Si debiéramos enviar al espacio exterior una nave cargada con los más representativos tesoros culturales de nuestro planeta; o si decidiéramos preservar – previo sellado plástico hermético sobre bandejita de poliestireno – el conjunto de obras que describa en forma completa este momento de la Historia; si quisiéramos que las civilizaciones futuras sepan en qué consiste ser un hombre moderno de principios del siglo veintiuno, yo no prepararía ese discutible “grandes éxitos” que confeccionaron los ingenieros del Voyager.
Tampoco enterraría el Taj Majal, ni las Pirámides ni el British Museum, y menos aún embalsamaría a los Beatles que van quedando ni criogenaría a las Spice Girls.
No hace falta; el testimonio más completo de nuestra cultura, para bien o para mal, ya está compilado en los salones de fiestitas infantiles.
Allí conviven pacíficamente el ratón Mickey con Bugs Bunny (dos roedores que en su versión natural se destrozarían a dentelladas), el Hombre AraÑa y las Chicas Superpoderosas, los Power Rangers y Bart Simpson; una piÑata de Bob Esponja rellena de alimentos azucarados y artificiales, rodeados de la representación plástica de objetos de uso cotidiano: paraguas, pequeÑas planchas, aviones y barquitos.
Nuestros visitantes extraterrestres se sacarían una foto frente al castillito de Barbie, y pagando un pequeÑo plus se probarían las polvorientas indumentarias que encontrarían en un arcón de plástico, usadas actualmente para repartirse entre los invitaditos en lo más candente del ocasional evento: tiaras de princesa, caretas de Batman y delantales de cocina con una “S” en el centro que representan, con un gran esfuerzo de imaginación, el uniforme del Hombre de Acero (Por supuesto, los extraterrestres, debido a diferencias anatómicas, se los podrían mal; se pondrían la capa de Batman en la cabeza o algo así).
En el sector de Ciencias Naturales de este Santuario se exhibiría el cadáver del títere casero de la cabra depresiva de PiÑón Fijo y el apolillado disfraz de Barney el dinosaurio, que en la actualidad hace una entrada triunfal hacia la culminación de la fiesta.
Completarían el retrato de nuestra civilización otros aspectos de nuestra vida diaria: restos de papas fritas, de torta, migajas de telgopor, servilletas con la imagen de Winnie the Pooh, botellas de Coca Cola, más las grabaciones de la música más diversa: desde el “Feliz CumpleaÑos” a los temas de Panam, pasando por la irritante canción “Mayonesa”, un poco de bailanta y la que en este contexto sería la cúspide del arte terrícola: la colección completa de Gaby, Fofó y Miliki.
(Un aparte: Los historiadores que estudien esta obra en particular probablemente se sentirían desconcertados por el tema “Hola Don Pepito, hola Don José”. Luego de una introducción bastante auspiciosa, donde se describe a los protagonistas como “medio chiflados”, “casi divinos” o “disparataos”, y donde esperamos que empiecen a dar cabriolas por la calle o a golpearse con trozos de sandía, escuchamos la conversación más anodina que se pueda imaginar: Se saludan, se preguntan si pasaron por su casa, si uno vio a la abuela del otro.
Estoy convencido de que los historiadores alienígenas, luego de rascarse la cabeza con su tentáculo de plasma cuatridimensional, llegarían a la conclusión de que esta canción refleja la brutal represión social de la era franquista, donde se consideraba “disparatado” a una persona común y corriente, apenas sociable y con la sola excentricidad de preguntar varias veces lo mismo)
¡Preservemos estos resúmenes culturales! ¡Exijamos a nuestros gobernantes que los cubran de cemento armado para luego trasladarlos a una cámara hermética en el séptimo subsuelo del Pentágono, para que nuestros apocalípticos visitantes entiendan de un vistazo de qué madera estábamos hechos y nuestro paso por el Universo no sea un suspiro que se deshaga entre los dedos invisibles del viento solar!
Publicado a las 09:34 a.m.
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