetitos escoceses con purpurina en forma de pitufo y un bordado en la parte de arriba con una guarda de fotitos carnet de Matrix, regalo de un amigo bisexual que trabaja de repositor en Carrefofofofourty. José María me gira “¿a dónde vas, Rocker Girl?”. No contesto. Pido un taxi. En la esquina, un Loco de la Ciudad se baja los pantalones y baila el charleston y grita “aguante el campo”. Y pienso en las imágenes de Mutotto. No sé cómo son sus cuadros. No los vi. Estaban muy lejos. Aparte soy daltónica. Bueno. Pero sí sé que todos somos habitantes tristes de un cuadro gigante con ruedas. Y que, seguramente, estamos colgados en el living de un ricachón. Y en casa, me tomo otros tres Diazetropinololololol y escribo esto. Espero que tenga algún sentido.


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