“Yo contra el mundo” se enorgullece en presentar un nuevo servicio para amantes del séptimo arte y de la gastronomía: la crítica cinematográfica angurrienta.
El reciente filme “La Caída“, que narra los últimos días de Hitler, ha protagonizado una ardiente polémica por mostrar el costado humano de Hitler (entendiéndose como “humano” a un homúnculo histérico, gritón y paranoico, lo que da una idea de la visión de “humanidad” que tienen los polemistas de hoy en día), pero también puede describirse como uno de los filmes con menos comida de la historia de la cinematografía.
Prácticamente no hay comida hasta la mitad de la película y esto se resiente en el ojo del espectador; por supuesto, es cierto que la temática en sí – un montón de nazis encerrados en un búnker mientras afuera estallan bombas – no es la que más potencial tiene para un film con comida (todo es un bajón).
Sin embargo, los momentos de comida son interesantes, y la comida es escasa pero parece buena: Unos escones bastante doraditos durante el té que Eva Braun le ofrece a Albert Speer; un pan con mermelada casera que la secretaria de Hitler le sirve a los hijitos de Goebbels mientras Hitler se está suicidando (todos sabemos además la excelente mano germana para dulces caseros. Sin embargo, parece una mermelada de frutitas del bosque que a mí me dan alergia, así que no puedo decir que me haya tentado en particular. Creo que la comida en esa escena hubiera sido mejor si al pan le hubieran puesto manteca).
También es interesante la comida de la escena donde la secretaria de Hitler trata de escapar de de Berlín junto a un médico que se parece a Sebastián Wainraich: una especie de picadillo, comido directamente de una lata. Sé que mucha gente detesta este tipo de comida, pero yo siento cierta debilidad por patés, viandadas y corned beefs – y sus respectivas capitas blancas de grasa – que me traen hermosos recuerdos de los campamentos de mi juventud. Ocho puntos para esta escena.
La escena más interesante, sin embargo, es una en la que no me acuerdo qué pasa pero donde Hitler come unos ravioles con salsa.¡Qué ravioles! En esta escena es donde se pone de verdad a prueba el hambre del espectador, sobre todo si fue a la función de las nueve y no merendó nada. En el clímax de la escena uno ha olvidado todo el Horror circundante y sólo se puede pensar en salir corriendo a pedir ravioles.
Los ravioles plantean un interrogante, ya que sabemos que Hitler era vegetariano; descartado que sean de pollo y verdura, ¿es posible que sean de ricota?
La respuesta parece ser positiva – se ven bastante blanquitos en la pantalla -, pero esto nos lleva a la forzada conclusión de que Hitler no era vegetariano a secas sino ovo-lacto-vegetariano; sin embargo, en otra película de nazis (“Lo que queda del día“) hay un nazi inglés que rechazaba unos pancitos porque tenían manteca. Sería absurdo pensar que un nazi de los cuadros inferiores fuera más vegetariano que el mismo Hitler, ya que sería faltarle el respeto (en “La Caída” creo que se insinúa que a Hitler no se lo podía contradecir; no estoy muy seguro porque cada tanto me acordaba de los ravioles).
Sobreviene entonces una conclusión decepcionante: los ravioles eran de verdura, que mucho no me gustan. Ahí es donde la película falla.
En resumen: Viandada de entrada, ravioles de verdura de principal y de postre escones con mermelada de porquerías que dan alergia. Yo no sé vos, pero a mí me sirven eso y yo pido el libro de quejas. Dos Angurrios y medio.
Publicado a las 09:31 a.m.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario