martes, 12 de marzo de 2013

Famosos Muertos: Una modesta proposición


Hace un tiempo falleció el legendario Jean Giraud, más conocido como Moebius, el genial dibujante francés creador de Harzack, The Long Tomorrow, el Teniente Blueberry y co-editor de la revoucionaria revista francesa Metal Hurlant, un ícono insoslayable de los años 80. Como suele ocurrir, su muerte ha significado un verdaderro sacudón entre periodistas y aficionados y, que se apresuraron a escribir homenajes al genio y a reproducir sus viñetas e ilustraciones en las redes sociales.



Para peor no hay semana en que no la palme alguno. Los oradores de entierro ya empiezan a repetirse, a quedarse sin guión. Incluso tienen que empezar sus elegías con alguna referencia a la plaga de decesos, diciendo cosas como “ah, oh, qué año que estamos teniendo, primero se fue X, después Y, ahora Z, el último que apague la luz, etc”. Si a esto le sumamos el hecho de que gracias a Internet cada vez hay más famosos me temo que en unos años nuestra vida se transformará en un responso continuo y permanente. Entonces la noticia consistirá en que no se murió el artista Fulano y que el músico Zutano sigue con vida.



Pero más que los famosos muertos, que en definitiva no tienen el 100 % de la culpa de morirse, lo peor son sus llorones y lloronas. Maulas sin corazón que recibieron la muerte de su tío Osvaldo con una perplejidad indiferente, ahora se jactan de haber soltado varios kilos de lagrimones ante la muerte de tal o cual ídolo popular. Y entonces pegan en sus blogs o Facebooks algún video, alguna foto, algún dibujo del finado, “para seguir honrando y perpetuando su memoria hasta el fin de los siglos”.



Se me ocurre que hay un error de concepto en estos homenajes basados en la reproducción compulsiva y viral de la obra del muerto. Repetimos youtubazos o frases célebres porque porque es cómodo, porque nos bajamos la película de Cuevana o copypasteamos el libro digital. Y ya conocemos cómo funciona la oferta y la demanda en la mente humana. Cuanto más accesible es algo, su valor baja estrepitosamente. En definitiva, los homenajes continuos y sostenidos solamente convierten la obra del famoso en un libro de mesa de saldos.



Propongo invertir la lógica de estos mal llamados homenajes: Así como los emperadores de la antigüedad que exigían que junto a ellos se enterraran sus tesoros, caballos, esclavos y esposas, deberíamos destruir completamente la obra del famoso muerto. Que no quede nada, reducir a cenizas hasta la última canción, el último opúsculo, el último archivo mp4. Imaginate que mañana se muere, no sé, Paul McCartney (me veo obligado a usar un famoso extranjero, a ver si se me muere uno de por acá y todavía me echan la culpa). ¡Bam! Quemamos toda la obra del ex beatle, y de paso todos tus hermosos recuerdos asociados al tipo. ¿Así que debutaste escuchando “Let it be”? Bueno, te cuento, no la vas a escuchar más. ¡Se murió McCartney, se murió Let it be, y si me presionás, se murió un poquito tu debut! ¡Tu ídolo no vive más “en todas las hermosas canciones que escribió” (y que habitualmente llevás en un rincón polvoriento de tu mp3): Se murió enterito! Ahí te quiero ver, llorón. Ahí sí vas a poder compartir un mínimo sentimiento de pérdida con los deudos de verdad. ¡ESO es un duelo!



Tal vez chillen un poco los herederos, que pensaban vivir como pachás gracias a las regalías de sus padres, pero al mismo tiempo le estaremos haciendo lugar a los artistas jóvenes. No sólo eso: tendrán la total libertad de escribir de nuevo los libros y canciones que no nos dejaron los muertos y que hasta ahora no podían escribir (¡porque ya estaban escritas!). Porque, ¿cuál es el verdadero objetivo de morirse sino dejarle un poco de espacio a nuestros hijos?


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