Mucha agua ha corrido bajo el puente luego de mi último encuentro con el Maestro P. Tengo que confesar que los numerosos desplantes y excentricidades del Maestro me habían dejado un sabor amargo en lo que hace a nuestra relación periodista-entrevistado. A veces un carácter difícil hace que el genio y el talento de una persona pasen a un segundo plano; también hacen que una envie anónimos amenazantes y practique el vudú con la imagen de esa misma persona. No lo digo por mí, me contaron. Pero las últimas noticias sobre el Maestro, la terrible enfermedad que es de público conocimiento, su posterior cura milagrosa, el incendio de su casa .y su posterior reconstrucción- la muerte de su padre a la edad de 102 aÑos .y su insólito e inesperado resucitamiento-, más los sucesivos intentos de asesinato que ha sufrido P., con ninguno de los cuales, aclaro por si es necesario, he tenido nada que ver han hecho que reviera mi posición.
Entiendo que esta sucesión de desgracias han operado un cambio sobre el carácter otrora un tanto arrogante del Maestro; se dice que este P. es un P. más sabio, más sereno y sobre todo más humilde. Y esta humildad es la que se refleja en su actualmente austero hogar; noto que el retrato alegórico de 10 metros por 8 en el que el Maestro aparecía reinando sobre el mundo de las Letras, con los cadáveres de Cervantes, Shakespeare y Dostoyevsky a sus pies ha desaparecido. Lo mismo la treintena de premios literarios que deslumbraban la vista desde una vitrina que, mediante una serie de artilugios ópticos y espejos en combinación con una particular distribución de los muebles, siempre quedaban frente a los ojos del visitante.
Maestro, le tengo que decir que se lo ve cambiado. Y para bien.
P: Gracias, nena, gracias. Pero no sé si son importantes los cambios personales de este viejo y sencillo contador de historias.
Hablemos entonces de lo que está escribiendo ahora, ¿le parece?
P: Y. No sé. No puedo decir que sea importante lo que este humilde manchapapeles esté haciendo ahora. No sé si vale la pena que perdamos toda una tarde hablando de mis veleidades de escritor. ¿Vale la pena?
¡Usted dirá, Maestro!
P: ¿Sabés qué pasa? Yo cambié mucho. Cambios personales, cambios profundos. Yo, por encima de un escritor o un contador de historias, me considero un ser humano, ni mejor ni peor que los demás. Antes me podía ponerme a hablar horas y horas sobre alguna pavada que estaba escribiendo. Pero ahora, habiendo tanta literatura y tan buena, me veo frente a los Grandes y los no tan grandes, y me pienso sólo como un pequeÑo animalito intentando de hacer un poco de ruido; tratando de que su presencia no le pase completamente inadvertida al mundo, y sin saber si soy capaz de lograrlo. Pero no sé si es importante que hablemos de mí y mis cambios personales, ya que yo no soy más que un narrador, un humilde narrador igual que el tío Jorge contando anécdotas en una fiesta.
Bueno, entonces cuénteme de qué se trata la novela que está escribiendo.
P: (Menea la cabeza) Es que lo que yo escriba. No sé si da para tanto.
(Me empiezo a impacientar) ¿Y de qué quiere hablar entonces, Maestro?
P: No sé, no es importante de qué quiera hablar yo, ¿entendés?
¿Qué hago? ¿Me voy?
El Maestro ríe, pero con una risa franca, benévola, que nunca le había escuchado antes. Poco tiene que ver con el provocador de antaÑo, con la lengua afilada lista para arremeter contra las vacas sagradas de la literatura. Ya poco queda del erudito al que le gustaba enumerar los cientos de nombres y obras que había leído, dejándome apabullada y preguntándome cuántos de esos nombres eran fruto de su imaginación. Y nada queda, por suerte, del viejo asqueroso que me decía guarangadas. Ahora me recuerda a mi abuelo. A pesar de que la entrevista se hace cuesta arriba, reconozco que la compaÑía es más agradable.
P: Yo he encontrado que la vida es más llevadera cuando uno deja el ego de lado. Cuando descubre su poca importancia, cuando uno se da cuenta de que es alumno, no maestro, y que va a seguir siéndolo toda la vida. Yo he tenido que volver a empezar a leer de cero; trato de aprender de la lieratura que leía en mi infancia, de Verne, de Twain, de Salgari; aprendo hasta del más pequeÑo volante anunciando una rotisería que me entregan en la calle. Porque allí hay una sabiduría terrenal que yo, a mis 87 aÑos de edad, todavía no he llegado a intuir.
¡Qué interesante, maestro!
