24 de octubre, Los Angeles
De no ser por la diarrea que me consume y la angustia que me corroe podría decir que muy lindo Los Angeles, muy lindo, mucha palmerita Los Angeles, mucho psíquico, mucho auto último modelo, lindo, lindo. Mucho ese color medio terracota, medio beige, medio amarronado clarito en las casas, mucho sol –pero mucho-, mucho taco, mucho burrito, mucho chipotle, mucho jalapeño. Lindo, lindo, mucho local de cosas excéntricas, mucha ropa de Balenciaga, Valentino, Jimmy Choo, Chemea. Mucha putona, mucho homeless disfrazado de personaje de película. Mucha esquina con parking para entrar en el minimarket o el local de burrito, taco, enchilada, chipotle, mucho neón, mucho “Girls Girls Girls”, mucho bar de stand-up donde se toman margaritas y hamburguesas con chipotle. Lindo, lindo, mucha mansión oculta tras enormes ligustrinas en las colinas de Beverly Hills y de Hollywood Hills, mucho Sunset Boulevard (la tercera avenida más larga del mundo y no, la primera no es Rivadavia, quetecrés), mucho Mulholland Drive, mucha doble mano, mucho shopping, mucho “mall”, mucho parking en el shopping y el “mall” (la mitad de mis transacciones comerciales y hasta diría sociales las realizo con esas máquinas que te suben y te bajan la barrera). Lindo Los Angeles.
El angelino se divide en dos: El Tipo 1 (“anglo-angelino”), eficiente, certero, ubicado, formal, cordial, de una cordialidad espantosa, rayana en la psicopatía, una cordialidad extrema que destruye por completo el concepto de cordialidad, con mujeres que ríen fuerte y saludan diciendo “Hiiiiiiiiiiiiii, how are youuuuuu”, y hombres delgados y de pelo corto, enfocados en cumplir con el programa por un lado; y el Tipo 2 (“mex-angelino”), que básicamente son los que laburan.
Es con este tipo de angelino que se entabla un tipo de relación ligeramente tortuosa; porque el Tipo 2, si bien hispanoparlante, se empeña en fingir que habla inglés. Esto obliga a su interlocutor, también hispanoparlante, a contestarle en el mismo infernal idioma, mas revelando su acento involuntariamente que uno es castellano de nacimiento. El “Mex-angelino”, al descubrir la marca del orillo de su nuevo amigo, baja la vista con una sonrisa condescendiente y continúa la charla en su perfecto inglés. Se produce a continuación una sofisticada comedia lingüística de enredos, en la que ambos personajes saben que el otro está mintiendo, pero en un acto de mutua complicidad continúan la farsa, llevándola a un límite insoportable. Es entonces cuando en determinado momento pregunto –como si necesitara saberlo- “Do you speak spanish?” y libero a ambos de nuestras máscaras, fomentándose un amistoso lazo nacido de la descontracturación, como dos cónyuges que un día se confiesan su completa falta de afecto y a partir de ese entonces pueden reiniciar su relación como buenos amigos, o más bien como compañeros de trabajo. O vecinos de consorcio.
Realizo esta observación mental mientras me dirijo junto a mi agente Kathlyn a un almuerzo de trabajo. Pasé la noche anterior, presa de un furor creativo sin precedentes, escribiendo sin parar la sinopsis, el tratamiento y el guión cinematográfico de “Yo contra el Mundo” (el Movie). El típico arranque artístico que sólo la gente que vive de su talento y creatividad conoce íntimamente. Sin embargo, cuando se lo muestro a Kathlyn, yo mismo me sorprendo de lo exiguo del material. Cuando lo terminé, cegado por la excitación y el cansancio, me había parecido un poco más jugoso, pero ahora percibo que no ocupa más de cuatro hojas. A una carilla. Y una de ellas ocupada por el título.
