Según un studio científico, es posible curar el hipo mediante un tacto rectal. ¡Mirá vos! (Fuente: El libro “Disgusting Things: A Miscellany”, de Don Voorhees. Probabilidades de exactitud: 200 %%, por libro. Y porque no tengo hipo)
jueves, 28 de febrero de 2013
Dato 4.858: Cura para el hipo
martes, 26 de febrero de 2013
¡Larga vida a Bollini!
¡Cumple nada menos que 100 años el gran Bollini y el mundo del humor gráfico se viste de fiesta, tanto más en este casocuando el creador de tiras ya legendarias como Y entonces le dije… y ¿Y por casa cómo andamos? sigue lúcido, en actividad y con más trabajo que nunca!
Cuando otros dibujantes, víctimas del cansancio o los deterioros del tiempo ya se asumen retirados o directamente seniles, Américo Gerardo Bollini no sólo continúa con su habitual ritmo de actividad (recordemos que Bollini tiene el impecable récord de ser el único dibujante con cinco tiras diarias simultáneas, tres de ellas en en el mismo diario y en la misma página) sino que suma una nueva novedad nacida de su inagotable fuente de cratividad: La tira Despacio que estoy apurado, donde refleja, una vez más, los vicios, delicias y contradicciones de los argentinos.
“Les propuse la idea a los del diario y les gustó”, explica con la sencillez de los grandes el centenario dibujante. “Ahora ya tengo cuatro tiras en la misma página, ¡sólo espero que la gente no se canse de mí!”, murmura con modestia. Si bien quién sabe si su deseo será factible de cumplir (el correo de lectores del matutino El Vocero está atiborrado de cartas e intimaciones donde se reclama casi con desesperación que se jubile al artista lo antes posible), es digna de admiración la energía del provecto humorista, que hace decir, incluso a sus más encarnizados detractores, “qué bárbaro llegar así a esa edad”, o “parece que hizo un pacto con el Demonio”, o bien “yerba mala nunca muere”.
“El Viejo es un caso único”, sonríe, no sin algo de amargura, el talentoso dibujante Borianski, convocado hace unos meses por El Vocero para preparar una tira “en caso de que la Naturaleza siga su curso normal”, como le explicara un jefe de redacción que prefiere permanecer en el anonimato. “Con el entusiasmo dibujé como trescientas tiras –que no puedo publicar en otro lado por un tema contractual- e incluso me adelanté a sacar un crédito hipotecario”, explica el joven historietista, “pero se ve que hay Bollini para rato. Es un caso único, un caso único”, repite, ya sin visos de sonrisa alguna.
Con menos filosofía aún se lo toma Catuchu, el sexagenario creador de Morrulio & el Sapo, cuyo contrato con El Vocero terminó abruptamente hace unas semanas. “Me dijeron que mi tira estaba un poco demodée, y no va que al otro día me entero que en mi lugar pusieron otra tira del fósil impresentable ese. Una vergüenza. No sé cuántas veces hizo ya el chiste de la mina tetona y la caja fuerte. Que te quede claro que les estoy metiendo un juicio de aquellos”. El chiste de la pechugona y la caja fuerte que menciona Catuchu, es menester decirlo, ha aparecido en diversas ocasiones en sus cinco tiras tradicionales (incluso en una de ellas apareció a razón diaria durante unos quince días) y por lo que se puede ver en la primera semana de Despacio que estoy apurado, amenaza con no resignar protagonismo.
“Es posible que después de ochenta y tres años de trabajar en esto me repita una y otra y otra vez, pero son los gajes del oficio, le pasa a todo el mundo”, explica Bollini con su tonito de exasperante humildad, para luego lanzar un inesperado dardo: “Lo que pasa es que algunos no se bancan que uno tenga más de un éxito, que pueda perdurar en el tiempo, y sobre todo, no me perdonan la amistad que me une con ‘Yoyo’ Días Sierra” (fundador de El Vocero, que por estos días sopla noventa y ocho velitas). Una amistad mucho más importante que cualquier prurito profesional o saber dibujar Photoshop o esas cosas de los pibes de ahora”, amaga con indignarse el anciano.
Pero, ¿alcanza con una amistad personal para explicar el por qué los anticuados chistes de suegras, cajas fuertes, oficinistas y efemérides de Bollini continúan impregnados en el imaginario colectivo de los lectores argentinos? “Yo creo que sí”, dice S., un dibujante que prefiere mantener el perfil bajo. “No los lee nadie. El tipo es uno de los más grandes responsables de hundir el género en el país, hay todo un estudio hecho al respecto, con cifras y testimonios y todo. Y no te hablo de la generación de dibujantes agazapada que está esperando que la palme, incluyendo muchos que ya se les pasó el cuarto de hora y tuvieron que dedicarse a la publicidad por culpa del Gilgamesh de mierda este.”
Polémicas, egoísmos, cuñas y miserias personales aparte, lo cierto es que el gran Bollini no detiene su marcha; un ejemplo de dedicación al trabajo, pasión y genética envidiable que todos deberíamos imitar. ¡Que su ejemplo de perseverancia nos ilumine por siempre!
O, en las palabras levemente alucinadas de Borianski: “No se muere más. Es un caso único, un caso único. No se muere más. No se muere más (llanto)”
lunes, 25 de febrero de 2013
¡Lanzan lineamientos básicos de realización de Graphic Novel!
La otra vez charlando con Lucas Nine elaboramos algunas reglas de novela gráfica, y yo luego agregué otras:
La novela gráfica debe:
-Estar hecha en blanco y negro
-Tener temática semita (con judíos, palestinos o iraníes)
-Ser gorda (claro, si no no sería una novela)
-Tener dibujos irónicamente sencillos e infantiles.
-En su defecto, tener dibujos sinceramente oscuros y torturados.
-Tener muchos cuadros donde el protagonista camina en silencio. O toma café en silencio. O está tirado en la cama, en silencio. Estos cuadros son el equivalente gráfico a no hablar mucho para no parecer tonto.
-Está bueno que haya edificios feos y viejos, y que todo transcurra en un paisaje gris y estéril. Descarte la idea de hacer una novela gráfica que transcurra en una playa del caribe.
No debe:
-Tener onomatopeyas.
-Tener dibujos sinceramente sencillos o infantiles.
-Tener personajes que hablen con muchos signos de admiración.
-O que se desmayen haciendo “¡Plop!”
-O que cuando ven una mina medio tetona se les escapen los ojos de las cuencas del cráneo, que están agarrados a éste por medio de unos resortes.
-En realidad, no es bueno que haya minas tetonas en las novelas gráficas.
-O que sobrevivan a ser aplastados por una caja fuerte. El personaje de novela gráfica, si es aplastado por una caja fuerte, se muere.
-Tener narices desproporcionadamente grandes, que superen cinco o seis veces el espesor del personaje.
Y así.
-Tener narices desproporcionadamente grandes, que superen cinco o seis veces el espesor del personaje.
domingo, 24 de febrero de 2013
Mi problema con Dickens
Si algo me gusta del anglosajón es la práctica cordial y humanitaria del cinismo; ese cinismo afable que campea en las relaciones de amistad, donde aceptamos los horribles defectos de nuestros seres queridos a cambio de que ellos acepten los nuestros; ese recreo, en fin, de los valores morales absolutos. Un Stevenson, por ejemplo, te explica que todos somos Jeckyll y Hyde, o que parte de la maduración personal es que un pirata cojo te enseñe las miserias del mundo. Ese es el Londres victoriano que me gusta: el Londres de caballeros de galera que se entregan hipócritamente a los vicios más inmundos, de calles adoquinadas donde prostitutas desdentadas y gordas cantan en las tabernas, y eventualmente son asesinadas por caballeros victorianos enloquecidos por la sífilis (O sea, me gusta en la literatura, para vivir me gusta vivir en un lugar lindo con pastito y penicilina).
No me gusta, en cambio, el Londres victoriano de denuncia social y buenos sentimientos de Dickens. No he venido hasta aquí, hasta un libro, con todo el quilombo que es sentarse a leer, para que me enseñen que hay que ser bueno y generoso con los desafortunados, para que pretendan conmoverme con el desgraciado destino de niñitos abandonados, rengos y hambrientos.
Convengamos además que el autor que apela a niñitos indefensos y los hace pasar por desgracias interminables, habiendo tanta cosa para contar, tiene una cosa de sádico, de enfermo. De aprovechador. Condición que disimulan más tarde con un final feliz, pegado allí con moco para no despertar sospechas y que el FBI no te revise las búsquedas de Internet.
No sé si es por esto que odié “Oliver Twist”, o por sumirme en un aburrimiento insoportable, por su visión santurrona y lacrimógena de la existencia, por decir “el judío” 137 veces para describir a Fagin, el jefe de los ladrones (cosa que aparentemente ya era considerada antisemita en su tiempo) o por su creencia en la delicadeza de espíritu hereditaria.
Pero más allá de todo esto tengo un problema, un problema ético-narrativo, digamos, un conflicto con “Oliver Twist” que no termino de resolver. Como todos ustedes saben, los problemas del desgraciado Oliver terminan cuando Mr. Brownlow, un rico propietario inglés al que el chico conoce por completa casualidad decide investigar su pasado, descubrir el origen noble de Oliver y por fin, adoptarlo. Esto es lo que se conoce como un Deus ex Machina y se supone que es un pecado mortal literario: la salvación por parte de un agente totalmente externo y casual. Para ser sinceros el 90 % de las historias que leemos o miramos terminan así. Por ejemplo, Jurassic Park. Pero alcanzaría para decir que Dickens es un chanta y promulgar un decreto de su eliminación de las listas de clásicos.
Ahora, hete aquí que esta podría ser una excepción: en realidad, Dickens nos está cantando una realidad social amarga, más amarga que la existencia de orfanatos sórdidos o judíos malvados que comandan bandas de niños ladrones: en un sistema económico clasista y de nula movilidad social como la Inglaterra Victoriana –o infinidad de sociedades del reino neoliberal-, es IMPOSIBLE escapar de la pobreza a menos que un millonario venga y te adopte, o que te saques el Quini.
Y este aparente final feliz está en realidad aceptando un destino tan trágico, tan decepcionante e impotente, tan alejado de la idea de autosuperación personal, que, fíjense la voltereta que nos hace dar Dickens, volvemos a toparnos con el tan acariciado cinismo anglosajón. Y eso es lo que más me arruina la vida: que no puedo terminar de odiar a un autor tan retorcido. Tampoco es que a él le importe gran cosa.
sábado, 23 de febrero de 2013
Pierre Lagardain: La crítica como Arte
Eran tiempos felices en la historieta francesa. Autores extraordinarios como Goscinny, Mezieres y un incipiente Tardi vendían millones de ejemplares y proyectaban internacionalmente sus bandes dessinées. Era también un buen momento para la crítica de historieta: Había críticos para todos los gustos, desde el populachero Henri Lomax, que culminaba todos sus artículos con un expresivo “Putain!” con el que se ganaba al público menos sutil, hasta Paul De Versailles, que pretendía hacerse el original reseñando historietas inexistentes (una idea que fracasó a los pocos meses por lo burda y remanida).
Pero ningún crítico era tan respetado como Antoine Lagardain. Desde su columna en la sección Cultura Gráfica de Le Monde encumbraba o destruía carreras con seguridad pasmosa. El “Cardenal Mazarino de la Crítica de Historieta”, como se lo llamaba con religioso temor, era quien marcaba el paso del Tout-Paris del cómic galo. Él fue quien decidió que los Pitufos ya no estaban más en el candelero (lo que obligó al desafortunado Peyo a abrirse camino al mercado americano y ganar millones de dólares), y quien encumbró al joven Lauzier. Con rigor casi científico, Lagardain era despiadado pero justo.
Por eso sorprendió un poco la crítica envenenada con que recibió la publicación de Alalakh, l’hitite, del dibujante Morandot, una joven promesa oriunda de Córcega que había irrumpido en la revista de comics Le Salopard con un estilo innovador y refescante. Sin embargo, en su primera crítica dijo que “la historia es más pueril de lo que nos tiene acostumbrados el no muy iluminado Morandot, y su estilo de dibujo huele a naftalina. Es de esperar que su propuesta madure con los números subsiguientes o que siga el destino de los frutos que maduran demasiado.”
Morandot tragó saliva al leer esta crítica, y debió tolerar que el editor de Le Salopard le impusiera un guionista, pero lo tomó como parte del aprendizaje. Sin embargo no fue suficiente para Lagardain. A la semana siguiente de publicado el segundo capítulo, elogió el guión pero sugirió que “no se sabe si Morandot es demasiado joven o demasiado inepto, o ambas cosas. Una se supera con el tiempo, la otra no se sabe. Pero en todo caso no es al lector a quien debe castigarse por su impericia, y no me refiero sólo a que sus caballos parezcan jirafas o perros o quién sabe qué”. Morandot pensó en llamar al crítico, pero el editor le pidió un poco de humildad, y le sugirió asistir a un taller de dibujo para ajustar alguna tuerca.
Morandot le hizo caso a su mentor. Hay que decir que a sus modestos 22 años su técnica era muy superior a la de varios consagrados, pero eligió la moderación y la paciencia. No fue el mismo caso de Lagardain, que en su siguiente crítica destrozó completamente los esfuerzos del dibujante: “¿Es lícito dibujar con la poronga? Si es así, tal vez Morandot (¿o deberíamos llamarle Pelotudot?) haya inventado un nuevo arte que puede ser el comienzo del fin de la Civilización (…) dibujar como un perro debería ser castigado con la pena capital, y estrenar esta condena con el hijo de puta de Morandot (…) torturarlo sería poco, después de la tortura a la que somete a los lectores de su mierda (…) retardado (…) horrible (…) asqueroso (…) ganas de vomitar.”
Furioso, Morandot habló con su editor para decirle que no quería causarle problemas pero que estaba saliendo a la redacción de Le Monde para utilizar su cuerda de ahorque (tradicional arma de la mafia corsa) con el crítico. La respuesta del editor fue decepcionante: Le explicó que no se lo recomendaba, pero que de cualquier modo tenía libertad total, ya que Alalakh, l’hitite había sido discontinuada. Lagardain le había abierto los ojos y no podía publicar en la revsta un producto de tan mala calidad.
Morandot salió rumbo a Le Monde, pero sus pasos lo llevaron a la redacción de Le Salopard, mientras practicaba el movimiento de muñeca tan propio del instrumento de muerte de sus ancentros. Irrumpió en la oficina de su jefe para encontrarse con una desagradable sorpresa: Lagardain se hallaba allí, mostrándole al editor unas planchas de Alalakh, l’hitite dibujadas por el propio crítico. Aparentemente ser dibujante de historietas había sido el sueño de su vida y consideraba que estaba a la altura del proyecto; el editor estaba de acuerdo, especialmente después de leer la extraordinaria y favorable crítica anticipada escrita por Lagardain.
Después de un confuso episodio policial y tras pasar unos treinta días en prisión, Morandot volvió a Córcega para dedicarse a la cría de asnos junto a su padre. En cuanto a Alalakh, l’hitite dibujado por Lagardain, fue uno de los más arrasadores éxitos de crítica de la historia de Francia, aunque Le Salopard debió cerrar tres números más tarde debido a una brusca baja en las ventas.
viernes, 22 de febrero de 2013
El Virus Zombie, nuestra última esperanza
Si a una persona menor de 30 años se le explica que en los cines de antaño los espectadores (que se contaba por cientos) aullaban, gritaban y pateaban el piso para demostrar entusiasmo, seguramente creerá estar ante una exageración, propia de un anciano nostálgico (o alguien que ha visto demasiadas veces “Cinema Paradiso”). Sin embargo exactamente esa escena apocalíptica, impensable hoy, se vivía no en 1956 o 1965, sino en 1985, si uno asistía –por decir algo- al estreno de “Los Cazafantasmas”. El público pataleaba, se gritaba cosas y batía palmas al ritmo del tema de Ray Parker Jr.
Ignoro por qué motivo, esta alegría, este comportamiento incívico y –por usar una palabrita de moda en esa época- “tribal” desapareció con los años. El “espectador” fue reemplazado por su hermanastro reprimido, el “cinéfilo”, un tipo que te shushea con expresión adusta si hacés el más mínimo comentario durante una persecución de autos, no sea cosa que lo distraiga del “plano” o la “subjetiva” o alguna otra de esas criaturas legendarias. Las sombras de la seriedad y la etiqueta extendieron sus negras alas sobre lo que era un recinto de catarsis y diversión.
Pasó mucho tiempo hasta que volví a sentir este espíritu festivo en un cine; más exactamente hace un par de años, cuando fui al estreno de “Plaga Zombie 3: Revolución Tóxica”, de Farsa Producciones. Aullidos, aplausos para festejar una escena y gritos en voz alta acompañaron la película.
No es difícil entender por qué los encargados de resucitar el cine como fiesta hayan sido los Fabulosos Cinco: Parés, Sáez, Cornás, Muñiz, y Soria, especialmente si se ha sido participante de sus producciones, algo de lo que he tenido el privilegio. Los Farsa no pierden el tiempo con caprichitos, 34 tomas o dudas existenciales en mitad de un grabación. Hay en estos individuos una fuerza arrasadora que los habita, que no es exactamente “diversión” o “entusiasmo” (porque ya han superado la barrera del profesionalismo hace rato) pero que da como resultado estas virtudes cada vez más infrecuentes y que convierten en una fiesta todo lo que tocan.
La trilogía de “Plaga Zombie” es un resumen de todo esto, y sólo queda rezar para que sus monstruos logren infectar, junto con el Virus Zombie, un mínimo de su alegría al resto del letárgico cine de hoy.
Esteban Podetti, (a) Agente Especial del FBI James Dana
Ernesto Canessa, el humorista desubicado
¿Debe tener límites el humor? Esta pregunta, que linda más con la ética que con la teoría del Arte, tal vez no pueda responderse nunca; sin embargo, sí es cierto que cada época y contexto marca los límites acerca de lo que es lícito reírse o no.
Esto es lo que nunca terminó de entender Ernesto Canessa, dibujante uruguayo (emparentado lejanamente con el sobreviviente de los Andes) que en 1956 emigró a Buenos Aires con el objetivo de hacer carrera en el humor gráfico. Lleno de entusiasmo e ideales, se dirigió a la que era la revista más exitosa del siglo XX: Rico Tipo.
Canessa admiraba a Guillermo Divito como a un Dios, y se había enrolado casi con fervor militar en la “fórmula Rico Tipo”: construir un personaje dotado de una característica única y singular, y realizar infinitas variaciones sobre ésta, como ocurría con Fallutelli, Pochita Morfoni, Fúlmine, Purapinta, Amarrotto y otras grandes creaciones de la época. Intentando cubrir un nicho temático inexplorado, Canessa mostró a Divito las ciento cincuenta tiras que había desarrollado sobre su creación: El Agente Picanotti.
Divito leyó el material al principio con una sonrisa, luego con cierto azoramiento y finalmente visiblemente incómodo y se vio obligado a rechazarlo. La totalidad de las tiras giraban alrededor del Agente torturando presos comunes y políticos, o sobre las dificultades que se le aparecían para realizar su actividad. No precisamente era Divito un hombre con gran conciencia política, pero se daba cuenta de lo poco afortunado de la idea, sin contar que no era muy conveniente sacar a la luz el tema durante la dictadura de Aramburu. Canessa anota en su diario: “Hoy el Maestro me dio una verdadera lección de profesionalismo. Recibo sus duras pero justas críticas como una Unción Divina, que me servirán para seguir mejorando en la profesión y cumplir, algún día, con el sueño de integrar su staff”.
Meses después de duro trabajo, vuelve Canessa a la redacción con trescientas tiras de su nuevo personaje: Roberto Peganaifas, el marido golpeador. Las “humoradas” de Roberto y su esposa Coca, siempre con un ojo morado o el brazo en un cabestrillo, no le causaron a Divito la menor gracia. “Era raro ver a ‘Willy’ de mal humor, pero la conversación que tuvo esa vez con el pibe este Canessa fue bastante agria”, contó Guillermo Guerrero en una entrevista. “Con mucha paciencia le explicó que había temas con los que mejor era no meterse. Para orientarlo, incluso le pasó una lista de estos temas.” Leemos nuevamente en el diario de Canessa: “Bueno, me fue peor, no sólo me rechazaron a Peganaifas sino que voy a tener que desechar también la idea del personaje Arturo Violadori”.
