martes, 24 de mayo de 2011

¡Oficios amados y odiados: Cumbre y Contracumbre!


LA CUMBRE: El Quinielero es, probablemente y según nuestras encuestas imaginarias el oficio que mayor Amor despierta en sus semejantes, seguido muy de cerca por el Barman y la Masajista. Es por cierto imposible enojarse con el quinielero. Para empezar, nadie nos obliga a contratar sus servicios, y su sola ubicación funcional de intermediario entre nosotros y cuantiosas fortunas lo transforma en una suerte de Papá Noel potencial, de Ratón Pérez humanoide, una especie de Lepricano cargando su olla de oro, un ser mágico, mítico, rodeado por un aura de fantasía y fortuna (colabora con ésta el “plus” mítico-religioso que condimenta toda actividad que tenga que ver con el azar, llevándonos a un Estado de Conciencia más allá de nuestra realidad cotidianoa). ¿Habéis entrado a una Agencia de Quiniela? ¿No habéis sentido que os transportáis a una dimensión donde no existen las facturas de la luz, ni tratamientos médicos, ni horarios ni inconvenientes domésticos? Todo es allí magia y actividad onírica, cálculos irracionales intentando encontrarle una lógica poética a nuestros pálpitos y secretas ilusiones de un Mañana Mejor. La Agencia de Quniela es a adultos y jubilados lo que el parque de diversiones a los niños (incluso algunos cuentan con atracciones de feria, como ruletas electrónicas u homúnculos mecánicos representando adivinas zíngaras, todos en función no de quitarnos dinero sino de ayudarnos a elegir un número). ¡Y con qué bonhomía y total desinterés nos desea suerte el Quinielero, a quien -con total sinceridad- le da lo mismo que gane quien gane, convirtiéndolo en el árbitro más imparcial que pueda hallarse! Es más probable encontrar algún ave negra inmersa en el alma de nuestros seres más queridos, deseando secretamente nuestra derrota, que en este Proveedor de Felicidad. Algunos ornan su Tienda de la Suerte con carteles y leyendas, versitos y refranes con los que festejan los números premiados adquiridos en su establecimiento -“Para festejar, a esta planta (el 59) la regamos con un buen Malbec”; “Este gato (el 05) trajo alegría y suerte, no como los otros, que te traen alegría pero la plata… ¡Te la saaacaaaan!”- con un esmero tal que pareciera que han sido ellos los ganadores. ¿Existe acaso otro oficio que –por cifras exiguas, 5, 10, 20 pesos- manifieste tanta alegría por la fortuna ajena?



LA CONTRACUMBRE: En el otro extremo está, como no podía ser de otro modo y a riesgo de caer en el cliché, el Telemarketer, superando por varias cabezas a otros odiados trabajadores como dentistas, porteros, policías de tránsito, colectiveros, abogados, asesinos a sueldo y empleados de Departamentos de Mora. El Telemarketer no sólo es odiado por sus amplias capacidades para el rompepelotismo y la inoportunidad, sino que es odiado con pasión y con consenso social; no es que sólo es odiado, la Sociedad tolera y hasta elogia y aplaude las manifestaciones de odio hacia el gremio. Es uno de los pocos oficios en que sus horrendas condiciones laborales no despiertan simpatía alguna, sino que son motivo de enojo; como si no sólo fuera intolerable la persecución a la que somos sometidos, sino también que esta se haga por una retribución miserable, como si esto mismo nos diera a pensar que han elegido ese oficio por vocación. ¿Y cómo no imaginar una pasión vocacional tras esa voz impertérrita que llama una y otra vez, que tolera teléfonos colgados en mitad de su discurso, rechazo, ruegos para no ser llamados, gritos, sarcasmos, insultos y maldiciones realizadas en todos los tonos de voz posibles, idiomas y estados de ánimo? ¿Cómo pensar que sólo el noble propósito de llevar dinero al hogar es motivación suficiente para llamarnos por séptima vez, sin aparente registro de nuestras súplicas (muchas veces emitidas entre lágrimas) para vendernos el servicio ese de la mierda de la poronga del choto del celular? Y sabemos, claro, que el Capitalismo es capaz de generar éste y monstruos peores, y somos conscientes de que el Telemarketer es, además de verdugo, tan víctima como nosotros y los tripulantes de los buques factoría. Sin embargo, todos estos razonables y solidarios argumentos olvidamos a la tercera llamada, y la voz de Rubén de Movistar al otro lado del teléfono nos semeja Shaitán, Lucífogo, Baal Zebud, Yog-Sothot, y clamamos a los cuatro vientos por su justo castigo seguido de tortura y muerte.



LA MEDIA-CUMBRE: Por fin, ¿Quién sino el Mozo es acreedor a figurar en este extraño estamento: el oficio que puede transfigurar -en un lapso menor a veinte minutos- el Odio más acérrimo en el Amor más pasional? Atrás le siguen la Tipa que Paga en la Oficina, el Plomero y el Médico; y es que el Hombre, ese desgraciado, ama y odia según son sus necesidades satisfechas y sus caprichos cumplidos, y la aparición del cheque, la reparación del caño y la provisión de la pastillita salvadora son amuletos mágicos que borran de un plumazo el sufrimiento que nos causaban contadores enfermos, cancelación de citas y cobayismo humano; y salidamos a estos –hasta hace un minuto- malvados canallas como si de Ángeles etéreos se tratase. Es, por cierto, en el Mozo donde esta mezquina elasticidad afectiva del humano hace su más grande aparición estelar, ya que el Mozo juega con el institno más básico de los seres vivientes: El Hambre. El Mozo torna ya en Némesis durante nuestros primeros escarceos, cuando intentamos hacerle percibir nuestra existencia, realidad a la que se resiste con fruición; y luego de hecho el pedido, es el representante encarnado del Hambre, no trayéndonos la comida durante un lapso que sentimos como días, semanas, meses, y cada aparición suya con rumbos inciertos –por lo general llevando manjares de oriente a un tipo “que llegó después que yo” (tal es la acusación que lanzamos en el cenit de nuestra desesperación)- acicatea tres o cuatro grados más nuestros jugos gástricos y salivación, y el humor se agria y los temas de conversación se agotan, y nuestros planes posteriores a la comida se desvanecen, y maldecimos e insultamos entre dientes y juramos no volver nunca y por fin, sorpresivamente, nuestro revuelto gramajo es depositado sin más; entonces echamos al camarero una sonrisa de oreja a oreja. Se convierte en nuestro Salvador y Guarda, más adorado que la piel tersa de nuestra amante, que la sonrisa de nuestros hijos, y automáticamente ha ganado una suculenta propina. Sí, es cierto, al final de la cena volvemos a malquistarnos con él por su lentitud en el proceso de la Cuenta; pero claro, tenemos el estómago lleno. No es lo mismo. Y lo que en primer lugar fue una Cruzada de Odio, ahora se asemeja más a la rencilla de un matrimonio viejo, una hinchazón de pelotas donde la consecuencia más feroz es algún resoplido.



Miren, contesté las preguntas esas de “Fierro”, a ver qué dije de interesante, a ver a ver a ver a ver a ver.


Post original

No hay comentarios.:

Publicar un comentario