miércoles, 7 de noviembre de 2012

¡El País Submarino Internationälzy: El Farmer’s Market Diabólico!


22 de octubre, Los Ángeles



Los Angeles debe contarse entre las cinco peores ciudades del planeta para estar delicado del estómago, cabeza a cabeza con esos países orientales donde se comen insectos y cabezas de pescado. Oleadas de aroma a tacos, enchiladas, burritos, comida india, hamburguesas, camarones fritos, salsa barbacoa y ajo sorprenden a cada paso al paciente, que no se decide entre degolver o irse por el inodoro.



El afectado, además, no se termina de recuperar nunca, ya que el gastronómico angelino es alegre y generoso. Nada de tartita de verdura, nada de porciones mezquinas o preparados insípidos. El angelino es como una idische mame que quiere que te pongas gordo y rozagante, y que te convence de que siempre hay lugar para rempujar un poquito más de guacamole o salsa o aderezo para ensalada. Si le pedís una hamburguesa, vendrá ésta acompañada por huevos revueltos con tocino y salchichas de pavo y papas al horno y cosas, toda clase de cosas rehogadas, fritas, doradas y marrones. La sustancia debe promediar los tres kilos por plato, condimentados, aderezados y marinados en la mezcla de especias mexicanas, tailandesas e indostaníes más letal. Por otro lado, no temo por mi silueta ya que gracias a mi precario estado de salud el kilo ingerido se traduce en un kilo y medio eliminado entre estertores y licuefacción: soy el sueño de una anoréxica.





Entiendo que habría disfrutado mucho de esta ciudad en la época en que me jactaba de tener un estómago de Hierro, pero esos tiempos han desaparecido definitivamente, y Los Angeles ha representado su golpe de gracia. Si puedo sobrevivir a mi viaje de negocios me daré por satisfecho; mientras tanto, además tengo que lidiar con el modus vivendi del angelino, que no concibe hacer nada sin comida de por medio, o antes o después. Kathlyn me cita a un almuerzo junto a algunos importantes realizadores interesados en el guión de “Yo contra el Mundo: El Movie” en The Grove, un paseo de compras donde el conchetaje angelino la pasa de lo lindo, que me recuerda a la ciudad de “Truman Show”: Mucho falso campanario de madera, mucho puestito de perfumes, pobres inexistentes.





De allí doblamos y nos introducimos en The Farmer’s Market, donde falsos granjeros locales simulan tener “puestitos” como los que uno puede encontrar en el mercado de Angelmo de Puerto Montt, o el Mercado del Puerto de Montevideo, pero sin olor a pescado podrido o vómito de borracho. En vez, mis sentidos son atacados -son las diez de la mañana- por la mezcla de aromas multi-étnicos descriptos más arriba, cosa que me pone contentísimo (ni siquiera tengo ánimos para preguntar en qué consiste la “Frozen Banana”). En cambio, me compro un frasco de ojos de muñeca auto-cerrables en un negocio de memorabilia, para un proyecto personal.





En un puesto muy monono de comida frita y con salsa picante y condimentada y milk shakes y alitas de pollo tex-mex nos reunimos con Ethan y Joel y Spike y Charlie. Tenía esperanzas de reunirme con Steven o James o George, porque para mí da para una trilogía o una tetralogía, como se estila ahora, pero puedo bajar mis pretensiones. Parece que George y Brad estarían bastante entusiasmados, lo mismo que Angelina, Scarlett y Javier. En cambio parece que Penélope, Bruce, Benicio, Bill, Julia y Roberto se hicieron medio los loquitos con el cachet, no sé qué se creen que son. La reunión bárbara, lanzo grandes risotadas al escuchar las picantes anécdotas del nuevo Hollywood que cuenta Ethan –de las cuales no entiendo ni una palabra, pero todos se ríen- y con grandes esfuerzos de mi parte logro no ir al baño a degolver ni una vez. En cambio, vuelvo a sudar frío cuando viene la pregunta fatídica: ¿De qué se trataría, a grandes rasgos, la idea del concepto de la “onda” del guión?



Tras vanos intentos de hablar de política, qué onda con Obama, Romney, para mí son todos lo mismo, son todos iguales, ladrones, ¡ladrones!, me veo obligado a medidas desesperadas, y suelto algo así como que concepto, concepto, lo que se dice concepto, no hay. (Balbuceo) pero, ojo, pero, ojo, porque (silencio) porque el argumento es sobre un bloguero (con la boca seca), un bloguero que quiere hacer una película con su blog, pero no se le ocurre nada, (se entusiasma), ¡no se le ocurre el guión! ¡Entendés! Y entonces la película cuenta la historia del bloguero que va a Hollywood y no se le ocurre el guión, y las cosas que le pasan, y después se ve (en la película) el guión que él trata de escribir, que es sobre un bloguero que no se le ocurre el guión (suda profusamente), y es como una película adentro de una película, y patatín y patatán, y todo muy “metalingüístico”.




Tres segundos de silencio y tanto Joel y Ethan, como Spike y Charlie e incuso la robótica Kathlyn se deshacen en elogios de entusiasmo. Comentan que es la mejor historia que han escuchado en su vida y ya mismo quieren una sinopsis escrita y que Anthony, Frances, Meryl y Keanu estarán interesadísimos y piden otra ronda de alitas jalapeñas al tequila con barbacoa y chipotle frito.





Suspiro aliviado y lleno de incredulidad. Hasta hace un momento, mi situación era catastrófica; Ahora, en un giro dramático de los acontcimientos, como en las grandes películas, estoy en mi mejor momento, todos me sonríen y soy la nueva promesa de los narradores de Hollywood e invito una ronda de margaritas, que abono con mi Corporate Card. Y segundos después, vuelvo a estar en el más tenebroso de los Infiernos, cuando Ethan menciona algo así como que “el único temita que habría que ver es que nosotros ya hicimos una película así”. “Sí, es cierto”, confirma Joel. “Era casi igual”. “Claro, claro”, dice Spike, “nosotros también, ¿no, Charlie?”. “Sí, era igual, prácticamente idéntica, más idéntica que la mierda”. “Claro, claro, nosotros ahora quiséramos hacer una película que no fuera igual a la que ya hicimos, de ser posible”. Balbuceo y tartamudeo algunas cosas que no recuerdo, tratando de explicar que seguramente ésta tendría alguna diferencia. Joel, con una sonrisa ya no llena de bonhomía, con algo de macabro, con dientes amarillentos y puntiagudos, susurra que “claro, por eso, habría que ver en qué sentido sería diferente. Habría que leer, en un guión escrito, con letritas y todo, qué es lo que hace que este guión idéntico al nuestro y al de tantos otros sea diferente, que no sea igual”. Prometo tener para mañana la sinopsis, el tratamiento y las primeras 80 páginas del guión.



El almuerzo continúa con toda la siniestra cordialidad de la que son capaces los norteamericanos. La sonrisa de Kathlyn no se mueve un milímetro, pero veo algo oscuro e inexpresivo en sus ojos sin patas de gallo. Me siento mal.


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