Algunos temas se le escaparon a Divito de la lista, porque debió rechazar sus siguientes personajes: Cancerino, Racistio y Farinello el castrato. Sólo Patriotelli el antisemita, se coló en la revista durante uno de los viajes de Divito, aprobado por Emilio Borrás, un efímero secretario de redacción que militaba en la infame “Liga Patriótica”. Pero la gota que rebasó el vaso fueron las seiscientas tiras de Pederastio, un pedófilo asiduo a visitar la salida de las escuelas primarias. Divito por poco tiene un accidente cerebro vascular, los gritos que se escucharon en la redacción fueron legendarios, y desde entonces Canessa tuvo prohibida la entrada a la oficina. Las últimas líneas del diario de dibujante difieren mucho de las palabras de adoración del inicio: “Bueno, es obvio que el hijo de puta este me quiere cortar las alas. Envidia tiene el Divito de mierda este, envidia, no hay otra explicación, ¡envidia!”.
En realidad sí había una explicación: El desfasaje temporal. Quince años después, Canessa habría podido ser un maestro del Humor Negro. Cuarenta años más tarde, su trabajo habría sido considerado “Políticamente Incorrecto”. Pero la Rico Tipo de los cincuenta no estaba lista para esa temática. La otra explicación es médica: Canessa sufría de lo que se conoce como “Mal de Asperger”, un síndrome que impide registrar las sutilezas de la comunicación humana, y que al uruguayo no le permitía entender hasta dónde estirar las cuerdas del humor.
Meses después Canessa hizo un último intento, y para congraciarse con Divito intentó adularlo haciendo una referencia personal, enviándole por correo 1.256 tiras intituladas “Putarraccia, la madre de Divito”. Éste era un hombre práctico, y viendo la persistencia del joven dibujante decidió solucionarlo políticamente: le propuso a Canessa pagarle un modesto salario a cambio de que no volviera a mandarle un solo chiste más. El orgullo de Canessa casi impide el pacto, pero la necesidad de pagar el alquiler pudo más. A partir de allí desaparece Canessa de la historia del humor gráfico, aunque se dice que tuvo una vida tranquila y sin grandes sobresaltos.
jueves, 21 de febrero de 2013
Z., el Interventor
En las últimas décadas el mundo de las artes plásticas ha sumado el concepto de “intervención”. Consiste –a grandes rasgos- en agregarle algo a algo ya hecho. Por ejemplo, pegarle una calcomanía de “Hello Kitty” al David de Miguel Ángel sería una intervención. El autor de la misma sería el encargado de poner el sticker, y la obra pasaría a llamarse “Calcomanía sobre David de Miguel Ángel”. No está aclarado si este nuevo autor puede llevarse El David a su casa argumentando “No me llevo el David, me llevo mi obra, la Calcomanía sobre David de Miguel Ángel”.
En el mundillo de la historieta, en cambio, la “Intervención” existe desde hace años: Sus lectores suelen ser desprevenidos consumidores de historietas de segunda mano, que entre ejemplares impecables suelen comprar uno que otro decorado con garabatos infantiles o –con lamentable frecuencia- monstruosos órganos sexuales dibujados a birome sobre, por ejemplo, Archi o Nippur de Lagash.
Sus autores suelen ser adolescentes con mucho tiempo libre y escaso respeto por los cánones del Arte. Por lo general estos adolescentes crecerán, se harán adultos y comprarán algún comic de segunda mano, donde encontrarán penes garabateados dibujados por otros adolescentes, a quienes aquellos adultos putearán infinitamente, cerrando un Círculo de Justicia Poética y abriendo otro al mismo tiempo.
No es el caso de Z., el Interventor de Historietas Usadas.
“Z. es casi una leyenda entre los coleccionistas. Su trabajo se inicia a mediados de los años 70”, cuenta Andrés Zubieta, uno de los más importantes coleccionistas de cómics de todo el país. “Por lo que se ve en algunos ejemplares de ‘Domingos Alegres’, en esa época era sólo un niño, y dibujaba globitos donde les hacía decir disparates a los personajes.”
“Pero en estos ejemplares de ‘Patoruzú’ se ve que ya había entrado en la edad del pavo. Por eso está cubierto de penes de todo tipo, típicos de preadolescente”. Y por lo que se ve en esos gigantescos miembros asomando bajo la falda de la Chacha, un preadolescente con ideas algo confusas. Pero ya en esos penes se veía el nacimiento de un estilo, que sobresalía del vandalismo gráfico promedio. Sin contar con la firma “Z”., que aparecía en muchos de sus dibujos.
A mediados de los ’90, asiduos visitantes del Parque Rivadavia (y lectores de “Comiqueando”) comenzaron a rastrear las intervenciones de Z., y a convertirlo en una figura de culto. “De hecho, todo un apartado de mi colección abarca únicamente obras garabateadas por Z., que en algunos casos me parecen superiores a la historieta en sí”, cuenta Zubieta, señalando una colección completa del Corto Maltés llena de palabrotas, órganos masculinos y tetas (éste último detalle nos revela cierta maduración del artista), aseveración por lo menos polémica. “Bueno, a mí Corto Maltés nunca me gustó mucho, tiene demasaiado diálogo”, se justifica el coleccionista.
Es en esa misma época que Z. crea el personaje de Gurmencio, un sarcástico pene humanizado que ridiculiza a los héroes del cómic. En algunas historietas llega a vivir peripecias paralelas a las del personaje original, que transcurren a un costadito al fondo de la viñeta, trabajo que implica un verdadero esfuerzo narrativo (especialmente destacable es un ejemplar de “Skorpio” donde a lo largo de la historieta “Alvar Mayor”, Gurmencio se narra una compleja aventura que ni siquiera transcurre en la América de la Conquista, sino en una colonia de Marte en el año 2034).
Las historietas de Z. sufren un parate a principios de los ’90. “Creemos que se puso de novio, porque en las últimas de ese período aparecen algunas vaginas”, explica Zubieta. Si es cierto, la relación parece haber terminado de la peor manera: El personaje vuelve en la “Cóctel” de mediados de los ’90 con un estilo ya maduro, un poco “dark” y con un discurso de una misoginia violenta y bastante perturbadora. Z. da la impresión además tener mucho tiempo libre: la cantidad de ejemplares intervenidos en el año 1996 supera todos los cálculos (alrededor de 700, de los que se han podido contabilizar). En algunos no deja espacio en blanco sin llenarlo de Gurmencios superpuestos uno sobre otro, penes genéricos, rostros satánicos, amenazas de suicidio y los más variopintos insultos contra el género femenino, especialmente contra una chica llamada “Roxana” (cuyo teléfono aparece escrito más de 3.000 veces junto a frases que promocionan su habilidad para el sexo oral).
Pocos años después, las intervenciones de Z. vuelven a la normalidad y en algunos ejemplares de “Fierro” (la nueva época) se da el lujo de hacer experiencias gráficas y metalingüísticas, que han recibido excelentes críticas en Europa, aunque Zubieta extraña “los viejos penes que decían malas palabras, ahora me parece que se puso muy intelectual”.
miércoles, 20 de febrero de 2013
Ernesto Neto: ¿Artista o Genio del Mal?
A veces al más avezado crítico le fallan todos los planes: Por ej., el mantero amigo ha sido víctima de alguna traicionera inspección municipal, los críticos amigos se niegan a pasarnos sus notas argumentando que están en contra del plagio (actitud que en tiempos de software libre me parece de lo más conservadora) y además hay que pensar en algún paseo de fin de semana para los niños. Considerando que “El árbol de la vida” dura tres horitas y que me han dicho tiene unas escenas del Big Bang (un fenómeno terrorífico, que esperemos no vuelva a ocurrir), decidí esta vez pasarme al gremio de los críticos de Arte: por lo menos en una galería los retoños pueden correr, gritar y dejar el piso cubierto de papas fritas a su antojo. Así que “O Bicho SusPenso no PaisaGem” (en castellano, “El Bicho Suspendido no PaisaGem”), del brasileño Ernesto Neto, expuesto en el Faena Arts Center me pareció una buena opción. Más allá de la pesadilla que significa viajar hasta Puerto Madero, el disclaimer que rezaba “menores de doce años gratis” resultó un argumento estético decisivo.
Se trata de una enorme instalación / escultura interactiva donde el Arte con Mayúsculas y los salones de fiestas infantiles con minúsculas se dan la mano. Un laberinto tejido al crochet colgante, de dimensiones excesivas, cuyo “piso”, por así llamarle, está compuesto por miles y miles de “pelotas de plástico”, por así llamarles (una denominación más que apropiada, ya que se trata efectivamente de pelotas de plástico). La misma cubre la totalidad del salón y da un par de vueltas sobre sí misma, ignoro si a propósito o si porque Neto no calculó bien el largo de la galería. Mientras redactaba mentalmente la galería (“la obra de Neto es grande, a nivel tamaño”), tomé conciencia de un detalle no calculado: ¡el público recorría el interior de la obra, con el peligro –y sobre todo, el esfuerzo físico- que esto conllevaba!
Los concurrentes son obligados por el autoritario personal del Faena Arts Center (unos jóvenes estudiantes de Historia del Arte ataviados con inquietantes remeras negras) a quitarse los zapatos, que quedan junto a la inmaculada pared del pabellón sin supervisión alguna. Luego, son introducidos en el laberinto mediante veladas amenazas (ocultas tras lo que parece ser una sonrisa entre cordial y canchera) y forzados a realizar el recorrido. Nadie se salva: desde casi ancianas señoras de Recoleta hasta jóvenes turistas escandinavos (que en su idioma natal advierten que “esto significa la guerra”), pasando por indefensos menores de edad (por ej., mis hijos, a quienes –siguiendo las enseñanzas de Roberto Benigni- intenté mantener inconscientes de la situación).
Adentro, el Horror, el Caos y la Zozobra. Si atravesar el sistema digestivo de un ser Monstruoso y artificial creado por un demente habitante de allende el Amazonas, con los pies desnudos y encallecidos, sufriendo nuestro organismo cientos de consecuencias fisiológicas incalculadas debido al enajenado shiatzu ejecutado por inestables pelotas de goma es Arte, entonces el “Bicho” es la Capilla Sixtina. Si sufrir a los pocos minutos los infiernos de la Claustrofobia, la Sed y la Locura (como le ocurre a los personajes de Horacio Quiroga) es Arte, el “Bicho” es La Gioconda. Si llegar arrastrándose, con la ropa hecha girones, decidir si dejar a tras o no a nuestros compañeros de infortunio y evaluar si es momento de darle al canibalismo es Arte, el “Bicho” es todo Shakesepeare, todo Picasso, todo Mozart. El recorrido dura algo así como ¡diez minutos!, pero parecen quince. No es ésta, desde luego, la experiencia idelizada por el crítico de Arte pro-fe-sio-nal acostumbrado a las vernissages como Dios Manda, a mandarse una docena de saladitos y evaluar de reojo si el pintamonas de turno pertenece o no al Retromodernismo Imbecilista.