Kathlyn, sin embargo, no se inquieta, ni se enoja, ni se le mueve un músculo de la cara. Me lo devuelve con su cordial sonrisa y me explica –en lo que entiendo es una evaluación bastante certera- que “esto no es un guión”. “¿Ah, no?”, pregunto, tragando saliva. “No, no”, sonríe, y agrega aún más certeramente: “Da la impresión de que transcribiste un sueño que tuviste una vez”. Rememorando, me doy cuenta de que el brevísimo guión es profuso en la expresión “Ah, pará, porque antes el tipo venia, pero no era el tipo, y después iba y…” Le pregunto si eso es malo, y asiente, suavizando luego el juicio con su risilla característica.
Le pregunto si sabe si podré adelantar mi vuelo de regreso, pero me explica que no me preocupe, que ha contratado un equipo de guionistas profesionales para que me den una mano. Y a esa reunión es que nos dirigimos.
Entre sándwiches de pavo, humo de tabaco –la oficina de Scripts & Creativeness de la agencia de Kathlyn es uno de los 15 lugares donde se puede fumar en todo USA-, litros y litros de café, vitaminas, Viagra, Red Bull y las groserías y anécdotas del viejo Hollywood que comparte este grupo de excéntricos escritores forjados en el profesionalismo más salvaje (todos de más de 60 años, calvos y camisa a rayas con tiradores), el objetivo es terminar el guión, cueste lo que cueste, en una reunión intensiva de 9 horas y media. Es admirable la energía de estos hombres legendarios, cuya creatividad y buen humor no decae en toda la jornada -aunque supongo que las anfetaminas que reparte el mozo cada cuarenta minutos deben tener algo que ver. Yo aporto lo mío, básicamente algunas muletillas y unas fervientes aprobaciones de lo que proponen los tipos. Y les digo todo el tiempo “More coffe, boss?”.
Pocos minutos antes de que se cumpla el deadline, el guión está listo. En realidad hubiéramos terminado antes, pero un par de guionistas debieron ser internados con sendos infartos. Gajes del oficio. El guión es algo convencional, pero entretenido y lleno de giros inesperados y personajes inolvidables: Un bloguero en crisis de mediana edad, con cáncer de colon y al que están a punto de echar del New York Times (lo trasladamos a New York para que sea más vendible), vive la apasionante adrenalina de escribir su columna y lidiar con los 170.000 comentarios que recibe por día (me dijeron que los 14 habituales no era tan vendible), cuando un misterioso médico ilegal llamado el “Dr. Tranca” lo envuelve en una peligrosa aventura, donde conocerá a una bella muchacha macedonia llamada Kiriatos (después le explico que esto se debe a necesidades del guión, confío en que no se ofenda) y todo termina en una base espacial, en otra dimensión, luchando contra una raza infrahumana llamada “Los Pandolfis”. Hay unas cuantas explosiones y mucho Technicolor. El final se los reservo.
Kathlyn me pregunta qué me parece, y siendo sincero les digo que para ser la típica gilipollez de Hollywood me parece que va a ser un éxito, y que los felicito, que francamente les agradezco su trabajo y que casi casi que no sé para qué me necesitan si lo hicieron todo ustedes. Por algunas miradas que se cruzan y cejas que se levantan deduzco que mis palabras los han emocionado muchísimo, así que los invito a una noche de francachela –aunque me tomo el atrevimiento de hacerlo con la Corporate Card de Kathlyn: Primero, al Museo de Ripley, donde vemos la estatua del famoso “Faro Humano” y el retrato de Sinatra hecho con cubos de Rubik, y luego al L.A. Improv, donde disfrutamos de una serie de eficaces cómicos de stand-Up, cada uno con su estereotipo: El loser, el negro, el gay, el loquito y la chica. Especialmente gracioso resulta ser este tipo.
Pastillas de carbón mediante, empiezo a disfrutar de Los Angeles de verdad; Mañana, ya con el guión pasado a limpio, tenemos una entrevista con Steven, que ya anunció que el proyecto está en Pre-producción. Me siento en la cima del mundo, listo para experimentar el estrépito de la inexorable Caída.
miércoles, 21 de noviembre de 2012
¡El País Submarino Internationällzy: Radiografía del Angelino!
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