La afirmación “hay cosas de mujeres y cosas de varones” no puede ser dicha alegremente sin algunas salvedades (so pena de ser acusado de troglodita y nazi determinista), a saber:
-Que la corteza cerebral humana, la tecnología y la terapia psicológica nos permiten superar estas limitaciones de género con relativa facilidad.
-Que no se le niega a ningún varón el derecho de hacer cosas de mujeres y viceversa.
-Que es, por supuesto, bastante difícil probar científicamente hasta qué punto las “cosas de mujeres y cosas de varones” están dictadas por la biología o por la cultura (lo que no quiere decir que haya que descartar de buenas a primera ninguna de las dos causas, o –como siempre, lo más probable- una mezcla de ambas).
Este último punto es INSIGNIFICANTE a la hora de hablar de “cosas de mujeres y cosas de varones”, porque hasta donde yo sé estamos tan inmersos en nuestra cultura como en nuestra biología; así que, atado con el alambre de un razonamiento profundizado hasta donde me interesa, permítanme declarar que ¡hay cosas de mujeres y cosas de varones!
Sin embargo, no siempre las cosas son como parecen.
Hace unos aÑos las estaciones de servicio empezaron a emplear mujeres para cargar nafta en los automóviles. Esto fue prácticamente una revolución cultural, sencillamente porque – prejuicio cultural o idealización romántica- no solemos relacionar a las chicas con el rudo mundo de los motores y los carros veloces. Pero, claro, cargar nafta no requiere de conocimientos especializados de mecánica. Según tengo entendido, existen las expendedoras autoservicio (aunque para algunos de nosotros utilizar este servicio nos resultaría tan desmoralizador como intentar cambiar un burro de arranque, sea eso lo que sea). Así que ni el más prejuicioso de los automovilistas se escandalizó con el cambio.
Ahora llega el momento embarazoso en el cual la mitad de ustedes van a ubicarme entre las categorías de “infantil”, “burdo” y “guarango”, pero lo tengo que decir: Creo que, además, se tardó mucho en emplear mujeres como expendedoras porque resultaban un poco inadecuadas desde el punto estrictamente freudiano y simbólico. Preferiría no tener que seguir aclarando demasiado este punto. Si a alguien se le escapa la sutil metáfora (aunque lo dudo), que me escriba y se la explico en forma privada.
Ahora bien, hay algo en las mujeres expendedoras que suaviza este efecto. Son tranquilizadoras. A pesar de todo el simbolismo que se nos viene a la cabeza, no nos sentimos ni incómodos ni ultrajados ni humillados. Es que interviene en nuestra salvación otro concepto –cultural o biológico, no importa – que tenemos de las mujeres: son más delicadas y detallistas. Tienen un buen pulso y les confiamos con gusto las tareas que requieren precisión y cuidado estético. A mi entender son virtudes ideales a la hora de introducir la manguera del surtidor en la pequeÑa entrada del tanque de nafta.
Mientras que los hombres, y me temo que tengo que volver a hablar en el sentido freudiano y simbólico, tenemos una tendencia a salpicar. Defecto nada menor cuando estamos manipulando líquidos inflamables.
VEREDICTO: Expender nafta es cosa de mujeres. Mujeres: 1 Varones: 0 (por ahora).
Publicado a las 11:23 p.m.
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