Habrá quien diga que exagero, que semejante descripción no cuadra con el pacífico entorno de caretismo puertomaderense y que tal vez debería retomar el gimnasio. Yo digo que no acostumbro mentir; y que si no hubiera tenido la honestidad periodística de confirmar mis turbulentas sensaciones, no me habría vuelto a subir al monstruo ese entre cuatro y cinco o seis veces más. Así que tengo razón.
Por fin, el tabloide explicativo repartido por los cancerberos del Faena insiste en que la obra de Neto es “lúdica”. Otra mentira. Si esto fuera verdad, no se habría rechazado mi propuesta de jugarle unos pesos a ver cuál de las jubiladas concurrentes se luxaba el tobillo primero.
Pomelo, el Espíritu del Rocanrol
Madrid, Noviembre de 2024
Conocí a Pomelo en plena Primavera Alfonsinista. Se respiraba libertad por primera vez en mucho tiempo y la noche porteña hervía de arte y locura. Una época en la que te podías compartir una ginebra con Luca Prodan en el Cemento, a la media hora bailarte un lento con Batato Barea en el Parakultural, y terminar vomitando clericó en el mismo balde que Fabiana Cantilo.
Y en una de esas noches inocentes, donde el HIV era una enfermedad ajena y la merca se consumía elaborada me encontré, en una de esas fiestas improvisadas a las dos de la mañana, con un joven ruliento y efervescente, la mirada oculta tras dos gruesos anteojos de sol, incapaz de hilar dos palabras con coherencia y que ya se había ganado un lugar entre los grandes, justo justo entre Miguel Abuelo y el Indio Solari. Lo recuerdo como si fuera hoy, tratando de meter el conejillo de indias de Pipo Lernoud en el lavarropas y gritando “¡Rocanrol, nenenene!”. Recuerdo también que era la primera vez que pronunciaba su famoso “grito de guerra”, y cuánto se lo festejamos los concurrentes.
Claro, era imposible para nosotros saber que este latiguillo derivaría, treinta años después, en una fulminante palilalia, el mismo tic oral que sufría Howard Hughes. En sus peores momentos –antes de su internación- Pomelo fue capaz de repetir “rocanrol, nenenenene” unas ciento setenta veces seguidas, para desesperación de su entorno. Se habló incluso de una groupie, que amenazó con tirarse por la ventana si Pomelo repetía la frase una vez más. Pomelo no la repitió una vez, sino cincuenta y dos; con el trágico resultado que le costara un juicio por homicidio culposo, del que salió libre pero emocionalmente desgarrado.
Pero me adelanto. Por entonces, Pomelo era la mezcla justa de consagrado y joven promesa: Tan exitoso como para permitirse todos sus caprichos, pero lo bastante lejos del sistema como para sentirse –con todo derecho- un verdadero rebelde. Fue un poco debido a la embriaguez de esos tiempos sin miedo ni compromisos que Pomelo decidió inscribirse en ese estado de adolescencia eterna que lo haría aún más célebre. Y que descubrió el hobby que años después lo convertiría en la cara de un conocido pegamento instantáneo: Romper cosas. Y fue en ese romper cosas que representaba, creo yo, su gran fragilidad emocional; una fragilidad que ocultaba tras la vida de desenfreno, las excentricidades y el desafío a la autoridad, En resumen: En el “bardo”, palabra que es casi un sinónimo de mi amigo Pomelo.
Una fragilidad emocional que tuve el privilegio de observar esa noche, décadas antes de que Pomelo fuera la superestrella en que se convirtió más tarde (de hecho yo estaba convencido de que se trataba de Daniel Melingo. Incluso recuerdo que le dije “Dani” toda la noche. Todavía me enoja un poco pensar que nadie me haya avisado). La manifestó, como decía, rompiendo algo. En este caso, una jirafita de cristal de la colección de Pipo Lernoud, a la que Pomelo le tenía bastante idea. “Sho sha sé que las jiraf-s son mud-s, pero vamus a fer si asta griita”, dijo, en su tonito de hablar tan característico, Y luego la pisoteó con sus borceguíes hasta hacerla añicos. Y en medio de las risas que lo rodeaban, pude ver cómo se bajaba los anteojos y durante tres segundos miraba su obra con una sensación de hastío, con un desamparo existencial que no era fácil de espiar.
Y me resulta imposible no relacionar este pequeño acto de vandalismo con las circunstancias de su muerte. Porque coronar su cumpleaños n° sesenta y dos, justo el año en que logró vencer su adicción a las drogas y que reconoció que el joven concejal del NPRO –la agrupación de extrema derecha liderada por Agustina Rodríguez Larreta- era su hijo; justo el año en que además pudo cortar lazos con la secta electro-evangelista que lo abdujo durante ocho años, y en que recuperó la movilidad de su pierna derecha; justo ese año decidió, un poco para complacer a las “pendejas” (su club de fans cincuentonas) que acampaban frente a su hotel, a jugar otra vez al ”bardo”, arrojándose del séptimo piso, aspirando serrín extraído de animales embalsamados, mientras se ahogaba en su propio vómito, sufría un infarto masivo, para terminar, víctima de las circunstancias, asesinado de un balazo por un “fan” con problemitas.
Una cosa es segura: Pomelo murio en su ley.
martes, 19 de febrero de 2013
Las Aventuras de Tintín: Crítica Inepta
Los amantes del Arte de la Historieta, amamantados a Pequeñas Lulús, Patoruzitos y Pepes Sánchez nos sentimos doblemente violados cada vez que sale una adapatación cinematográfica de algún cómic célebre: Por un lado, tenemos que tolerar las inexactitudes, inexplicables cambios y errores de concepto con que nos castigan los directores cinematográficos, y por otro tenemos que tolerar las inexactitudes, inexplicables cambios y errores de concepto acometidos por los críticos, que parecen creer que tener un conocimiento mínimo sobre historieta representa una mancha negra en su expediente.
Así, aquel desafortunado individuo que sabe –casi instintivamente- que el Hijitus original no tenía un sombrero mágico y que la kryptonita blanca sólo dañaba las formas de vida vegetales, no puede leer una de estas críticas ineptas sin crujir dientes y lanzar susurros de indignación (“Ah, pero qué… No, no… Increíble… Qué país generoso…”). Daría la impresión de que el crítico de cine, al encarar una de estas adaptaciones, realizara el trabajo de googleo más rapido y desmañado posible y luego de lanzara a escribir como si fuera un experto.
Con estos antecedentes, me permito encarar el género de la “Crítica Inepta” cubriendo la adaptación más reciente de una obra maestra del cómic, con algunos paréntesis correctivos para que apliquen en la catarata de notas erróneas que se leerán en las próximas semanas:
Llega al cine la tan esperada versión del cómic francés (Nota: Es belga) Tintín, en manos de Steven Spielberg: Las aventuras de Tintín, el secreto del Unicornio, adaptación del álbum del mismo nombre (Nota: No, adapta ése junto a El Cangrejo de las Pinzas de Oro y otro más, mezcla partecitas de otros y le agrega cosas completamente inventadas). Los personajes del creador de Spirou (Nota: No, Spirou es de Franquin) cobran vida en esta aventura igual de vertiginosa que el original (Nota: Para nada, el original tenía un montón de diálogo), que nada tiene que envidiarle a otras adaptaciones exitosas como Batman, el Caballero de la noche (Nota: Discutible), Los Pitufos (Nota: Horrible) y Boogie el Aceitoso (Nota: Arrrghhh).
En la película, el detective (Nota: Es periodista, boludo) creado por Ergé (Nota: Hergé, con hache, aprendé a escribir), junto a su airedale terrier Snowy (Nota: No, es un fox terrier y se llama Milú, Snowy le dicen en inglés, pero la crítica es en castellano. Me parece re poco consistente de tu parte) buscan un tesoro junto al Coronel Homback (Nota: No, Capitán Haddock) y el Doctor Cortisol (Nota: Es Profesor Tornasol y no aparece en la película. Me extraña que sepas que existe, aunque lo digas mal) mientras luchan contra villanos como el Profesor Moriarty (Nota: No, ése es de Sherlock Holmes), El Guasón (Nota: No, Batman) y Hitler (Nota: Indiana Jones). Impactante la recreación de la escena del sidecar, prácticamente idéntica a la original, parece que estuviera calcada (Nota: No, Indiana Jones de nuevo).
La película de James Cameron (Nota: Es de Spielberg) demuestra que se puede hacer una buena adaptación de una ópera china (Nota: ¡Es una historieta!) y conseguir la fusión en frío (Nota: No, la fisión en frío aún no ha podido ser llevada a la práctica,es un procedimiento teórico, me parece inconcebible que alguien que se llama “crítico de cine” a sí mismo no sepa algo tan elemental), si el realizador trata con carinio (Nota: No, no trata y aparte se escribe con ñ) la percha original (Nota: ¡No es una percha! ¡Es una historieta!) y cuida hasta el más mínimo detalle; como muestra baste chequear el color beige del impermeable de Tintín (Nota: No, en la historieta el impermeable tenía un 15 % más de ocre [Nota a la Nota: No, era un 12 ]. Nota: No, era un 15 %, lo revisé personalmente [Nota a la nota: No, querido, te lo digo yo que leí el original en francés delTtratado de Impresión Gráfica Franco-belga del Período 1930-1975] {Nota a las dos notas: Perdón que me meta, me parece que se están olvidando de lo esencial: Tintín es mucho más que una serie de especificaciones técnicas de impresión gráfica, eh, no sé, me parece} [Nota a la nota a las dos notas: Tenés razón, no te metás que para vos también hay masita]): ¡Casi como si lo habría fotocopiado! (Nota: ¡Hubiera, hijo de puta!!!)
En resumen, un film que dejará más que satisfechos a los amantes enfermitos fanáticos religiosos neuróticos obsesivos del género (Nota: No, para nada y aparte me parece re peligroso y re jodido que andes diagnosticando gente así a la que te criaste).
