Sergio G., 32 aÑos, productor radial, recientemente separado de su pareja de más de tres aÑos (aunque, como dice él, está .en tratativas.) comparte una noche de pizza y cerveza con sus amigos. Amigos de toda la vida, del club y la escuela, con quienes no necesita sostener ninguna máscara; aquellos con quienes se siente .entre amigos., por así decirlo.
De pronto, Sergio dice algo. Y a continuación, se le nubla la mirada. El corazón empieza a palpitarle aceleradamente; las palmas de las manos se le cubren de un sudor frío, el estómago se le revuelve, un zumbido llena sus oídos y le aparecen unas .cosas., como unas protuberancias, no sé qué son, son .cosas., en fin, le salen esas .cosas. (son moradas) en el bajo vientre. A continuación, Sergio llama la atención de sus amistades y dice unas palabras, para gran desconcierto de sus amigos.
A partir de ese momento nada es lo mismo. Una incomodidad general se apodera de lo que hasta ese momento era una relajada reunión de papanatas como tantos. Sergio, conciente de su responsabilidad, se levanta, se excusa con obligaciones laborales y con el tema de las protuberancias (o .cosas.) y se pierde en el frío de la noche porteÑa, mientras un sollozo le queda atragantado. Y es que Sergio .como tantas otras víctimas de su condición- no puede sostener el sarcasmo.
Sergio observa con envidia cómo el resto de las personas pueden decir .ah, buenísimo lo tuyo. o .Che, este Macri es un copado. o .Menos mal que estoy yo., con el objeto de afirmar exactamente lo contrario, para luego proseguir con sus vidas normalmente y, de paso, presumir de cierto grado de sofisticación en el acto comunicacional. Para Sergio, el sarcasmo es el comienzo de un una tortura ejecutada sobre un camino espinoso rumbo a un calvario situado en el Infierno.
Cuando Sergio va a una cena de gala y, a modo de cumplido dice .uh, qué feo que parece esto., no pasan segundos hasta que empieza a dudar sobre la efectividad de su mensaje. .¿Habrán creído que lo dije en serio?., se pregunta con mortificación, para luego realizar varias inspecciones disimuladas al rostro de sus anfitriones, buscando signos de enojo o dignidad ofendida. Por algunos minutos, Sergio intenta auto-convencerse de que la amable ironía ha sido comprendida correctamente, para luego inspeccionar nuevamente, clavándole los ojos como un enajenado a la dueÑa de casa, que empieza a mostrarse algo inquieta. Sergio, entonces, malinterpreta estos gestos de incomodidad con los efectos adversos de su comentario.
Comienza entonces un diálogo interno, que dura unos cuarenta minutos, en el que Sergio trata de justificarse (.bueno, che, pero es un comentario de lo más común, el otro día mi hermano se lo hizo a mamá y ella no se enojó.), seguidos de refutaciones (.bueno, pero esta gente no es tu mamá, casi no te conocen, que saben cuándo hablás en serio y cuándo no hablás en serio, al final sos un desubicado.), débiles intentos de auto-defensa (.lo que digo es que es una práctica muy común, yo creo que lo entendieron, es más, la tipa me dijo .ah, sí es feísimo., como siguiéndome el sarcasmo.), auto-acorralamientos (.¡claro, fue un sarcasmo, producto de la ofensa, qué querés, que te conteste con un piropo, y si no me creés mirala a ver si no está ofendida, mirala fijo, ¡ahora! eso es, ¡pero no tan fijo! ¡Y al escote no! Flaco, la estás re-embarrando.), violentos contraataques (.¡¡¡bueno, loco, pero si les cayó mal que me lo digan!!! ¡¡¡Que me lo digan en la cara!!!.) y por fin caídas abruptas de la autoestima (.y, no, claro, cómo me lo van a decir, están tratando de ser amables… Es verdad, soy un desubicado… No estoy capacitado mínimamente para tratar con otros seres humanos. Merezco ser empalado y cubierto de hormigas.).
