Acabo de darme cuenta que desde hace mínimo tres aÑos que no sé de una mujer que haya recibido un bombazo de agua de parte de algún grupo de gamberros.
Sin gusto por los disfraces, y con la ausencia total de ritmo que nos caracteriza, el único ritual, el único fetiche, el único resabio de paganismo salvaje que nos unía al Carnaval estaba representado en estos pequeÑos receptáculos de agresión hídrica. Servía además para que los niÑos definieran sus inclinaciones sexuales, ya que la tradición marca que el bombazo es una especie de sutil y no siempre comprendido piropo, lanzado a los miembros de nuestra especie que nos atraen.
Esta desaparición, y no la muerte del corso, marca el fallecimiento del Carnaval PorteÑo.
Me puse mal.
Miren estas lindas películas.
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