martes, 10 de mayo de 2011

¡Exponen la Agenda Secreta de los colectiveros!


Aquel-que–era-Demasiado-Bueno-para-Ser-Cierto (el Amo de la Decepción): ¡Ja, ja, ja, ja, ja! Después de sacrificar una Virgen a Shub-Niggurath, la Cabra Negra de las Mil Crías, continúo mi recorrido y observo, a lo lejos, a un grupo de pasajeros esperándome con ansiedad suprema. Lanzo una carcajada llena de crueldad y –a pesar de estar subsidiado por el Estado Nacional- me decido a divertirme a costa de estos patéticos mortales; y mediante un conjuro especial y diabólico, acondiciono mi vehículo (el 39) para que se vea lo más confortable, moderno y eficiente posible. Si está lleno, expulso a los pasajeros sobrantes mediante una trampilla (o los mato), de modo que quede una miríada de asientos vacíos y disponibles. Acondiciono el motor para que emita un suave ronroneo, pongo música suave, rocío el colectivo con esencia de glicinas y recibo a cada uno de los pasajeros con una amable sonrisa. Los pobres desprevenidos se ubican, felices de tener asientos a su disposición y listos para pasar un viaje grato. Y entonces, en la segunda parada, aprieto un botón especial –que acciona un ingenio lleno de resortes, engranajes grasosos, alambres que chirrían y algo de polvo de hadas del Mal- y el colectivo se “rompe”. ¡Ja, ja, ja, ja! Estaciono con profesionalismo, los infelices se ven obligados a bajar y a tomar el colectivo anterior (conducido por un íncubo que he invocado especialmente para la ocasión, que expide un nauseabundo aroma a manteca rancia), un trozo de chatarra desvencijada y peligrosa, con trozos de chapa oxidada que se golperán entre sí y repleto de pasajeros sucios y de caras feas (en realidad, otros íncubos que fingen ser seres humanos feos). ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!



El-que-Amagaba-en-Combinación (el Maestro del Engaño): ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! Luego de provocar un derrame de petróleo en el acuífero guaraní, enciendo el motor de mi Máquina del Mal (el 80) y me regodeo en las iniquidades que cometeré hoy, incluso a pesar de estar subsidiado por el Estado Nacional. Mi compañero, un demonio necrófago especialmente aterrador que conduce la unidad que va apenitas adelante de mí, me guiña el ojo a través del retrovisor izquierdo y finje reducir la velocidad rumbo a la parada; su vehículo –horrible y lleno de chapas oxidadas- está repleto de gente (en realidad, íncubos de caras feas) cuyas partes, codos y nalgas sobresalen por cada resquicio de las ventanillas, mientras que el mío está prácticamente vacío. Los pobres mortales que esperan en la parada hacen una rápida evaluación, deciden que mi coche es más adecuado a sus fines (ser felices) y realizan señas a mi compañero para que siga de largo; y cuando éste toma velocidad y se pierde en el horizonte, ¡yo eludo la parada de un volantazo, alejándome de los esperanzados pasajeros, mientras echo una mirada que dice “apostaste… y perdiste”! ¡Y los dejo atrás gimotenado, mesándose los cabellos y cubriéndose de ceniza! ¡Y río, río, río, y mi risa envuelve el amanecer helando la sangre de quienes la escuchan! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja!



Aquel-que-Va-Para-Otro-Lado (el Zar de la Desorientación): ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! Luego de leer las obras completas de Alistair Crowley y memorizar diversos ritos satánicos, siento que ha llegado la hora de hacer el Mal: Y aprovechándome de esa absurda tradición que quiere que los colectivos tengan “ramales” (en lugar de seguir un mínimo de lógica y que haya un colectivo para ir a cada lugar distinto), coloco el cartel de uno de ellos bien visible, a la pesca de una presa débil e insignificante (y lo hago a pesar de estar subsidiado por el Estado nacional); cuando él o ellos suben a mi Carruaje de la Perdición (el 71), confiados en que llegarán al lugar previsto, sigo mi ruta y en determinado momento acciono un dispositivo especial ¡Y el cartel da un giro de 180 grados, presentando en su cara frontal el destino de LA OTRA RUTA! ¡Y cuando los infelices mortales extraviados –muchos de ellos tontos y con escaso sentido de la orientación- comprenden que están muy lejos de su intinerario habitual, gimotean, babean y protestan y yo les demuestro en forma aplastante –sin detener mi loca carrera hacia la dirección incorrecta, simbolizando a la Humanidad toda- que estoy respetando el destino convenido! ¡Y se bajan en mitad de la Panamericana o en Ranelagh o Monte Castro u otros lugares olvidados por la mano de Dios! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Jo, jo, jo! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!



