SON LAS NUEVE DE LA NOCHE Y ESTÁS SOLO, FRENTE A LAS PAREDES SILENCIOSAS DE ESE DEPARTAMENTITO VACÍO.
Has traído algunos objetos, básicos y mínimos, para tratar de paliar el horror vacui. Son cuatro o cinco cosas, como por ejemplo una silla, una lámpara, una radio y un colchón.
Todavía no sabés cómo distribuirlas: ¿Desperdigadas a lo largo y a lo ancho de la superficie de toda la habitación, para engañar a tus ojos y que parezca menos vacía? ¿O todas arrejuntadas en un rincón, simulando una especie de guarida o trinchera, que te sirva de refugio en esas noches solitarias interrumpidas por ruidos imaginarios?
Todo hombre separado debe pasar por este rito iniciático: el enfrentamiento con el departamentito vacío. No es la misma sensación que tuviste cuando te fuiste a vivir solo por primera vez. Cuando lo hiciste, no sólo eras diez o veinte años más joven sino que prácticamente no tenías “cosas”. Las fusite juntando a lo largo de los años, de segunda mano o en cómodas cuotas. En cambio ahora, técnicamenteseguís teniendo “cosas”, sólo que las tenés en otro departamento o casa. En lo de tu ex. Pero quiere una tradición inteligentísima que el hombre que se separa no sólo deja su casa sino que se va con una mano atrás y otra adelante, expresando autosuficiencia, virilidad y orgullo. Con el tiempo se golpea la frente y dice “qué estúpido, aunque sea debería haberme llevado la puta cama. O la plancha para churrascos”.
Ahora decidís hacer un cambio radical de muebles: Acercar la silla a la lámpara, para sentarte a leer tranquilo. Una genialidad. ¡Esta sí que es buena! Poder leer un rato, sin ser interrumpido por los reproches de tu ex, las tareas del hogar o el batiburrillo de los chicos. Así debería vivir un hombre, un macho, el recio varón autoabastecido que no necesita nada ni nadie, y que desintegra sus penas con un trago de aguardiente. Lo que no es mala idea, ya que si no fuera que estás tan feliz de al fin tener tu santuario y tu momento de paz, estallarías a llorar como una nena.
Así que salís a dar una vuelta por el barrio, que tal vez no conocés bien, en busca de un chino o kiosco abierto para comprarte una cerveza. ¡Te la has ganado, a costa de autosacrificio! Sos un adulto, nuevamente soltero, con tu vida y tus minutos completamente en tus manos, y todo el derecho del mundo a agarrarte una buena tranca en ese departamentito de mierda. ¿Qué es lo peor que te puede pasar? ¿Ir a trabajar con resaca?
Te lleva un rato salir, ya que desde la puerta vez el conjunto de “muebles” (¡ja, ja!) y lo que ves no te gusta nada, y hacés una vana parodia de reorganizaciuón, redistribución y redecoración, consistente en correr el grupete de una pared a otra, evaluando si conviene que esté todo frente a la ventana o paralela a ésta. Una especie de feng shui de bajos recursos. Mirás cómo queda el conjunto y te autoafirmás la “mejora” con un sacudón de cabeza y expresión fruncida.
Cuando por fin encontrás un kiosco que se digna a vender bebidas alcohólicas te das cuenta de que luego de la mudanza y gastos de equipamiento mínimo (porque tampoco te llevaste dentìfrico, papel higienico ni cortina de baño) te quedan unas monedas en el bolsillo que no te alcanzan ni para una Quilmes tibia.
Y ahí ves de cuerpo presente una de las características de tu nueva realidad: Tenés toda la libertad del mundo para hacer lo que se te viene en gana, pero ni un centavo para llevarlo a cabo.
Bienvenido al Infierno de la Separación.
martes, 17 de septiembre de 2013
¡Describen los pimeros instantes del Hombre Separado!
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario