miércoles, 19 de abril de 2006

¡AL CRíTICO ENOLóGICO DE CUALQUIER COSA LE ENCARGAN HACER LA RESEÑA DE UNA CALESITA Y NO SE SIENTE HUMILLADO!





Escribe el Lic. Isaías Baralt, crítico enológico desocupado.

lotomosinsodaporqueasipegamas@ubbi.com


Saludamos con beneplácito y beneficencia la larga comparecencia en el mercado de este magnífico vino, la Calesita de Parque Saavedra, que a golpes de tradición y una calidad que no arroja la toalla ya se ha forjado un merecido lugar en nuestros paladares. En mi caso en la partecita medio blanduzca que está hacia el fondo, un poco al medio pero tirando a la derecha.


Desde la entrada misma, que está al lado de unos autitos eléctricos, producción más joven de la misma bodega, sentimos el aroma a bayas y frutos rojos del bosque, arándanos, papándanos y palmípedos, con un toque a electricidad “estática”, a goma y humedad; en un rapto de una audacia, jolie de vivre y fanatismo enológico que sólo hemos visto en aquella convención de Enología en donde al Lic. Bonín, querido colega del medio, se le ocurrió vaciar un par de botellas de vodka en la cuba comunitaria, una parva de aficionados se sube a la superficie misma del vino, más exactamente en el “plato” giratorio que se encuentra en su base.


Allí podemos disfrutar de una gran variedad de animales y medios de transporte – sólo comparable al corso zoológico que hemos presenciado luego de paladear cuatro botellas al hilo de un viejo Bonarda de la bodega Arrieta que habíamos guardado durante cuarenta aÑos con la esperanza de aÑejarlo y que sólo conseguimos agriar, pero que degustamos hasta el final para no ceder ante el pueril desafío del Lic. Bonín.

En este caso pudimos contabilizar, aún a riesgo de darle la razón a los enemigos de la profesión que insinúan que “tenemos demasiado tiempo libre”, una docena de caballitos de diferentes razas, contexturas y arabescos grabados en su piel; un burro; dos vacas (en versión tenrnero y versión adulta); un elefante africano; un león; algún cerdo; un cisne majestuoso y solitario en su etérea belleza. Y un enorme palomo, pesadillesco en su exaltado rostro de grand guignol – para ser francos, creemos recordarlo parado a los pies de nuestra cama, revelándonos ciertas verdades que no queremos escuchar acerca del suicidio de nuestra primera esposa. Completan este aquelarre alucinado de los sentidos una serie de vehículos de aire, mar y tierra, más un banco, colocado o para llenar un espacio o para no perder al público más sedentario y alejado de las emociones fuertes.


Lejos de convertirse en un defecto, este zoológico / expo automóvil un tanto amateur es uno de los motivos por los que podemos certificar que la Calesita de Parque Saavedra es un vino que, desde su presentación, continúa dando cátedra de elaboración artesanal.


Sólo no nos termina de cerrar un defecto en el original diseÑo, a saber: una serie de paisajes alpinos que ornan los bastidores superiores, que se alternan azarosamente con un par de paisajes tropicales. Esta anomalía, lejos de conferirle un touché de originalidad o variedad, le quitan consistencia. Confiamos en que el dueÑo de la bodega, un Sr. de Bigotes, corrija con prontitud esta gaffe imperdonable. Excelentes, por otra parte, las reproducciones de personajes de la cultura popular que se hallan en el cuerpo principal, de estilo brutalista, algunos desbordantes de ironía en su pretendido didactismo, como un simpático oso que sostiene una “U”, que denuncia sus orígenes itálicos (“Urso”) , reflexión de la que hago gala a pesar de arriesgarme a perpetuar la leyenda negra sobre los enólogos que se enuncia en el párrafo 4.


La selección musical que acompaÑa el bouquet contundente y redondo (nunca mejor aplicado el calificativo), pasable, y habría que mejorar un poco el sistema de audio. Pero ello no obsta para que sea un excelente vino para convidar anche a los más pequeÑos de la casa, aunque después, cuando cumplan cuarenta aÑos, te insistan un poco demasiée para nuestro gusto de firmar unos papeles de cesión de no sé qué cosa, argumentando nuestra “incapacidad mental” y nuestra supuesta “dipsomanía” – nunca más chabacanamente aplicado el término -, asesorados poco éticamente por el Lic. Bonín, a quien se la tenemos jurada desde hace unos veinte aÑos, cuando nos quitó con malas artes la Jefatura de Redacción de la primera revista de la Argentina para dandys y bon vivants Cochon, y que desde entonces ha sufrido una interminable caída en picada.


Cumplida esta digresión un tanto personal, damos por terminada asimismo esta ferviente recomendación, para dedicarnos al atrancamiento de la puerta de nuestro cuarto en la Clínica donde residimos actualmente, ya que cierto enfermero con quien tratamos a diario pretende que tomemos cierto medicamento, sin acompaÑarlo de su copa correspondiente. Cheers!


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