Copi, la tercera posición
Uno de los peligros que debe enfrentar el humorista gráfico es su inmensa capacidad de tomarse en serio. Si no anda con cuidado, suele caer entonces en la frase célebre, el aforismo cursi y la sentencia, cuando no en el sermón: todas actividades muy nobles pero cargadas de solemnidad, que es exactamente lo contrario del humor. Luego vemos estas aberraciones pegadas en las heladeras familiares o los boxes de los oficinistas, lo que da cuenta -para peor- de su éxito. Como una suerte de contrarreacción, algunos acudimos sin pensarlo al género opuesto, el slaptsitck, el grotesco, la exageración y los chistes con minas en bolas. Existe, sin embargo, Copi, que nos recuerda que puede hacerse un humor gráfico reflexivo, sin estridencias, con ritmo cansino, hecho de silencios y lentitud, y sin necesidad de caer en el discurso solemne: Como Keaton, como Schulz y como su heredero el gran Lizán. En tiempos de ruido constante, donde el arte popular parece una competencia por ver quién grita más fuerte y más rápido hace falta releer a Copi, estudiarlo y copiarle uno que otro silencio.
domingo, 17 de febrero de 2013
El Síndrome del Anciano con Viagra Cinematográfico
Los lugares comunes son duramente criticados por comunes, pero no por inverosímiles. Así es como si bien nos fastidia ver en el cine o la tele la repetición de tópicos como el Policía Corrupto, el Drogón Cabeza Hueca, el Empresario Corrupto, la Ex Esposa Resentida, el Político Corrupto o el Cordobés que se Cree muy Gracioso, no podemos sino confesarnos que conocemos a alguno de estos ejemplares de la vida real, o varios.
Tomemos al Anciano con Viejazo, un personaje bastante pintoresco y que en la Era Viagra se ha multiplicado como la peste. El tipo se rebela contra su condición de abuelito inofensivo y quiere mostrar a toda costa que “a este trabuco naranjero aún le quedan un par de perdigones”. El Anciano con Viejazo es chistoso porque trata de hacerse el moderno y –ahora que puede hacer algo con ellas- levantarse minitas diciendo (siempre en forma errónea o desajustada) palabras como “chat”, “blackberry”, “tkm”, “piercing en el pito” y entremezclarlas con términos vetustos como “Ferro quina Bisleri” o “Tirame las agujas, manso”. Pero no quiere dejar de hacer bandera con la leyenda y el encanto de los tiempos pasados: y por eso hace gala de su Camaro de colección o de su entrada al garaje con adoquines coloniales. El Anciano con Viejazo lo quiere todo: Respeto a su historia, autoridad y canas, y demostrar que sabe dominar las últimas tecnologías como el más canchero preadolescente.
Lo que jamás hubiéramos imaginado es que este síndrome podría afectar a los próceres más marmóreos del cine internacional. El gran Martin Scorsese, el Martin Scorsese que en algún momento decidió que una de sus mejores películas fuera en blanco y negro, ahora se quiere hacer el péndex usando 3D a troche y moche en La Invención de Hugo Cabret. Pero para que no lo confundan con un imberbe superficial amante de los robots tipo Michael Bay, lo hace homenajeando a Georges Meliés y sus efectos especiales antediluvianos, como diciendo “¡Yo uso 3D, querido, pero sé que el cine es mucho más que la computadorita que usan los pendejos de ahora, qué Transformers ni qué Transformers!”. Así se apropia del maquinismo innato de la juventud, sin bajarse de su condición de patriarca sabio y artesanal. ¡El pan, la torta, la chancha y los veinte en un mismo cocktail de Red Bull y Gerovital!
Otros provectos cineastas que se han embarcado en el mismo tren son Steven Spielberg, que en Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio usa el 3D para recrear una historieta del año del jopo -literalmente hablando. Y el madurito Tim Burton, que quiere ser un viejo infantilizado desde los 20 años: ¡En la pronta a estrenarse Frankenweenie mezcla el 3D con el blanco y negro y el stop motion de King Kong! Retro 2 – Tiempos Modernos 1.
El peor caso de retrotresdimensionismo, sin embargo, es el protagonizado por el jubilado teutón Werner Herzog en La Caverna de los Sueños: El tipo te usa el 3D para mostrarte pinturas rupestres. Pará, te fuiste al carajo. O sea, es como que dijo “¿Cómo puedo ser más anacrónico y artísticamente retrógrado posible? ¡Ya sé, ya sé!”. Y lo mejor es que seguramente no tuvo que pagar derechos, porque sus autores llevan muertos más de 100 años. Mínimo.
¿Por qué esta obsesión por el 3D de nuestros patriarcas cinematográficos? Me temo que el motivo es bastante prosaico y no hace falta un Freud para desentrañarlo. La pantalla del cine es el símbolo fálico de los directores, el miembro masculino con el que penetra nuestros sentidos e introduce su esperma intelectual en nuestro cerebro. Bueno, el 3D es su enorme y poderoso Viagra (o una prótesis peneana, si quieren ser más brutales). No sólo nos penetra a través de los ojos. ¡Penetra nuestro espacio personal! A lo largo de los años hemos visto cómo los cineastas han hecho todo lo posible para poseernos con efectos de sonido y visuales cada vez más invasivos y embrutecedores; con el 3D han llegado a su clímax (en todos los sentidos posibles). La única instancia superadora a esto que se me ocurre es que las películas vengan directamente con un pene, un pene de verdad que se erecte desde la pantalla, el Penevisión©, con el que se abuse de nosotros en una forma mucho menos metafórica.
Así que los dejo con esta reflexión: la próxima vez que vayan a ver una película en 3D dirigida por una leyenda del cine, sean conscientes de que están siendo penetrados por un anciano con plata y Viagra. Lo mínimo que deberíamos pedir es que nos pongan un pisito en Libertador.
sábado, 16 de febrero de 2013
“Cultura de Verano”: 5 propuestas para su Destrucción
Desde los inicios del ciclo de las cuatro estaciones, el hombre ha sacrificado en las épocas de canícula la Excelencia Cultural en bien de la conservación de agua en el organismo. Pero, ¿es posible revertir esta lamentable situación? Para ello necesitamos analizar las dos culturas antinómicas y llegar, por fin, a la síntesis ideal entre Hegel y los Culos Bronceados en Tanga.
Teatro con Mayúsculas: Shakespeare. Moliere. Ibsen. Sesudas obras polacas sobre el Exterminio y la Desintegración del Ser. Superproducciones con tambores, sangre de chancho y arneses tipo La Fura dels Baus.
Teatro veraniego: Obras en Mar del Plata o Villa Carlos Paz con nombre tipo “Me pica la Tarariiiiiira!” y la intervención de subhumanos televisivos con senos plastificados o pelo en la espalda.
La Integración: Organización de festivales teatrales a mitad de camino entre la Capital y Mar del Plata –en San Clemente, por ej.- con Cinthya Fernández protagonizando ¡Wielepole, Wielepole! (obra con maniquíes e instrumentos de de tortura de Tadeusz Kantor), dirigida en conjunto por Gerardo Sofovich y Ricardo Bartís. Aplicación de un subsidio per cápita para obligar a la gente a que vaya.
Música con Mayúsculas: Mozart. Haendel. Schoenberg. Free jazz. Visita a la Argentina de alguna leyenda del rock de más de 70 años a precios monstruosos.
Música veraniega: Festivales de rock barrial en parques tapizados de hormigón caliente, donde el primitivismo musical se da de la mano con la deshidratación. Hits del verano. Bases rítmicas expelidas por un parlante en las sesiones hitlerianas de “step” o “gym” o “aerobox” de los paradores playeros.
La integración: Recorrido musical por los hitazos veraniegos más bodrios de todos los tiempos, desde “Aserejé” a “Ai seu chi pegu”, en versión de música deconstructivista para filarmónica, dirigida por Zubin Metha, no en el Colón, sino en algún balneario de Colón, Entre Ríos (lugar neutral).
Danza con Mayúsculas: El Lago de los Cisnes. Grupo de Danza Contemporánea del San Martín. Experimentos de “Video Danza” del Rojas. La película esa de Pina Bausch en 3D que salió ahora. Danza veraniega: Pasitos del verano. Murgas sin ritmo ensayando para el Carnaval, apareciendo -tal como el diablo de una caja de sorpresas- de los rincones y callecitas más insospechadas. Corsos oficiando de Némesis de automovilistas de ultraderecha.
La integración: Decreto de Necesidad y Urgencia para obligar a los murgueros a reemplazar sus coloridos y lentejuelados uniformes por sobrias calzas de lycra negra, e incorporar una grabación tipo danza experimental –sonido de agua corriendo, por ej.- al set de tamborileros.
Literatura con Mayúsculas: Faulkner. Joyce. Kundera. Bolaño. Laiseca. Aira. Libros de Historia de la Corrupción Papal o la Opresión del Patriarcado o ambas cosas.
Literatura veraniega: Sheldon. Katzenbach. Paluch. Intrucciones de crucigramas. Columnas humorísticas en revistas semanales de actualidad. Artículos del género “Lucidez Impostada” contra el pasatismo de verano, comentados con desgano por los locutores suplentes de la radio para instalar una breve polémica. Fragmentos de literatura editados en suplementos progres (tipo 400 renglones incomprensibles del “Ulises”).
La Integración: Reedición de clásicos de más de 900 páginas sobre la Condición Humana, insertándole cada “x” cantidad de párrafos (calculada mediante un algoritmo) alguna intriga de espías o chantaje, diálogos compuestos exclusivamente de monosílabos y uno que otro mantra para autoconvencerte de que Tú Eres la Personita Más Especial del Planeta.
Cine con Mayúsculas: Kieslowski. Bergman. Fassbinder. Pasolini. Kiarostami. Y si me agarrás en un buen día, algún Coppola, algún Scorsese o un Eastwood (¡tiene un reality!), pero hasta ahí, viste que se re vendieron al Sistema.
Cine veraniego: Cualquier cosa, mientras tenga aire acondicionado (cosa que baja a niveles catastróficos el nivel de exigencia artística)
La Integración: Prohibición en los cines de todo el país del aire acondicionado, y obligación POR LEY del consumo de pochoclo, pero sin gaseosa. De ese modo, el sufrimiento y la deshidratación implicados en la asistencia al cine obligarán al espectador promedio a decidirse sólo por las grandes Joyas de la Cinematografía.
Confiamos en la pronta aplicación de estas propuestas en lo posible abril/mayo, porque me acaba de llegar una invitación para ir a Las Toninas y no estoy para premios Nobeles, sóri.
La lección de Paco, el Burrote
Se podría decir que la historieta tuvo sus años ’60 durante la década del,’60: Una enloquecida fiebre de vanguardismo, experimentación y obsesión por quebrar barreras estéticas junto a la cual las boras de Warhol –o a su hermana perdida, Marta Minujín- podrían pasar por cuadros de barquitos para decorar cuartos de hotel.