La-Caravana-con-Cola-de Escorpión (El Emperador del Hacinamiento): Luego de tirarle de la cola a unos gatitos muy lindos, me reúno con varios de mis más queridos colegas (íncubos, súcubos, demonios necrófagos, gremlins, lepricanos, Ellos, orcos y Dioses Primordiales) en una negra carpa situada en Kadath, la ciudad del hielo fuera del Espacio y el Tiempo. Allí, un minuto equivale a tres horas en el mundo de los mortales, y nosotros permanecemos unas seis horas kadathianas -jugando al TEG. Cuando sospechamos que nuestras víctimas (usuarios de vehículos abandonados a su suerte en una parada de colectivo) están a punto de consumirse de impaciencia y furia, partimos en caravana sobre nuestras Moles de la Perversidad (el 168) y pronto lelgamos. ¡Y a través de un sofisticado y milenario de walkie-talkies nos comunicamos entre nosotros, riéndonos de los rostros de indignación de los pobres mortales al ver que llegamos todos juntos! Pero esto es sólo el comienzo de la diversión; de los seis vehículos que conforman la caravana, los cinco primeros están vacíos y expiden perfume de jazmines. Pero estos cinco, tal como acordamos entre ataque a Groenlandia y defensa de Sumatra, no se detendrán, a pesar de que los usuarios agitan sus brazos como aspas y uno o dos se arrojan bajo las ruedas, intentando detenerlos con sus propios cadáveres (pero las púas de hierro invisibles de estas unidades los despedazan y siguen de largo, y eso que están subsidiados por el Estado Nacional); sólo el Último, el mío, se detendrá gentilmente. Pero cinco segundos antes de hacerlo, ¡acciono una palanca y con ruido de engranajes, maderas y óxido, muñecos autómatas tamaño natural representado a otros pasajero surgirán desde todas las cavidades posibles, llenando completamente el colectivo y convirtiendo el viaje de los pasajeros reales en una tortura, presionadno pulmones y riñones y reduciendo órgaos sexuales al tamaño de frutas secas (algunos incluso tienen bolsos y cajas cosas así, para llenar más espacio)! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja! ¡Jo, jo, jo! ¡Je, je, je! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!



Aquel-que-no-Existía (El Diabólico Titiritero de la Entidad): ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! Luego de reunirme con los Líderes Ocultos de la Humanidad, donde decidimos cuáles son los destinos más infelices para todos y cada uno de los mortales (y los ponemos en marcha despiadadamente sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo), me subo a mi Vehículo de la Iniquidad (el 29) y, a través de la lectura en voz alta de algunos versos secretos y oscuros del Necronomicón consigo que mi vehículo (a pesar de que está subsidiado por el Estado Nacional) traspase las barreras de la Existencia para ubicarse en el plano indimensional de la No-Existencia; y mediante un televisorcito especial que logra espiar el plano de la Realidad, me regodeo (repatingado en un “no-puf”) observando las caras de los pobres y patéticos mortales que esperan mi llegada, ¡sin sospechar que ni siquiera existo! ¡Y pasan los minutos, las horas y los días, y el Carro de Faetonte surca la esfera celestial sumiendo el mundo en las Tinieblas y aquellos siguen esperando, esperando por algo que ni siquiera existe! O que cambió de recorrido o tiene la parada en la otra cuadra, lo que es lo mismo. ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja! Ja, ja.


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