P: (Baja los ojos, humildemente) No, no, no es interesante. Es aburridísimo. Me avergüde esta perorata. ¿Quién soy yo para evaluar qué merece ser considerado fuente de sabiduría o no? Sólo soy un humilde aprendiz del arte de garrapatear letras. No. Hablemos de otra cosa. Hablemos de vos.
¡Ay, Maestro, pero los lectores se van a aburrir!
P: Por favor, no hay peor cosa que la falsa modestia. Estoy seguro de que vos, una piba tan capaz, debe tener cosas escritas mil veces más vivas e interesantes que la de este viejo y humilde contador de cuentos. ¿Escribiste algo?
Bueno, yo soy periodista, me concentro más en la.
P: ¿Y ese papel que te sale de ahí de la agenda? ¿Qué es? ¿Una poesía?
Bueno, bueno, sí, pero es algo privado, apenas soy una aficionada, no es como para.
P: Leémelo. Estoy seguro de que estos versos nacidos del corazón, escritos por una mano joven, entusiasta y talentosa, tienen más jugo, más vida y capas de significado que las trivialidades que pueda pergeÑar este propagador de ficciones viejo y cansado.
Bueno. Si insiste. .La silueta de mi amado / ensombrece las límpidas callejas de la ciudadela de mi Alma / porque Tú / (y sólo Tú) / sabes atrapar los momentos / grandes / pequeÑos / y toda la frescura del Mundo / que en una Sola Palabra (y única) resumen / mi Significado / la Nieve / el Tiempo / y mi nariz.
P: .
Bueno, tengo que trabajar un poco el final. Lo de la nariz.
P: ¿Eso lo escribiste vos?
Bueno, sí.
P: ¿La verdad? ¡Un de-sas-tre! ¡Y sos una profesional de las letras! ¿Es una joda?
Bueno… Le dije que soy una aficionada, Maestro.
P: ¡Pero pensé que por lo menos ibas a hacer algo con algún sentido, o algo más o menos no desagradable al oído! Algo no horrible. No, porque yo me consideraba un autor humilde, modesto, etc. pero lo tuyo es diez veces peor. En serio te lo digo. Y mirá que hay que ser malo para ser peor que este humilde e inservible rascador de papeletas sin valor. ¿Así escriben todos los pibes de tu generación? Porque ahora voy entendiendo la lamentable decadencia de la literatura argentina.
Hablemos de otro tema, ¿le parece, Maestro?
P: Sí, sí, mejor. (Resopla) .La silueta de mi amado.. ¡Mamita querida!
¿Qué opina de Trampas de lo Inevitable, el último libro de cuentos de Ricardo Barboza?
P: ¡Uh, una cagada!!! ¿Así que eso es del .Richi.??? ¿Esa mierda en moto la escribió él? Ahhh, se superó, eh. Leí una parte en la EÑe cuando fui la otra vez a mi dentista y me hicieron dar ganas de que me empiecen el conducto cuanto antes. ¿Pero en serio que eso es de él? Pará. ¿En serio que eso es literatura? ¡Yo pensé que era un experimento literario donde agarraban una pila de excrementos humanos, los pasaban por una máquina y ésta los traducía en forma de letras! Ah, pará, entonces al final no soy tan modesto e insignificante. Porque yo tendré mucho que aprender pero todos los demás, todos todos todos, el resto digamos es bastaaante peorcito, eh! Empezando por vos y Barboza.
¡Cálmese, Maestro! Tampoco puede generalizar.
P: (Toma un ejemplar de .Rosaura a las diez. que encuentra en su mesita) ¡No, en serio, dejate de joder! Mirá esto. Una novelita policial y van y hasta le hacen una película. ¡Y esa es la literatura argentina! Y bueno, en el país de los muertos el moribundo es el rey. ¡Soy el Rey! ¡Soy el Campeón! ¡Soy un humilde narrador de historias Emperador del Mundo de las Artes, surgiendo de entre los cuerpos inertes de los escritores de mierda, sí, de-mier-da como una figura Angélica, como un Dios Esplendente, Vengador y Terrible dispuesto a pisotear sus cráneos como quien mata los caracoles que se han enseÑoreado de un jardín, listo para arrasar con sus cosechas, robar sus caballos, matar a sus hijos y apoderarse de sus mujeres, que luego, abandonadas a un costado del camino, vivirán aÑorándome luego de haber sido gozadas impúdicamente!
Me alejo de la casa del Maestro pensando en la humildad de los verdaderamente grandes y en cómo una gloria de la literatura como P. ha sabido evitar las dos cosas: la humildad y la grandeza. Y pensando cómo, aún con esa cintura, no pudo evitar el rociamiento de gas pimienta que saqué de mi cartera (me alteré un poco durante su soliloquio). Y por fin, pienso en la silueta de mi Amado, ensombreciendo las límpidas callejas de la ciudadela de mi Alma.
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