Una vez más, la .crítica de cine angurrienta., donde el cine y la gastronomía unen sus fuerzas, vuelve a la carga con un vistazo a la más reciente entrega del legendario 007: .Quantum of Solace..
James Bond, el agente del Servicio Secreto inglés que deleita al público de todas las edades desde los aÑos 60, se ha caracterizado siempre por su gusto por la vida intensa y las aficiones de un sibarita de la vida: bellas mujeres, coches veloces, viajes por los lugares más glamorosos del mundo, asesinatos, ludopatía y alcoholismo. Sin embargo, podemos comprobar con desaliento en esta última entrega que el Coronel Bond es un verdadero troglodita en lo que al paladar se refiere.
Luego de una parte con autos y coches y mucho ruido, no sé, no me interesa, llega el primer punto de interés, donde Bond inicia la velada con un whisky que se te hace agua la boca. Esto está bien. Un aperitivo previo al almuerzo siempre es recomendable. Sin embargo, lo más parecido a una .Entrada. llega minutos más tarde, y muy muy muy parecido no es: se trata de una canasta de cerezas .de excelente aspecto-, que Bond y otro tipo hacen que se le caiga a una viejita italiana, que al verlas en el piso dice desconsolada .che ho fatto?.. Un trágico ejemplo de cómo los imperialismos y las mafias destruyen la vida del hombre común sin que este lo note, al punto de que se echa la culpa a sí mismo (Por otra parte, no es raro que la pérdida de una canasta de cerezas provoque esta desazón, teniendo en cuenta la pasión que despiertan; recordemos a Starbuck, ayudante del Capitán Ahab, deseando probar una cereza por última vez segundos antes de morir en el mar).
Después viene toda una parte de que corren y saltan y que patatín y que patatán. De comida, nada. Incluso Bond viaja a Austria y no se pide un miserable .Schnitzel.. Luego, de visita a los de un viejo compaÑero (Giancarlo Gianinni) en una isla mediaterránea se toma un vino blanco aparentemente .barato., según la seÑorita que acompaÑa a Giancarlo Gianinni. Ta bien, Giancarlo, algo hay que tomar, pero, ¿y el primo piatto? ¿Unos tagliatelli? ¿Un antipasto? ¿Nada? Tal vez esta dieta pobre en calorías sea lo que motiva al amigo de Bond a tomar una de las decisiones más absurdas y arbitrarias de la historia del cine: Abandonar una isla paradisíaca donde convive con una italiana de muy buen ver en bikini, toma vino baratito y disfruta del dolce fare niente, para acompaÑar a 007 al culo del mundo (o sea, acá cerca) para que lo recontracaguen a tiros. En fin, es la famosa .suspensión de la incredulidad hecha a punta de pistola., porque si no fuera porque la película sigue era para llamar al mozo y pedir la cuenta (y no dejar un centavo de propina).
En el avión rumbo a Bolivia, hacen como un chiste interno en el que Bond, en lugar de tomarse el vodka agitado no revuelto, el cantinero le hace una cosa rara tipo Palermo Hollywood. Con un pedazo de lima, creo. Eso se puede considerar .comida.. Pero muy dietética, teniendo en cuenta todo lo que Bond anduvo corriendo, golpeando, persiguiendo y disparando.
Va una hora de película y entonces llega la primera esperanza: Bond va a una fiesta de lujo organizada por el malo, que es una especie de Douglas Thompkins (mirá a lo que hemos llegado: Hollywood, el reaccionario Hollywood es el que nos tiene que denunciar que el tipo este es siniestro). Vemos a 007 y su chica atiborrándose de champagne, sí, sí, Bond, ya sé, tenés una gran cultura alcohólica, bravo, clap, clap, clap, ¡y ahí pasa un mozo con unos saladit…! No, no, pasó rápido. No lo pude ni llamar. ¡Ah viene otro, ahí viene otro con otra bandej…! Che, ¿qué pasa, soy invisible, loco??? Minutos después, los vemos en un primer plano. Nos apuramos a mirarl… Se fue. Es así, en cuanto aparece un poco de comida pasa volando. Ni siquiera acertamos a ver de qué están hechos.. Tienen una parte medio rosadita, pero transcurriendo la escena en Bolivia, no estamos seguros de que se trate de salmón. En fin.
Y bueno, la película sigue pero a esta altura el espectador ya ha entrado en un estado de ansiedad, jaqueca y embotamiento debido al hambre. Para peor, com whisky, vino barato, un aperitivo de Palermo Hollywood y un par de champagnes encima, quebrantando la regla del buen bebedor que dice que si tomás tenés que ir en progresión de graduación alcohólica. Peor: cuando Bond se junta con su amigo Félix Leiter de la CIA en un tugurio paceÑo (donde no vemos ni la sombra de un charquekán, ni un k.arachi, ni una j.akonta, ni un wilaphari, ni una ranga ranga, ni un picante surtido, ni una miserable panza rebozada) se toman un par de cervezas. ¿A quién se le ocurre? Predigo una resaca monstruosa.
Después vamos de mal en peor: un agua mineral que se toma el general malo, y una lata de aceite para motor que le deja 007 a Douglas Thompkins luego de abandonarlo en el desierto y con media pata menos. Una de las últimas cosas que escuchamos en la película es a .M. contándole que lo encontraron al tipo muerto y con un litro de aceite en el estómago; un buen resumen de la deficiente gastronomía de la película.
En resumen, el menú de “Quantum of Solace” consiste en mucho alcohol, unas cerezas tiradas por el piso, unos saladitos rosados que no sabemos de que son y una lata de aceite de motor. O sea, como en esas fiestas de los ochenta organizadas en casonas semiabandonadas llenas de grafittis, te RE CAGáS DE HAMBRE mientras chupás como un degenerado sin nada adentro para hacer de colchoncito. Desastre. Puntaje: Un angurrio.
*SPOILER* *SPOILER* *SPOILER* Aaah, me dijeron que ponga esto para la gente que no quiere saber lo que pasa en la película. De nada.
Miren, en el Verano del AMor, la canción de .La espía que me amó..
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