Sólo para conformar a los resentidos dispépticos con aburridos y rutinarios trabajos de oficina que no tienen la más pálida idea de que la ética artística es, para algunos afortunados, uno de nuestros orgullos más grandes, aclaro que ni yo ni Di Benedetto habíamos leído este relato de Hernán Casciari . Y por supuesto, menos aún, sus comentarios (como si alguien los leyera!)
Post Data: Creo que en el artículo contra los comentaristas me quedé corto.
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