Por fin, cuando los comensales están por el café, Sergio estalla, el rostro rojo y cubierto de lágrimas, y gritando disculpas aclara: .¡Nada que ver, no parecía feísimo! ¡Era un sarcasmo! ¡En serio! ¡Cómo va a estar feísimo! ¡Es más, si estuviera feísimo no lo diría! Uh, qué mal sonó eso último. No estoy insinuando que estuvo feísimo y no lo dije por educación. ¡No, en serio!., para luego levantarse abruptamente e irse, y de paso arruinando el resto de la velada, donde se hablará de parientes con enfermedades mentales y de cómo le miraba el escote a la sexagenaria dueÑa de casa.
Esta desagradable situación, y muchas otras se dan en los momentos en que Sergio intenta .aguantar. el sarcasmo por un tiempo, como ha aprendido erróneamente en algunos libros de autoayuda. La mayoría de las veces, Sergio opta por aclarar el uso de este recurso expresivo inmediatamente después de usarlo: .Ah, vos sí que la pasás bomba. Es un sarcasmo., o .Che, sos re macanudo. Es un chiste. o .Uy, se estrenó una nueva de Suar, voy corriendo. No, en realidad no. No voy corriendo nada. Estaba utilizando una .ironía., expresando determinada cosa a través de decir exactamente todo lo contrario. En fin, quiero decir que no me gustan las de Suar. No sé si quedó claro. No me gustan las de Suar..
.A Sergio lo que le desespera es ser malinterpretado., nos dice el Dr. Bordenave, licenciado en Psicología Básica y autor del libro .Buenísimo. Es un chiste, no está buenísimo nada., que estudia este tema tan particular. .Sergio sabe que hay gente insensible al sarcasmo, o gente muy muy muy mala -lo que en psicología conocemos como .chotardos.- que es capaz de agarrarse de la literalidad de sus palabras para perjudicarlo. Que, por ejemplo, en el transcurso de una discusión política yo suelto un .acá lo que hace falta es un Videla, un Pinochet, un Franco. como forma sarcástica, exagerada, de bajar los decibeles, luego anden diciendo que yo estoy contra la democracia. Son estos malentendidos y muchos otros, más una preocupación patológica porque el .mensaje. llegue al .destinatario. sin ningún tipo de .ruido. los que terminan generando problemas como el de Sergio.. Pero, ¿usted quiere que vuelva un Videla?, le preguntamos indignados al Dr. Bordenave. .No, no, es un sarcasmo., nos aclara.
Algo aliviados -no del todo, no nos cerró mucho la explicación del Dr. Bordenave acerca de su exabrupto-, visitamos a Sergio en el grupo de autoayuda para los sarcásticamente deficientes. Allí, los enfermos se reúnen para conversar sarcásticamente en un marco libre de presiones, diciéndose cosas como .uy uy uy, seguí que es interesantísimo. o .uuuuhhh, vos sí que sos un crack, seguí, seguí así que vas bien, campeón. (es necesario decir que más de una vez estas reuniones terminan a las trompadas). Algunos afectados graves, como Sergio, incluso en este ámbito aséptico se sienten obligados a decir .es un chiste. o .estoy siendo sarcástico.; por eso, el terapeuta lo entrena para que vaya reemplazando estas aclaraciones por guiÑos, visajes masones o gestos manuales aclaratorios. .No sé si alcanza, doctor, no sé si alcanza, yo quiero que la gente me entienda y que no se enoje conmigo y que si digo .aguante el campo. no crea que estoy a favor del campo, doctor, doctor, no doy más, doctor, ay ay ay, doctor, doctor..
No seamos indiferentes con Sergio; aclarémosle que entendemos que ha sido sarcástico, mientras encuentra el camino a la curación, y confiemos que especialistas como el Dr. Bordenave -a pesar de su lamentable ideología política- sigan trabajando en un tratamiento confiable.
Esta es una campaÑa de bien público.
(Gracias a Benzen Kanemler por la idea)
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