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Me manifiesto fervientemente en contra de la creación del avión más grande del mundo. Tengo tres razones:
UNO: Las ventajas de viajar en el avión más grande no me resultan muy convincentes, si es que existe alguna. ¡Estamos hablando de un avión, no de un elefante, diantre! No nos están tratando de vender el avión más rápido, más cómodo, más seguro, ni siquiera el avión más lindo. No; El más grande.
Francamente, es una característica que no busco en mis aviones. Es como si tuviéramos que bailar frenéticamente de alegría por la creación de la comida más recta, el robot más verde o la película porno más alfabética del mundo (bueno, esto último hasta sería interesante como curiosidad).
Entiendo, sin embargo, que los dueÑos del avión estén contentos, porque pueden rellenarlo con mayor cantidad de incautos desesperados por huir de sus asquerosamente aburridos lugares de origen (como por ejemplo, Toulouse). Pero los dueÑos de aviones, por definición, suelen ser muy poquitos; no veo por qué debemos participar de su alegría.
DOS: Creo que el título de la nota es bastante explícito. ¿Por qué seguir multiplicando los kilogramos que deben sostenerse en el aire, contrariando las leyes más elementales de la física?
El avión, de por sí, es una aberración. No está hecho para sostenerse en el aire, y sólo una combinación sobrenatural de azar y fenómenos climatológicos anormales impide que el 100 % de estos aparatos se estrellen cotidianamente. Hasta los imprudentes pasajeros que los abordan intuyen que están jugando con fuego; Por eso es que aplauden cada vez que se realiza un aterrizaje de rutina. Muy en el fondo, y tal vez no tanto, consideran que se ha realizado un milagro.
TRES: Como en los tiempos antiguos, una retrógrada fiebre de monumentalismo se ha apoderado de los líderes del diseÑo. Desde la idea de reconstruir el Coloso de Rodas a la reciente superación de las Torres Petronas (Recibida por su autor, el arquitecto César Pelli, con la canchera frase “me molesta que no lo hayan conseguido antes”. Sí, sí, te creemos, César), parece que estuviéramos viviendo un feroz retroceso a los tiempos donde el gigantismo y la hipertrofia eran el símbolo máximo del progreso.
Así, los modernos faraones mandan levantar inmensos edificios de oficinas para llenar con paletos jugando al Tetris en sus minutos libres y monstruosos mamotretos con alas que rebotarán entre corrientes de aire cálido como cóndores sobrealimentados.
¡Paremos la mano, compaÑeros! ¡Levantemos las banderas de la miniaturización, esa especialidad oriental que tiene más sentido en un Planeta donde cada vez hay menos espacio! ¡Lancemos una campaÑa por la creación del avión individual, en lo posible silencioso e invisible, pero invisible de verdad, no como el de la Mujer Maravilla que era como de vidrio y se le veían los bordes! ¡Bajemos con el hondazo de la indiferencia los humos de este avasallador dinosaurio alado creado por unos petulantes franceses en el tiempo extra que cualquier persona decente utiliza para darse una ducha (ya conocemos el temita este de la higiene de los franceses)!!!
Además, el tamaÑo no importa. Mi médico, mi urólogo y mi terapeuta siempre me dicen lo mismo.
Publicado a las 11:02 p.m.
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