jueves, 22 de noviembre de 2007

El País Submarino: La Peste





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Lunes 19, 04:13 p.m., La Plata



“¡Fuerza, Patrón! Estoy haciendo todo lo posible para sacarlo de allá. Ya hablé con Amnesty International y con Greenpeace, y parece que van a organizar una Marcha del Silencio, con velas y todo. Le pido que no se rinda. P.D: ¿Cómo hago para programar el lavarropas para centrifugado solo? Si me puede ayudar con esto, por favor mándeme una carta, o a través de un telegrama obrero, que es gratis. Su fiel asistente Kiriatos”.



Abollo la postal con furia (traía a dos bailarines de tango en Caminito) y me lavo los ojos en una de las fuentes de la plaza; elijo, claro, la que tiene los dedos cortados, porque ya he tenido bastante de efluvios magnéticos por una noche.



Dormí mal. Le pregunté al Gerente del Silver Astoria, así, disimuladamente, qué pasaba si uno no podía pagar la cuenta. Decidió mostrármelo mediante el empirismo y tuve que dormir en la plaza frente a la “Catedral”.



Fue duro. Los efluvios malignos de las estatuas contaminaron mis sueÑos con la ideseable visita de Mefistófeles y sus ministros infernales Astharoth, Asmodeo y Lucífogo (Fleuretty no aportó). Y eso que cada cinco minutos me despertaban los platenses con su cantinela: “Dólar, sinior, dólar, ayude al pobre Mustafá”, o “Dólar, sinior, dólar, sinior de la Gran Capital puede permitirse ayudar a este pobre principiante apaliado”. o “Dólar, dólar para un paty grande con huebo rebuelto, sinior, por favor, no sea malo con Kemal”. La sola mención de mi quiebra los enfurecía. He descubierto el lado oscuro de los platenses y los mil adjetivos denigratorios que conocen para designar a un “portenio” (sic).



Llamo a Don Rivas Rocha, a ver si se puede negociar la cantidad de bastonazos (y asegurarme de que no tenga algún tipo de otra intención oculta), pero se hace negar. Debe haberse conseguido otro portenio. Los platenses son así, inconstantes.



Me dirijo a otro lugar, pensando en mis próximas noches, y al fin llego a los grandes Parques Platenses, junto al zoológico (donde se anuncia con bombos y platillos el nacimiento de una rata) y el Museo de Ciencias Naturales (un recinto cilíndrico donde se almacenan grandes cantidades de animales muertos y cosas polvorientas). En uno de estos “parques”, por llamarlos de alguita manera, encuentro una construcción de arquitectura vagamente arábiga, que evoca al complejo “Casapueblo” de Páez Vilaró, solo que en lugar de contener habitaciones de lujo, spas, comercios para ricos y estar enclavado en la paradisíaca Punta Ballena, forma primitivas cavernas, utilizadas por los jóvenes platenses para practicar el arte del grafitti y aspirar crack.



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De cualquier modo, prefiero este tenebroso panorama antes que ser visitado nuevamente por el Gabinete del Averno. Me decido por una cueva pequeÑa, confortable, a pocos metros de la cascada que remata la obra, co-habitada por un joven que parece haber sufrido una sobredosis así que no creo que mi presencia lo moleste. En eso, reconozco una voz familiar.



“Aléjese, sinior, aléjese, dólar, sinior, dólar”. Es el bueno de Kassim, el prinsipiante, que se acerca arrastrándose, quizás viniendo de su apaleamiento matutino. “Formación bio-calcárea no buena para salud, sinior, menos portenio no inmunizado, sinior, dólar”.



Kassim me lo explica todo frente a mi mirada incrédula. El complejo no es, como creía yo, obra del hombre, sino una suerte de formación calcárea producto por los desechos de un pequeÑo parásito altamente tóxico, que crece día a día, como un arrecife de coral. El fenómeno producido -bautizado “paezvilarismo”-, y que se dice tiene origen en un chanchullo con desperdicios tóxicos de la refinería propiedad del fazendeiro Rivas Rocha- dista de ser inofensivo para los seres humanos. Kassim me hace seÑas para que lo siga. Obedezco.



El “Lazareto”. En una de las cuevas se agrupan los afectados de “paezvilarismo”. Caras y cuerpos completamente cubiertos por esta peste calcárea, gemidos inhumanos, algunas cabezas terminadas en cúpulas blancas puntiagudas que los asemejan a minaretes humanos. Parece una pesadilla o el experimento de un arquitecto psicópata. Intento contener un grito de horror y pena, pero no lo logro, llamando la atención de los pobres afectados, que se acercan gimiendo “dóooolar sinioooor”, “dóooolar sinioooor”. Kassim me toma de la pernera del pantalón y me lleva afuera, y escapamos; yo corriendo, él arrastándose, pero se arrastra bastante rápido (Se ve que tiene práctica).



Kassim se sube a su taxi, cerrándome la puerta en la cara. Dice que le encantaría ayudarme, pero en La Plata sólo hay un ser más despreciable quie un principiante, y es un portenio sin dinero. Me desea suerte y .con la mano- pisa el acelerador a fondo.



Mi situación es, sí, lo sé, desesperada. No sé dónde dormiré a la noche, tengo hambre y temo haberme contagiado paezvilarismo. En la punta de mi pulgar aparece una piedrecilla blanca que antes no estaba. He escuchado, además, que los Escuadrones de la Muerte de Rivas Rocha, única autoridad policial en esta ciudad, salen todas las noches de cacería “sanitaria”, eliminando a los paezvilarosos a tiro limpio. Mi única esperanza está en mis lectores, que podrían ayudarme simple, ágilmente y sin costo alguno -e incluso ganando la oportunidad de participar en el sorteo por un Ipod- con la rot


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