En España, donde publicaciones como Totem, Comix Internacional, 1984, El Vìbora y la edición ibérica de Metal Hurlant difundían las obras de Moebius, Joost Swarte y Dick Matena reinaba el posmodernismo. Los autores del momento prácticamente no concebían una historieta que no hiciera referencia cultural a una obra preexistente o que no jugara con las convenciones del género. Aquel que no dibujaba una historia de agentes secretos retrofuturistas en el estilo de la línea clara de los 40, narraba herméticos relatos mudos o ilustraba con montajes fotográficos sus visiones de LSD. Todo contenía ironía, referencialidad y doble lectura y era extremadamente confuso.
En este contexto el crítico Jordi Courreilles estaba en el pináculo de su carrera gracias a los sesudos artículos que publicaba en el suplemento cultural de La Vanguardia y otras publicaciones. Entre sus descubrimientos figuraba el universo referencial de Daniel Torres y los estilos también llenos de referencias culturales de dibujantes como Gallardo y Max. “Max toma en sus manos los mundos sexual y polìticamente reprimidos de Hergé y James M. Barrie y los transforma, merced a la alquimia de su pincel, en una galaxia nueva basada en el sexo, la violencia y sobre todo la multirreferencialidad, donde caben tanto Elvis Presley como Conan el Bárbaro”, decía, sin atragantarse, acerca del muy ochentoso cómic Peter Pank. Leyendo El Niñato, la obra de Gallardo y Mediavilla, se relamía de este modo: “Gallardo y Mediavilla toman los universos de Popeye, Robert Crumb y Francisco Ibáñez y a través de la violencia y la referencialidad múltiple los convierten en una experiencia completamente diferente”.
Algunos autores se quejaban de que ya no había forma de tener cierta repercusión a menos que uno hiciera una referencia a algo o rompiera con algún código establecido. Resentido con el crítico, un dibujante bastante conocido le envió a Courreilles un pequeño libro que recopilaba las historietas de Paco el Burrote, del gallego Manuel Sánchez, acompañado de una carta que dedía “Fíjate Jordi, qué vanguardista es este tío.”
El análisis de la obra de Sánchez lo desquició por completo. Al principio creyó no entenderla. Luego, supuso que las chabacanas humoradas de Paco el Burrote estaban escritas “irónicamente”. Pero por fin, estudiando la obra en más profundidad (lo que, según cuentan sus familiares cercanos, empezó a ocupar cada vez más tiempo de su jornada diaria), estalló de entusiasmo. Transcribimos un fragmento de la crítica que Courreilles intentó enviar a La Vanguardia:
“Paco el Burrote, a diferencia de otros tebeos modernos, no juega con la referencialidad de obras ajenas. El inmenso Sánchez, al hacer por ejemplo ese chiste aparentemente burdo donde Paco se tira un pedo y su novia se desmaya, está realizando una referencia a su propia historieta, y la hace, además, simultáneamente a la historieta que está transcurriendo en ese momento. Esta es la genialidad del autor manchego.”
El éxtasis de Courreilles no terminaba con ese hallazgo: “Porque además Sánchez –según la exhaustiva lectura que estoy haciendo- también es capaz de hacer referencia a esa primera referencia, detectable también al mismo tiempo y exactamente en el mismo lugar físico que la primera. Sólo que otra. Y esto no se termina ahí: Desde que he empezado a analizar –sin prisa pero sin pausa- a Paco el Burrote, ya he detectado 12.678 referencias superpuestas a las otras referencias, todas todas todas incluidas en la primera página del libro. De hecho me gustaría poder seguir leyéndolo, pero me temo que no puedo, hasta no llegar a la última capa de autorreferencialidad de la primera secuencia, una tarea que se me está haciendo cuesta arriba.” Y agregaba, con angustia: “También me gustaría parar de encontrar referencias para hablar con mis hijos. O dormir. O comer.”
El artículo llegó a ocupar unas 3.800 páginas, lo que explica que nunca fuera publicado en el periódico. Un párrafo de la página 3.230 da algún indicio de la fuerza que llevó a Courreilles al manicomio: “Me asalta la duda de si Sánchez en realidad no está haciendo ninguna autorreferencialidad, sino lisa y llanamente ua historieta, pero para un hombre en mi posición esa idea resulta incomprensible y aterradora.”
viernes, 15 de febrero de 2013
Balada triste de Trompeta: Una “Fast Crítica”
El “Crítico Lateral” se enfrenta a veces con severas críticas -qué ironía-, siendo la más frecuente una que otra acusación de “falta de profesionalismo” a la que suele responder “nada que ver, soy re profesional, fijate que me pagan y todo, mirá, acá tengo la factura”. Más difícil de responder –porque sale como 50 mangos- es la crítica que reza “intimo rectifique sus dichos en 24 hs. o iniciaremos litigio por malicia y falsedad periodística”, habitualmente enviada por distribuidores cinematográficos bajo la forma de carta documento.
Por este motivo mi abogado me recomienda que de vez en cuando me costee hasta el cine y mire la película que voy a reseñar; lo de costearme al cine -con el desgaste y mal humor y consiguiente crítica destructiva que esto acarrea- mejor no, pero transé en hacer lo más parecido posible. Así que visité a mi mantero amigo y le pregunté si tenía algún estreno, o algo para recomendarme, o uno de esos muñequitos que le das cuerda y nadan en la bañadera. La elección recayó en “Balada de una trompeta” o “Balada para trompeta” o “Balada porque trompeta” (algo así, no tengo tiempo para ir hasta Google), del gran cineasta ibérico Álex de la Iglesia por un lado, y en un Astroboy hombre rana por otro (un despropósito, pero es lo que hay).
Una vez en casa me encontré con un dilema: el de ver realmente realmente realmente la película, o mejor no. Porque algo de rebeldía le queda a este viejo león desdentado de la Crítica Lateral. Llegué a una componenda: verla, pero en Fast Forward. Más exactamente en x64, porque menos me pareció casi lo mismo que verla entera.
El film de arranca con la Guerra Civil Española, donde un payaso hace algo y después aparece un nenito y el payaso va preso. Luego, vertiginosamente nos transportamos a los años 70 (me di cuenta por la ropa). Hay un gordito que es payaso. Una chica muy linda. Otro que se la beneficia en una cabina de teléfonos. Cara angustiada del gordito. Más circo. Otra vez la chica linda. Más payaso. Un hombre bala, creo que había un hombre bala, casi seguro, eh. Me parece que eso fue un hombre bala. Pasa algo. Escena en Hospital. El payaso mata un tipo (creo). Se le pone la cara como rara. Persecución. Edificio abandonado. Oscuridad. Chica. Más payaso. Que pim. Que pam. Cataplumba. Fin.
En resumen, a ver si entendí, la película trata de un payaso y una serie de cosas que pasan. ¡Todo esto en no más de dos llevaderísimos minutos! La verdad que es increíble la cantidad de cosas que se pueden contar gracias a la tecnología moderna.
Narrada en forma entrecortada, vertiginosa, a la manera de la generación del MTV aunque sin música ni sonido ni nada (al DVD le falta una función de fastforwardeo con ruido, tipo las Ardillitas) y con las elipsis narrativas más abundantes de la historia del cine, en la película subyace un tema del momento: la velocidad inhumana a la que nos somete el mundo moderno, un mundo de comida rápida, sexo rápido y críticas de cine rápidas. Un mundo donde hoy apretás un botón y al otro lado del mundo le llega un mensaje a un tipo. ¡Cosa de Mandinga! También subyace el tema de lo rápido que te hacen el DNI hoy día, una maravilla. Por último, subyace el tema –de la Iglesia hace bastante hincapié en esto- de los payasos.
Sólo en una escena clave de la Iglesia retoma el ritmo normal, que transcurre en un bar donde un tipo le dice “gilipollas” al gordito, aunque algo tiene que ver con que justo me senté sobre el control remoto y ser me apretó el “Play”. La mirada del espectador como catalizador estético y narrativo.
En fin, una fábula sobre la decadencia y la degradación, ya que arranca con un nenito inocente y termina con un payaso siniestro y horrible. Sin embargo, de la Iglesia da un lugar a la esperanza, porque (si te volvés a sentar sobre el control remoto y se te aprieta rewind) la película también puede leerse como la historia de un payaso siniestro y horrible que se convierte en un nenito inocente: una fábula sobre la redención y el renacimiento. Después, si te descuidás, vuelve a ser una película sobre la decadecia y la degradación, hasta que encontrás el control remoto en la oscuridad y las pilas que se cayeron abajo de la cama y podés parar la película esa de los cojones, que no me pagan para verla tres veces.
Un palito: La película peca de cierta morosidad hacia el final. Digamos que le sobran los últimos 12 segundos, pero los otros 168 segundos se pasan volando. Eso sí: el Astroboy un desastre, se le rompió la cuerda al primer uso. Cosas del cine español.
jueves, 14 de febrero de 2013
Garcés de Alameda y el “Boom” Mexicano
A mediados de la primera década del 2000 se vivió en México un verdadero “boom” historietístico. Se reflejaba este fenómeno en una cantidad acromegálica de convenciones del cómic, eventos, mesas redondas, conferencias, presentaciones de libros, inauguraciones de comiquerías, ferias fanzineras, murales pintados por dibujantes, artículos, blogs, polémicas y libros sobre crítica y análisis sobre el tema. Prácticamente se estrenaba una importantísima feria del cómic cada semana en distintas ciudades o a veces en la misma y simultáneamente, incluso en el mismo lugar físico.
Dibujantes semi-comocidos de todo el país eran convocados día por medio para dar su opinión sobre temas como “¿Qué es la novela gráfica?”, “¿Cuál es el futuro de la historieta?” y también “¿Qué es la novela gráfica?”; a un punto en el público se preguntaba cómo encontraban tiempo para dibujar.
La respuesta, claro, estaba en la escasa publicación de cómics per se que se vivía en el país. De hecho no existía una sola revista profesional, y los diarios ya habían expulsado el género de sus páginas desde hacía tiempo, ya que les parecía “cosa de nacos” (“groncho”, en mexicano). Se publicaban algunos libros de edición independiente financiados con el esfuerzo de los subocupados dibujantes (cuando no de su bolsillo), cuyas ventas rara vez alcanzaban los dos dígitos (esto limitaba un poco el evento “presentación de libros”, pero se solucionaba presentando el mismo libro una docena de veces).
