(En una muestra de Dinkismo infame y decepcionante sangre de pato, gana el FA, y Malvín destruye el Buquebus cargado de botijas, para salvar a Wanda)
Que Dios se apiade de mi alma, pensé. Y accioné el lanzamisiles.
Lo primero que pensé, después de recuperarme del impacto de la explosión, es que eran mariposas. Mariposas oscuras y obesas, que caían por millares sobre mí. Tal vez el lanzamisiles había explotado y me encontraba en el paraíso, un Paraíso algo cursi, poco apropiado para un hombre de acción que se manifestaba a través de estas mariposas, pero Paraíso al fin.
Pero me equivocaba : Eran las moÑas de los botijas, lo único que no había sido pulverizado por la explosión, debido al material casi indestructible del que están hechas (otra muestra del alto presupuesto que nuestro país asigna a Educación, excepcional en toda Latinoamérica). MoÑas, miles de moÑas, que oscurecían el cielo, y que caían y me rodeaban, gritándome, reprochando mi egoísta acto: .Tú nos mataste; Malvín. Tú destruiste el futuro de la uruguayidad..
Una bofetada del loco (en realidad fue una caricia babosa, ya que el Winston Winston aún no lograba salir de su estado amorfo y gelatinoso) me sacó de mi ataque de histeria: ¡Tenía que salvar a la Wanda!
Me dirigí corriendo hacia el Drakkar .Eladia Isabel., cuando el inmenso barco se detuvo por sí solo. Entonces, sin poder creer lo que veía, la Wanda se desató y se lanzó desde lo alto de la proa del barco, cayendo delante de mí con la agilidad de una pantera.
Y comprendí que había sido engaÑado. La pantomima había sido perfecta. Tenía la misma contextura física de la Wanda, y además se había puesto su trajecito de secretaria de Papá Noel. Por último, a las pupilas de papel maché que el Dr. Nokia me había construido les faltaba precisión (aunque hay que reconocer que hizo un trabajo fantástico, teniendo en cuenta el material).
-Nos vemos de nuevo, Malvín, che .dijo la Evangelina.
-¿.De nuevo.? ¿De qué estás hablan.?
El cartelazo me alcanzó en la mitad de la cara, derribándome. La perra .argenti. manejaba su estúpido cartel de .No a las Papeleras” con la precisión y la velocidad de una katana, y volvió a lanzarse sobre mí, dispuesta a partirme en dos.
No contaba con mi cuerno de adamantium, que hice aparecer al instante. .A ver cuánto dura tu cartel, perra., pensé.
¡CLANK! Nada: ¡El cartel también era de adamantium! Mirando de cerca, observé unos finos ligamentos que salían de los vértices del cartel y desaparecían en sus muÑecas. ¡La Evangelina también era una mutante reconstruida, probablemente durante su operación de siliconas! Sin embargo, algo me olía mal.
-Escuchame, bo, pará que hay algo r.
¡TCHANK! Ciega, soberbia y resentida como todos los miembros de su raza maldita, la perra sólo quería destruirme. Está bien, pensé. Si eso es lo que querés, bo.
Cuerno contra cartel biomecánico; Adamantium contra adamantium; Garra charrúa contra la ferocidad .argenti.. El combate duró horas, sonorizado por el chasquido del adamantium golpeado el uno contra el otro. Trozos de piel y papel maché caían al hielo como gajos, formando una mezcla repugnante. El dolor y el cansancio eran insoportables, pero el odio era más fuerte. El Winston Winston no podía ayudarme, derramado como un charco sobre la pista, pero me alentaba diciéndome .Déle, sargento, es suya, vamo, ya la tiene, le digo que de golpe en dos rounds se cae, eh, se cae sola..
Ojalá fuera cierto, pero tenía que reconocer que a la maldita no le faltaba valor. Y que no perdía la tradicional elegancia argenti ni con el cuerpo surcado de cicatrices. Ese cuerpo fibroso y endurecido por la gimnasia y los implantes de senos… Y entonces retraje mi cuerno y la besé.
Nos lanzamos sobre el hielo, sin control, y nos amamos apasionadamente largas horas .luego de pedirle al Winston Winston que por favor se diera vuelta. Poseídos por la fiebre amorosa, nuestros apéndices de adamantium chasqueteaban contra el hielo cada vez con más furia, salpicando el aire de astillas heladas, y en el momento en que estábamos por arribar a la cúspide del mundo.
-¡Cuidado, sargento! .dijo el loco, que descubrí era un mirón -¡Debajo suyo!
El suelo se resquebrajó bajo nuestro lecho, y creímos que nos zambulliríamos en las pestilentes aguas del río Uruguay. Sin embargo, lo que se abría delante de nosotros era un abismo. Un abismo negro, interminable.
1928. Fray Bentos.
-Su hija no podrá salir de Fray Bentos, Arquitecto. Nunca más. O morirá.
