AL HACERLE NOTAR –COMO SI ESO NO FUERA EVIDENTE- QUE SU PERRO “EL NEGRO” ESTABA LADRANDO INDIGNADÍSIMO A ALGUNA ENTIDAD INVISIBLE DEL OTRO LADO DE LA MEDIANERA y llamarme la atención que al mismo tiempo movía la cola, mi amigo Martín Z. me explicó algo así como “creo que él no sabe si está enojado o contento. Para él son sensaciones parecidas”.
Llamémosle a esto “Emoción Perro”: una sensación de excitación, estimulante y generadora de hormonas, proveniente de los agentes externos más variados, que pueden variar de “los tiros y flechazos de la insultante fortuna” a las mieles del amor o la amistad, pero que para la primitiva mente del perro se apelmazan en un cúmulo similar (“Guau, guau”).
Algo similar se describe en la novela “Goldfinger”: James Bond se da cuenta de que su enemigo Golfinger ha descubierto su identidad secreta, y de que éste está haciéndoselo saber sutilmente para jugar con sus nervios. “Lo que Goldfinger no sabía”, nos cuenta Ian Fleming, “es que Bond se sentía mejor y más pleno en un estado de permanente tensión”.
Bueno, así es más o menos como siento que he llegado al fin de este año, donde la pasé horrible y la pasé de maravilla, todo salpimentado de conflictos permanentes, trámites engorrosos, deudas impagables, exceso de trabajo, infinidad de temas a solucionar y momentos Kodak. La sensación final, sin embargo, no se me presenta como un promedio entre cosas horribles y cosas agradables, sino como una saludable “Emoción Perro” o “Tensión Bond”, bastante más placentera que la que he tenido en años pacíficos y embodriados (obviamente el secreto son los ingredientes positivos: si estuviera enfermo, desocupado y solo como un hongo no me estaría haciendo el gallito).
La moraleja que le puedo sacar a todo esto es que evidentemente no es la papa buscar la tranquilidad y la comodidad, y que esos playboys millonarios amantes del paracaidismo –o de jugarse todo en demenciales operaciones de Bolsa- tienen sus buenos motivos para no estar todo el día rascándose el higo, como fantasea el común de los mortales –que vengo a ser yo. O sea, hay que buscar la felicidad pero con moderación. Si tenés demasiada suerte, de vez en cuando tenés que generar “pequeños engorros”: Algún negocio destinado al fracaso, algún favor del que te vas a arrepentir, algún plan chino, alguna frase desafortunada, alguna consulta con el odontólogo; con la esperanza de que además todas estas desgracias rendirán algún tipo de fruto.
(Sé que esto es lo contrario del Zen y el equilibrio y la filosofía oriental etc. -e incluso con la Irrefutable Ley del Mínimo Esfuerzo- pero para mí que esos chinos eran unos chantas y a la noche se daban con todo el opio que encontraban o se dedicaban a la tortura china -que allá le dicen “tortura”, nada más. Y aparte nací de este lado del meridiano, qué tanto)
En fin, todo este moplo inleíble para desear al lectorazgo no “felicidad” ni un “feliz año nuevo” ni “muchas felicidades”, que ya he demostrado que son un bodrio: ¡Les deseo un año lleno de “Tensión Bond”!
martes, 27 de diciembre de 2011
¡Macabra reflexión sobre el Feliz Año Nuevo!
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