Esto no era impedimento alguno para que la prensa especializada se llenara la boca con un supuesto “boom”, exhibiendo como prueba esta proliferación de sucesos adyacentes a la historieta. “Esta semana me contrataron como conferencista y coordinador de charlas para cuatro ferias del cómic. ¡Nunca vivimos tiempos más prósperos!”, señalaba el crítico Moctezuma Garcés de Alameda desde su Toyota Corolla último modelo. No se mencionaba el hecho de que el 98 % del material comercializado en esas ferias fueran muñequitos de super héroes o ediciones mexicanas de manga japonés; el “boom” era obvio, reflejándose en la abultada cuenta bancaria de organizadores y entrevistadores de Stan Lee.
Fue precisamente Garcés de Alameda quien vivió uno de los momentos más extraños de la historia del cómic mexicano. Desde hacía un par de años el crítico se había convertido en empresario y curador de Comicartoon, la más importante convención de cómics del país azteca, que se realizaba cuatro veces al año. Cuando en el 2008 el gobierno de Calderón debió restringir algunas importaciones, la llegada de novedades norteamericanas se vio afectada y la edición otoño-invierno de Comicartoon estaba en peligro. Debió entonces convocar algunos dibujantes autóctonos para protagonizar la feria, incluso aunque los muy ingratos exigieran una retribución en metálico.
Sin embargo se vio un poco inquieto al ver el contenido de las charlas propuestas: “Felipe Díaz Nieto nos habla de una historieta que dibujó en el año 1997”; “Cochili repasa su carrera, con las tres historietas que hizo incluidas”; “Polémica: ¿12 ejemplares vendidos da para hablar de un récord de ventas?”. Estudiando de más cerca el caso, comprobó que no quedaba un dibujante en actividad en todo el país. La mayoría habían abandonado la profeisión hacía un lustro, ya que tenía que comer. Lo más parecido a un dibujante de historietas que encontró fue un señor que dibujaba caricaturas de los transeúntes en la rambla de Puerto Vallarta.
Garcés de Alameda echó entonces a patadas a los dibujantes y contrató actores desconocidos, que si bien no le cobraban más barato eran menos lúgubres y monocordes que los miembros del gremio dibujante. Con la ayuda del ex guionista de la historieta de Novaro Super Maya (que ahora se dedicaba a escribir telenovelas) guionó 16 conferencias y mesas redondas (con agrias polémicas incluidas), y media docena de entrevistas a ficticios próceres del dibujo, que contaban –para éxtasis del público- el origen de legendarios personajes inexistentes. (Garcés de Alameda evaluó incluso editar estos falsos clásicos, pero descartó el proyecto por ser económicamente innecesario).
Los aficionados estaban encantados de conocer a estos famosos autores, aunque lamentaban que el material que realizaban estuviera agotado. La feria fue un éxito y la prensa especializada señaló la notoria presencia de estos artistas como otra prueba del momento floreciente que vivía la industria; irónicamente fue el inicio de otra profesión, la de creador de cómics inexistentes, que subsiste al día de hoy en publicaciones del mundo entero y que se paga a precio de oro.
Sambo, el Gorila Hombre, y el celo de los aficionados
Se cumplen este junio cincuenta años de la aparición de Sambo, Man-Gorilla, del Maestro Brian T. Drake. Su status de personaje de tercera línea de la DC no empequeñece su condición de clásico. Por eso es que aún hoy, mientras otros personajes han pasado por catástrofes, muertes y renacimientos, Drake continúa al frente de la serie, acompañada por un número importante de fieles aficionados. ¡Larga vida a Sambo!
El gorila que debido a un hechizo hudu (la magia negra de New Orleans) se transforma en humano de agilidad y fuerza prodigiosa ha vivido todo lo que puede vivir un superhéroe, y más: ha viajado a Marte, se ha casado y enviudado y hasta ha protagonizado más de un team-up con las grandes estrellas de la editorial (Superman, Batman y el Detective Marciano incluidos), pero siempre ha mantenido un dramatismo y una coherencia interna que lo destacan de entre sus congéneres.
Es cierto que a partir de los 90, tal vez por el manoseo de algunos guionistas (a partir del n° 688, el yerno de Drake, Milton Hernández. se hizo cargo del storyline de la serie) los más fanáticos descubrieron algunas pequeñas inconsistencias: Por ejemplo, en el n° 722, Sambo (en su forma humana) se pone una corbata amarilla, a pesar de que en el n°422 (“La Bruja de Brixton”) había comentado que por nada del mundo se pondría algo de ese color, por considerarlo “jinxed” (“yeta”). A este respecto, justamente, recuerdo haber enviado una carta a DC señalando este pequeño lapsus, que me fue contestado con amabilidad por el propio Drake de puño y letra (incluso con un dibujo autografiado del heroico gorila, que atesoro entre los papeles más preciados de mi colección).
No sé si por gratitud mi afición por el personaje se acrecentó; por eso mismo es que no pude dejar pasar otro lamentable error (en el n° 425), relacionado con la cantidad de veces que Sambo decía haber viajado al Polo Norte (“seis” en lugar de “catorce”). Ya en la era de Internet, escribí un par de mails al maestro Drake, que me contestó un poco desconcertado al principio (supongo que por efectos de la edad) y luego con una seca derivación a su yerno. Éste se mostró algo reacio a contestarme (por lo que me vi obligado a enviarle unos siete u ocho correos más) y finalmente me agradecía por la observación, aunque no le parecía un detalle importante.
Creo que es este tipo de descuidos los que no permiten que la historieta sea considerada una de las bellas artes. Como críticos, pero sobre todo lectores, tenemos EL DEBER de estimular a nuestros autores a que den lo mejor de sí.
Es por eso que a comencé a mantener una fluida comunicación con Hernández, al que enviaba quincenalmente una lista de los errores, inconsistencias, deshonestidades intelectuales e incluso problemas en la trama (y en el dibujo, por lo que también copiaba en mis mails al maestro). Reconozco que tal vez por esta misma cotidianeidad usaba a veces algunas expresiones demasiado familiares para juzgar su trabajo; el hecho es que después de un par de meses, en los que la “politeness” tan cara a los norteamericanos empezó a contaminarse de un indisimulado fastidio, sentí que la fluidez comenzó a ser unilateral. Ni Hernández ni Drake contestaban ya mis mails, y luego directamente lo hacían con groserías que no estaban a la altura de lo que se espera de un artista consagrado.
De nada sirvió que interviniera en cuanto foro, blog, cuestionario online o Facebooks de ambos autores para aportar mis críticas constructivas: Drake hasta me amenazó con “viajar hasta ese agujero latinoamericano donde vivís y sacarte las tripas a patadas en el culo” por una observación sobre una palmera medio mal dibujada. Ni siquiera tuvo la amabilidad de comentar el boceto que le envié para un posible rediseño del personaje (adjuntado en la nota).
La peor muestra de intolerancia a la crítica ocurrió en el 2008, cuando se homenajeó en San Diego al personaje por sus 45 años. A pesar del esfuerzo que hice en costearme hasta y molestarme en hacer una payasada disfrazado de gorila (festejada por los propios autores, que entre risas me hicieron subir al escenario), no tuvieron una actitud muy agradable cuando me quité la máscara, me presenté y les pregunté por qué en el último número, en la viñeta 7 de la página 10, Sambo parecía sufrir de estrabismo.
Aún tengo problemas para mover el brazo izquierdo y entiendo que Drake y Hernández no pueden salir del estado de Chicago debido a sus cargos por lesiones graves. Pero nada les impide continuar con su creación, que espero ansiosamente cada quince días.
martes, 12 de febrero de 2013
Crítica Lateral: El Momento Clave
Quienes desde hace años (o minutos, como un servidor) nos dedicamos al Periodismo Cultural, así, con mayúsculas, y mayúsculas al principio de las palabras, como debe ser, sabemos el esfuerzo que implica. El camino ríspido, escarpado, la mayor parte de las veces sin recompensa ni paga alguna –excepto la paga en metálico por parte de la editorial, aclaro esto para que no haya lío cuando mande la factura y mi CBU.
Para empezar, hay que tomar contacto con el tema sobre el cual se realizará la nota o crítica. Una película, ponele. Ya el hecho de ver una película supone -para decirlo de un modo que dé a entender que he vivido en España o tengo amigos españoles, que siempre queda bien- un “incordio”. Ir al cine, estacionar, que el pochoclo, los nachos con queso, costearse hasta la puerta del cine. Entrar, sentarse, ver, apagar el celular, etc. Ehhhhhhh, pará. En fin. Y luego hay que acordarse de lo que uno vio y escribir como no sé cuántos caracteres (los tengo anotados por ahí para no pasarme). Pero un Periodista Cultural, si quiere darle de comer a sus hijos, tiene que ver no una, sino más, como dos, o hasta tres películas por semana.! ¡A veces hasta debe leer libros, o peor: ir al teatro! Con el riesgo de que se te mezclen las películas y contar el principio de una con el final de otra. Y las terribles exigencias de los editores, que no permiten que uno se refiera al protagonista como “el chaboncito ese que hacía de estafador”.
Afortunadamente el Periodismo Cultural cuenta con una larga tradición de maximización del tiempo & recursos, esto es, una tradición que dice que no necesariamente debe verse la película, o leerse el libro, o asistirse a la vernisagge (sobre todo a aquellas que no regalan vino) para realizar la nota: ésta puede enllenarse con pequeñas anécdotas camino al teatro, o reflexiones sobre la Sociedad, biografías de los autores bajadas de Internet o párrafos y párrafos de sarcasmos e ironías, dejando el comentario puntual de la obra para los últimos renglones, que pueden cubrirse con generalidades.
Propongo entonces desde este espacio hacer un recorrido no sólo por la Cultura, sino por las infinitas técnicas disponibles para dedicarse al periodismo cultural sin hacer tanta alharaca con lo de ver la película, que en definitiva no es lo importante. Lo importante es el aporte del crítico, porque sino nos quedaríamos en la mera descripción. Llamemos a esta escuela de periodismo “Critica Lateral”, que suena un poco más preciso que otros nombres que surgieron en el brainstorming (“Boca de Ganso”, por ej.).
