Lunes 9 de febrero, 21:05 hs. El Palmar.
Luego de un agotador viaje en el que el Taunus se superó a sí mismo- unas tres horitas y media para hacer 150 km. (aunque no enteramente por culpa de él, ya que a lo largo del viaje se repetirá varias veces el mismo episodio: vuestro amigo P. se equivoca de acceso, hace 5 km., dice .me parece que por acá no es., vuelve y se queja amargamente de la pésima seÑalización rutera, Ibn la defiende insinuando que P. no la sabe interpretar y luego se suscita una discusión acerca de dónde deben estar las flechitas de los carteles)- llegamos a destino.
Despierto a Ibn, que ha establecido que entre sus deberes no se encuentran los de conversar con el conductor para entretenerlo y se entrega a un profundo sueÑo, en el que grita .¡Nefer! ¡Nefer!. con expresión angustiada. Se sobresalta, me examina por cinco minutos con expresión estupefacta y por fin, al recordar quién es y qué está haciendo aquí, retoma su acostumbrada sonrisita petulante.
Nos encontramos en la ¿pintoresca? Localidad de Parque Nacional El Palmar. Debo decir que a pesar de haber conocido en mi viaje anterior la profunda miseria tercermundista que campa en la ciudad de La Plata, el espectáculo que se alza ante mis ojos supera todas mis expetctativas. No hay en El Palmar prácticamente nada que recuerde a la civilización o la cultura humanas, y viven sus habitantes en un estado más cercano al del pecarí que al del hombre.
La ciudad es grande en extensión, aunque las edificaciones arquitectónicas son escasas. En realidad, el poblado se halla completamente invadido por una especie vegetal, la palmera (Butia Yatay) que reviste las características de plaga. Su desagradable tronco rugoso y sus hojas puntiagudas y ponzoÑosas parecen no permitir la presencia de otra especie, y el Hombre medra entre estos gigantes crueles cediendo a cambio toda dignidad y progreso. Cada tanto, los jefes palmarenses intentan incendiar o talar los opresivos bosques, pero la especie reacciona multiplicándose por mil por cada ejemplar muerto. Además, la savia que es expelida del tronco ante el menor daÑo atraviesa la piel y los ojos como si de ácido se tratara; en resumen, los pobladores han aprendido a .respetar la naturaleza., un eufemismo por .someterse a su tiranía.. Como un Estado totalitario, el Yatay ni siquiera permite a los palmarenses abandonar la región: con el fruto que produce los habitantes del caserío manufacturan un excelente licor que .al segundo trago- hunde a su consumidor en la más esclavizante de las adicciones; por lo que irse de allí es condenarse a una muerte segura por abstinencia entre estertores y alaridos. Por las dudas, recomiendo a Ibn (que tiene ojos de vicioso) que se abstenga de probarlo. .Intentaré seguir los sabios consejos del seÑor., me dice con estudiada ironía. La anoto en mi cuadernito.
El palmarense medio tiene el pelo como medio larguito con raya al medio, barbita, panza de licor de yatay y bermuda roja (ver foto). Su modo de vida es semi-nómade: su precaria arquitectura consta de unas tiendas en forma semi-circular que combinan la cultura beduina o tuáreg y la esquimal. Llegan en sus tiendas familiares, que plantan entre los árboles, viven allí por unos días como esperando que algo mejore y luego se largan. Es probablemente el sistema de organización social más penoso que me haya tocado contemplar en mi vida.
Para confundirnos con los naturales, el Tío nos ha proporcionado una tienda de manufactura y comodidades muy superiores a las de los habitantes, pero que a primera vista semeja una de sus casuchas (foto). Incluye unas .camas portátiles., consistentes en una suerte de .bolsas. recubiertas de un material impermeable, donde el durmiente puede introducirse dejando la cabeza afuera para dormir. Muy ingenioso. Por supuesto, Ibn se negó a colaborar en el armado de la carpa, explicando que su formación en Oxford no incluía este tipo de conocimientos. Me atreví a preguntarle que cosas Sí incluía su educación en Oxford. Con una sonrisa de desprecio, murmura algo así como .El seÑor ya se enterará..
El palmarense se ve obligado a convivir con toda clase de bestias inmundas, como un espantoso reptil que se acerca a los grupos humanos para alimentarse de los muertos por el escorbuto, el cólera y el shock por licor de yatay (ver foto), y a los que debemos espantar con la ayuda de antorchas, pero cuidando de no quemar ninguna palmera, por temor a que su destrucción implique la multiplicación de un bosque que nos deje prisioneros, o nos impida encontrar el regreso a la tienda.
Otra bestia, sin embargo, le sirve de sustento básico: se trata de la “vizcacha”, una especie de rata grande con unas rayas en la cara, que es domesticada y encerrada en corrales, aunque el rusticismo de los palmarenses le impide disponer los barrotes de tal forma que impida la fuga de los roedores, por lo que constantmente se ven obligados a correr tras este .ganado cimarrón. y discutir la propiedad de los animales. Luego los cocinan con ayuda de fuego, al aire libre. (En la foto, uno de estos corrales de vizcachas).
Lo único que pone un poco de luz en este primitivo panorama es la .Proveeduría., la única construcción de ladrillos en varios kilómetros a la redonda. Se trata del clásico almacén de campo o taberna donde los propietarios .unos jóvenes cretinos probablemente hijos de los fazendeiros de la zona- quitan de las manos de los aborígenes el poco dinero que han conseguido realizando trabajos brutales, vendiéndoles insumos básicos a precio de oro. Una botella de agua cuatro mangos, por ejemplo. Un choripán de vizcacha, seis. Un escándalo. Reviso el táper gigante que me ha entregado el Tío a ver cuánto material para sambuchitos me queda, para así evitar un gasto innecesario (y ver que me sobre un mango de la .plata para gastos. que me dio el Tío, a ver si compenso las molestias que me estoy tomando). Pero cuando alzo la vista, ya es tarde: Ibn sale de la Proveeduría con una botella de licor de yatay. Con estudiada gentileza me pide que la abra, ya que, lamentablemente, sus tareas de ayuda de cámara lo alejaron un poco de la ciencia de apertura de tapas de botella.
Necesitando un reconstituyente en calidad de rápido. me pregunto, así, retóricamente, con curiosidad científica digamos, si el licor será, efectivamente, tan adictivo y letal como dicen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario