23 de octubre, Los Angeles
No soy de aquellos que gustan de mirar el mundo a través de un prisma de prejuicios y preconceptos (si se me perdona el arranque de aliteración); por eso es que antes de convertirme en juez, jurado y verdugo del pueblo de Los Angeles decidí dejar pasar un tiempo prudencial; pero a 48 hs. de encontrarme en la tierra de los Psiquicos y Depósitos de Cosas, creo que estoy en condiciones de viviseccionar a esta pujante etnia con el certero y omnisciente escalpelo de mi mirada.
Puedo decir entonces que es el angelino un pueblo glotón, supersticioso, lúbrico y apegado a sus objetos personales. Además de la sobreabundancia de locales de comida mexicana (un promedio de cinco por cuadra), es llamativa la presencia de depósitos de muebles (entiendo que el angelino se compra un sofá nuevo y en lugar de venderlo, regalarlo o tirarlo, lo “guarda”, por las dudas) , de “psíquicos” que leen la buenaventura y de tiendas de ropa para mujerzuelas, así como inmensos cabarets con neones anunciando “Girls! Girls! Girls” que no están circunscriptos a una “zona de piringundines” como en Amsterdam o Buenos Aires, sino que bien pueden alzarse junto a un hotel internacional o un lujoso local de indumentaria de diseño. Con un poco de observación se puede decodificar el “ritmo de ramo comercial”, resumido en algo así como: Cabaret, burritos, psíquico, burritos, ropa para mujerzuelas, depósito, burritos, cabaret, psíquico, depósito, burritos; local de burritos más, local de burritos menos.
Pero lo que más caracteriza al angelino, su esencia, el “quid” que lo define, digamos, son los problemas con doblar. El angelino, por ejemplo, no te conoce la ochava. No hay ochava. La ochava es un elemento arquitectónico completamente ausente en las esquinas de Los Angeles (por no hablar de la mitad de la cuadra, lo que sería un prodigio).
Ignoro a qué se debe esto, si es que el angelino quiere compensar la pésima calidad durlock y aterracotada del 80 % de sus construcciones con mayor cantidad de espacio, robado a la potencial ochava, o que una concepción “practicista” del mundo material impide a los arquitectos de Los Angeles contemplar los beneficios de sacarle un “pedazo” a sus esquinas. Para el porteño o el latino, esto redunda en la sensación de estar envuelto por una ciudad drástica, impiadosa, de bordes emprolijados a guillotinazos. No son las esquinas de Los Angeles esquinas amigables, donde apalancarse a tomar una cerveza o conversar con los amigos o pedir una moneda, amigo, gato, máquina: hacerlo significaría tener un filo de noventa grados apuntándote a la columna vertebral (completamente desconsejado por la milenaria ciencia del Feng Shui).
Se agrega a esto el origen, real o ficticio, de la Ochava, que me relataba mi padre: La ochava se inventó para evitar que la gente se batiera a duelo. En tiempos en los que en Bs. As. la ochava no existía, los peatones chocaban violentamente en las esquinas, originando pequeñas pullas e insultos que invariablemente terminaban en duelos de pistola o faconazos. Si esto es cierto, puede colegirse que rebosa Los Angeles de una sub-cultura de duelistas, por lo que aconsejo a los poco duchos en el arte del florete a andar con cuidado, o exclusivamente en auto.
Sin embargo, no es menos hostil el doblaje desde el punto de vista de un Chevy Malibú. Me explica mi co-piloto Bernardo (al que no me puedo sacar de encima a pesar de que su tarea de conductor de limusina terminó hace dos días) que el angelino puede doblar con luz roja; de hecho, es escaso o inexistente la “luz de giro”; el sistema para doblar a la izquierda en una calle de doble mano cruzada por otra calle de doble mano (es decir, el 100 % de las calles angelinas) consiste en colocarse a la izquierda, adelantarse un poco mientras la luz está roja (mientras el doblador de enfrente hace lo mismo, provocando una incómoda sensación de “chicken run” inminente) y ¡doblar como un enajenado durante los pocos segundos en que la luz se pone amarilla! (Doblar a la derecha, por otro lado, puede hacerse con la luz contundentemente roja si no viene nadie; una abominación a la que no me acostumbro).
Todo esto se resume, digamos, en “problemas con doblar”. No es que no se pueda, pero te lo hacen difícil. O sea, se pueeede, se pueeede, pero siempre en forma violenta o melodramática, a riesgo de un choque frontal con un coche o transversal con un duelista.
¿Conclusiones? ¿Qué otra representa esto sino el secreto del éxito del pueblo angelino, es decir la región más rica y representativa del pueblo estadounidense, consistente en una mezcla de planeamiento, tozudez y necedad? ¿Acaso no triunfa el americano gracias a su habilidad para apegarse a un plan, craneado con varios lustros de anticipación (¡pensemos en los planes para el próximo decenio de la CIA que cada tanto circulan por Internet) y no apartarse un centímetro de él aunque los resultados a su alrededor se caigan a pedazos? ¿No es Norteamérica la Tierra Prometida del “Master Plan”? ¿No es una tarea ímproba intentar que el americano promedio acepte que su concepción del mundo pueda contener un mínimo error y/o contradicción?
No, no es afecto a la duda, la contradicción o la dialéctica el angelino. Si vas para allá, vas para allá aunque delante se abra la tierra; y si tenés que doblar, que sea a riesgo de tu vida y bajo las condiciones más estresantes e inhumanas. Sí, de cuando en cuando hay un choque frontal, pero el Sistema funciona: es este sistema el que le ha permitido invadir y conquistar países, armarse hasta los protones y subyugar culturalmente al resto de la Humanidad. Y si te funciona, no lo arreglás; ya bastante paja da arreglar algo cuando no te funciona.
viernes, 16 de noviembre de 2012
¡El País Submarino Internationällzy: Problemas con Doblar!
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