Lección 20: Un Análisis Crítico de lo de reírse de uno mismo
La gente con buena onda –por suerte creo que no hay ninguno por aquí- suele repetir que, a la hora del humor, no le gusta reírse DEL otro. “¿Quién?”, pregunta el boludo lector. “¿Cómo?”, retruco yo. “¿Qué otro? Recién dijiste que se ríen del otro.” “No, no. ‘Otro’. Es un ‘otro’ genérico”. “¿Pero quién es? ¿Un amigo tuyo? ¿Quién es, ese, el de azul?” Buéh. Empezamos bien. Otro, otro cualquiera, digo. No le gusta reírse del otro, de otra persona, como que le parece mal, como que no quieren ser tan guachos de reírse del otro (otra persona, una persona -otra- “X”), y menos aún si ese otro es un ser indefenso o desaventajado. Y lo bien que hacen.
Como todos sabemos, a lo largo de la historia quienes se han reído, por ejemplo, de la falta de instrucción de los inmigrantes gallegos, o de un pobre hombre cuya esposa le es infiel y mete a su amante en el placard, o quizá de tres subocupados semianalfabetos que se dan golpes o se retuercen las narices con llaves inglesas u ¡horror! de una mujer tan candorosa que confunde semen con gel para el pelo, decía, quienes se ríen de estas cosas son malvados sin corazón, pichones de Hitler, Stalin, Vlad Tepes y “Slobo” Milosevic. Por eso es que debemos jurar jamás reírnos de estas cosas de observarlas con angustia y un gran pesar en el corazón: ¡pobre vagabundo, cuya única y mísera diversión es hacer bailar dos tenedores con panes pinchados en lugar de ponerse con cincuenta mangos para ir al karaoke! ¡Pooooobre!
Incongruencias de la mente humana aparte, o mejor dicho, sumando otra, estas buenas personas insisten, en cambio, que lo que sí es aceptable es reírse de sí mismo y de las propias desgracias. De la desgracia ajena = mal, de la desgracia propia = bien.
Sin embargo encuentro una paradoja en este razonamiento: ¿Quién dice que nosotros mismos somos menos indefensos que los demás, cuando el ataque proviene de, justamente, nosotros mismos?
Tenemos a nuestro potencial atacante junto a nosotros las 24 horas del día. Es cierto que es un atacante a veces con pocas luces, y sin embargo, nosotros no estamos mucho mejor equipados -lumínicamente hablando. No tengo muy a mano las estadísticas policiales, pero el sentido común me indica que debe ser mucho más sencillo cometer un suicidio que un homicidio. Y esto no sólo por la cercanía del asesino, sino también debido a nuestra rendición voluntaria. Hasta un niño puede –si lo desea- llegar a defenderse, o intentarlo, o gritar por ayuda o escapar. Si tiene un buen instinto de supervivencia, ofrecerá una resistencia, sea esta efectiva o no. Pero cuando nos reímos de nosotros mismos, es porque hemos decidido bajar absolutamente las defensas. Bajamos el puente para que entren todos los bárbaros y entregamos las armas y les ofrecemos nuestras mujeres y nuestros caballos -no necesariamente en ese orden. ¿No es esto el COLMO DE LA INDEFENSIÓN?
Escucho la objeción: “¿Pero al final quién era el Otro? No me quedó claro”. No, no, esa no. Otra objeción: “Sin embargo, hay quien se ríe de sí mismo como una forma de autodefensa: Si yo me critico duramente, es probable que los demás se contengan a la hora de criticarme”. Contra-objeción 1: Sí, pero el daño termina siendo equivalente. Puede que si te hacés veinte goles en contra, el equipo contrario se sienta algo cohibido –o tal vez sospeche alguna estrategia secreta y genial que lo desasosiegue por un rato-, pero los goles los vas a tener igual. Contra-objeción 2: Quien use esta estrategia frecuentemente habrá comprobado que el prójimo no necesariamente se conmueve con nuestra autodenigración, sino que en algunos casos hasta es capaz de cebarse y agregar unas cuantas denigraciones de cosecha propia (viene a mi mente el chiste de Susanita gritando “¡Gaznápira! ¡Infeliz!”).
Quien se ríe de sí mismo está agarrándosela con quien tiene más a mano y menos posibilidades de evitarlo, con un niño desnutrido, sordomudo y criado en un pozo, pero peor. ¡Quien se ríe de sí mismo está siendo el más COBARDE y ABUSADOR de los matones!
Y para terminar de convencerse pregúntense lo siguiente: si tuvieran que enfrentar un peligro exterior, un ataque zombie o invasión kelper (armados por ejemplo de budines ingleses y ositos de peluche decapitados), ¿qué humorista preferirían como compañero de batalla: Al autodenigratorio Woody Allen o al agresivo y bien plantado Jorge Corona? (Ni hablemos de Baby Etchecopar, cuya condición de “humorista” es para discutir pero si se trata de ataque zombie le podemos hacer un pase transitorio).
Caso cerrado.
miércoles, 11 de abril de 2012
¡Clínicas de Humorismo: lección 20!
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