El arquitecto Washington Pocitos comprendió que había sido un error traer a su hija al lugar de su próximo proyecto. Entregado por competo a su trabajo, y viudo desde hacía dos aÑos, corroído por una tristeza pestilente y por la enfermedad de la familia Pocitos (su abuelo había cortado lazos con la realidad en 1890 y había bautizado el .chivito., a pesar de que estaba constituido por carne de vaca), la niÑa se había acostumbrado a vagar, descuidada, en los diversos lugares a donde la arrastraba.
Y es así que había caído al río y contraído la neuropulmonía que la acompaÑaría, postrada, de por vida.
Entonces, Pocitos, como su abuelo, terminó de cortar el débil lazo que lo asía a la cordura. Y echó una mirada salvaje a médico y al enviado de la CompaÑía finesa que lo había contratado.
-Conque mi hija no podrá recorrer el mundo, ¿verdad? Deberá quedarse en este rincón olvidado por el resto de su vida, ¿eh?
-Bueno, tenemos una linda costanera y.
-¡Cállese! ¡Si mi hija no puede ver el mundo, le traeré el mundo a mi hija! ¡Mi próximo proyecto será reconstruir el mundo en este pueblucho! Si la extensión de este villorrio es insuficiente, construiré en dirección a las estrellas, o hacia las profundidades de la tierra. Sr. Nyqvist .dijo, apuntando con un dedo tembloroso al funcionario finés -, dígale a sus amos que su asquerosa fábrica no tendrá igual en todo el mundo! O mejor dicho .y sonrió .no habrá nada más igual al mundo que su asquerosa fábrica!
Y luego de setenta y nueve aÑos de generaciones de arquitectos que se peleaban por continuar el sueÑo psicótico de Pocitos .que estaba demente, pero era un genio .la planta fue el Mundo. Y el Mundo fue la planta. Con una reproducción inexacta, pero presente, de sus continentes, sus países, sus ciudades, con cada rincón del mundo conocido reproducido a escaÑa en este improbable vecindario sudamericano: Con el barrio Latino de París, y la Frontera del Dingo de Australia, y el sereno patio con parra de una sombría casita de Mataderos.
Y con la Corte de la Haya, Holanda.
Desperté, maniatado al respaldo de una larga banqueta de pino paraná. Frente a mí, la Evangelina se encontraba en un banquillo, bajo las mismas condiciones. El recinto parecía un juzgado del mismo Infierno, oscuro, húmedo, y lleno de goteras, de donde caían fluorescentes gotones de líquido de papelera.
El Juez .inmenso y ataviado con un traje que estaba a mitad de camino del Juez británico y la aldeana holandesa .golpeaba su martillo contra el estrado .cubierto de cáscaras de semillas de tulipán -, con fuerza que no parecía humana.
-¡Orden en la sala! ¡Orden en la sala! Por centésimo cuarentaava vez, comparecen ante este juzgado los representantes de la Honorable República Oriental del Uruguay .y me seÑaló con el mango de su martillo .y de la Inmunda República Argentina! .culminó, seÑalando a la Evangelina.
-¡Lo sabía! ¡Me tendiste una trampa! ¡Me mentiste, otra vez! .gritó la Evangelina, furiosa, aunque yo seguía sin entender de qué hablaba.
-¡Orden en la sala! Como saben, desde hace aÑos la Corte de La Haya se ha convertido en un organismo dedicado exclusivamente a atender este conflicto. Y por eso me han enviado a este oscuro subsuelo, donde he aprendido a vivir de semillas de tulipán. Y de otras cosas también, producto de mis salomónicos veredictos.
Unos bultos sospechosos al costado del estrado me hicieron sospechar de qué se alimentaba el juez. Y casi vomito (la antropofagia es una práctica común en el Uruguay, pero desechamos los restos higiénicamente).
-También saben que, gracias a un artilugio legal, este conflicto puede tener infinitas audiencias, con el pago de un modesto honorario de sus Estados.
El Juez pasó una tarjeta por una ranura: -¡Listo! .miró a Evangelina .Sus escuelitas no contarán con tizas para este aÑo, niÑa. ¡Pero qué digo! ¡Si ya no quedan escuelitas en su país! .y lanzó una carcajada monstruosa.
-¿Qué quiere de nosotros? .pregunté.
-¡Que me ayude a hacer justicia, Sr. Malvín! .gruÑó mientras se llenaba la boca de semillas de tulipán, que sacaba de una inmensa bolsa. .Necesito que atestigücontra de la Srta. Evangelina, antes de ajusticiarla. ¿Acaso no es lo que estaba a punto de hacer por su cuenta?
O sea que todo dependía de mí. Es cierto que, hasta hace muy poco, hubiera dado lo que fuera por ver a la perra .argenti. en el cadalso. O en el estómago de un juez subterráneo de pesadilla. Pero algo seguía sin olerme bien.
-¿Culpable o inocente? .Gorgoreó el Juez, mirando hambriento a la gurisa y levantando su martillo. Que era, en realidad, un hachuela de cocina.
Si decides decir .Culpable., vota FU.
Si decides decir .Inocente., vota FA.
(Esta historia continuará)
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