Hoy: El Momento Clave
Arranco entonces con una técnica llamada “Momento Clave”, que si bien no evita por completo el consumo de la obra a analizar, la reduce al máximo. Se trata de encontrar un momento clave de la obra que de algún modo resuma la totalidad de la obra, y decirlo sin tapujos: “Esta es la escena que de algún modo resume toda la obra”. Gracias a lo cual podemos hacer un análisis extenso y completo contemplando una escena de dos o tres minutos. Imagínense las posibilidades que se abren al Crítico Lateral gracias a esta técnica; en una hora puede analizar unas veinte películas, lo que le deja tiempo para pulir y embellecer la redacción de la nota con frases floridas y reflexiones azucaradas.
Entiendo las objeciones, muchas proferidas por jefes de redaccion, productores, distribuidores y críticos de la competencia, entre las cuales está una que encuentro particularmente ponzoñosa: “Ah, qué conveniente que todos los ‘momentos claves’ que encontrás aparecen en los tres primeros minutos de la película”. Eso me dicen. Me parece de una mala fe que no merece contestación. Porque el Periodista Cultural de verdad, profesional experimentado, sabe “ver” el meollo de la película en cualquier escena, sabe “leer” en un párrafo el libro entero, “discernir” el “quid” de la “obra de teatro” en los “comentarios” de la gente de la “cola” (también debe “entender” el “correcto” “uso” de las “comillas”, pero eso “es” “para” un “nivel” más “avanzado”). Si no, estaríamos poniéndonos en el nivel del lector. Y entonces, ¿quién nos va a pagar?
domingo, 10 de febrero de 2013
Los 3 Chiflados: Manual de Instrucciones
Si el arte de la crítica cinematográfica se nutre principalmente de indignación, sarcasmo y furia, me relamo por anticipado, ya que estoy por escribir la crítica más intensa de todos los tiempos. Reconozco que en este caso, además, el trabajo es casi antideportivo, con resultados previsibles varias horas antes del match final. Porque cuando los hermanos “Chistes de Semen” Farrely anunciaron que perpetrarían una moderna película de los 3 Chiflados, ya sabíamos que iba a ser una completa cagada. La apuesta era “cuán cagada”, y a la vista del tráiler (disponible en su Youtube amigo) los resultados han sido tan devastadores que la pregunta es: ¿Hacemos la innecesaria crítica lapidaria o intentamos convertir esta tragedia en algo positivo, redactando un manual de instrucciones básicas para el suicida que quiera acometer nuevamente este despropósito?
Regla 1: Si ud. quiere que aparezcan los bebés de los 3 Chiflados, no ponga bebés de verdad como en el minuto 0:28 del tráiler. Los 3 Chiflados bebé deberán ser interpretados por Moe, Larry y Curly disfrazados de bebé y encastrados en cuerpecitos de utilería mediante un anticuado pero efectivo truco teatral. O sea, si alguna vez en tu vida viste a los 3 Chiflados ya sabés que se hace así. No te lo tengo que andar explicando. Los bebés de verdad haciendo cositas chistosas pertenecen al género “viral ternurita de Youtube” para amas de casa, que no son el “target” de los 3 Chiflados.
Regla 2: Moe no es un cretino con cara de enojado, Larry no es un falso pelado con rulitos y Curly no es un gordo que le lleva una cabeza y media de alto a los otros dos. Ellos son Moe, Larry y Curly y son mucho más que eso. No se pueden reemplazar por actores televisivos que creen que “Vaudeville” es una nueva fragancia para hombres. “Ehhh, pero, ¿entonces cómo querías que hiciera la película de los 3 Chiflados?” Ah, no sé, no sé, querido. La solución buscátela vos. No soy tu mamá. Si lo fuera ya te habría agarrado a chancletazos, porque este Curly deshidratado ha logrado lo imposible: Que sintamos nostalgia “por los legendarios tiempos de Joe Besser”, a.k.a. el Chiflado non grato.
Regla 3: Los 3 Chiflados son chiflados, pero ante todo son gentlemen; en su mundo, las mujeres pueden ser chicas agradables, femmes fatales o rastreras estafadoras, pero siempre serán tratadas con la distancia y galantería que despertaba Christine McIntyre. No serán exhibidas como “Chicas Romepeportones” saliendo de la pileta (min. 1:00 del tráiler), ni se les hará piquete de ojos (1:39).
Regla 4: No sos “moderno” por hacer chistes con Iphones (0:30). Al contrario, parecés un viejo decrépito diciendo “¿viste cómo están los pibes de ahora con los Movicom?”.
Regla 5: Torturas físicas en la cabeza, la nariz, la espalda, el estómago, el culo, los pies están totalmente permitidos. En los genitales no. La razón es muy sencilla: No es gracioso (a menos que te rías con “Jackass”, lo que te deja fuera del género humano). Es feo. Duele. ¿No te alcanzó con lo del cierre de “Loco por Mary”? Raro, raro. Mmmm. Me parece que tenés un temita ahí, una fantasía de castración no resuelta. ¿Hablaste con tu terapeuta?
Regla 6: Si bien los efectos de sonido son fundamentales, el efecto de sonido más importante es un permanente silencio de fritura ambiente, que envolverá larguísimas secuencias con algún chiflado –solo y sin red, frente a su talento- realizando tareas de bricolage. Imposible saber si esto es respetado en la película, pero no logro imaginar a Farrelys, editores y productores ejecutivos desistiendo de llenar cada segundo con música incidental, ruido, diálogos imbéciles y hitazos de Lady Gaga al mantra de “se escucha muy vacío, muy vacío, me da re bajón, ponele música”.
Regla 7: Los 3 Chiflados no necesitan cámaras en mano, travellings, subjetivas –excepto en algún desafortunado capítulo que fuera dirigido por Moe Howard- y demás trucos de feria tan caros a los cineastas del mundo moderno. ¡Ni siquiera necesitan color (el non plus ultra de los trucos de feria)! Al buen chiflado se lo filma cuerpo entero o medio cuerpo con una cámara absolutamente estática, muerta, atornillada al piso con pernos de acero. El resto es pura magia actoral, que no va a aparecer porque hagas así o asá con la camarita.
Regla 8: No haga una nueva película de los 3 Chiflados (“Ehhh, ¿pero entonces cómo querías que hiciera etc. etc.?” “No sé, no sé”).
Si ud. puede hacer una película de los 3 Chiflados respetando estas reglas básicas, especialmente la nº 8, cuenta con todo mi apoyo.
sábado, 9 de febrero de 2013
Top Gun: El cine como reconstrucción casi casi igual
Pocas veces el “crítico lateral” tiene la oportunidad de vivir experiencias como la de ver el film que me ha tocado asistir en esta ocasión. En realidad digamos que el “crítico lateral” en general no tiene muchas oportunidades de ver film alguno, más que nada por el tema de la fiaca. Pero a veces –cartas documento, amenazas de despido e incomprensión familiar mediante (“no entiendo cómo sos capaz de mirar a la cara a tus hijos”, “no entiendo cómo podés dormir a la noche” o “no entiendo cómo te dieron una sentencia tan leve” son algunas de las palabras que debo escuchar frecuentemente)- no está demás hacer un esfuerzo extra y acercarse –incluso contra todos nuestros principios- al cine.
“No te chivés, Esteban”, se dice a sí mismo el escriba en tales ocasiones. “No es para tanto, lo único que tenés que hacer es comprarte una Stella y sentarte ahí una hora y media, rodeado de trogloditas ignorantes con la boca llena de pochoclo semi-triturado”, intenta engañarse, pasando por alto que hay películas que llegan a durar una hora cuarenta. Pero sobre todo, cumplir con este mandato social nos da la oportunidad de enriquecernos y abrir nuestra visión a nuevas miradas y narrativas diferentes. Así que me decidí por uno de los más prometedores estrenos de la semana: Top Gun, el reestreno.
El director Tony Scott, que se llama casi igual al realizador que dirigiera el estreno original de la película Top Gun (a esta altura, un clásico) se ha propuesto una hazaña artística y estética pocas veces vista: Recrear el film original 35 años después casi casi casi a la perfección, pero bajo una nueva mirada y reinterpretación. Un desafío que a simple vista perecía imposible.
Sin embargo, debo decir que el resultado es bastante digno. Las escenas de lucha entre aviones parecen casi casi casi calcadas (aunque se nota a la legua que están realizadas por computadora), casi casi casi que están re parecidas casi igual. Impecable la reconstrucción histórica de los aparatos, porque no es lo mismo un Grumman F-14 Tomcat del año 1986 que un Grumman F-14 Tomcat de los de hoy (calculo que mínimo deben venir con GPS, o levantavidrios eléctrico).
De destacar especialmente es la alucinante composición ejecutada por el actor que hace de Tom Cruise, que a su vez hace de “Maverick” (Tom Cruise, no el actor que hace de Tom Cruise. El actor que hace de Tom Cruise hace de Tom Cruise). Cada gesto, cada movimiento, cada tic actoral está recreado a la casi casi casi 99 % de perfección. Incluso la cara esa de turrito indescifrable con desvíos mentales. Si te acercás se le siente el aliento a placenta de bebé y a sahumerio cientológico. También están bastaaaaaante parecidos la chica que hace de la chica (aunque tengo creo que la original tenía más mentón), el tipo que hace del amigo y el flaquito que hace de Iceman, aunque en ciertas tomas a contraluz se nota que los dientes son postizos.
Con esta obra, Scott (el nuevo) muestra su visión totalizadora del cine: El cine como sistema de lectura del Mundo y Top Gun como un Universo único y cíclico, que nace y renace una y otra vez sin inmutarse aunque el Proto-Universo que lo genera haya sufrido cambios dramáticos. Por ejemplo, hoy día inventaron el auto ese que anda a orina. Y te podés tomar una Stella en la sala mientras mirás Top Gun (la nueva). En fin, una obra no ya de cine “dentro” del cine sino de cine “fuera” del cine, o de cine “al lado” del cine (por las dos Top Guns paralelas y por el tema de que hay multicines con salas una al lado de la otra).
Sólo una objeción, resulta decepcionante que le hayan cambiado el final: en el original el amigo (que aparte se nota que está hecho con Photoshop) no se moría, lo que constituye un golpe bajísimo. No, no se moría. No me discutas. Me acuerdo perfectamente de esto (aunque a cierta crítica liviana se le haya pasado este detalle por alto) y el cambio se siente bastante, lo mismo que la eliminación el personaje de Marty McFly (tapado –luego de incluirlo casi casi casi a la perfección- en varias partes con aerógrafo, se ve una mancha verde) o la escasa participación de los Gremlins (que si entrecerrás los ojos se ven a lo lejos en la escena en que Tom Cruise llega en moto). Pero se entiende que estas decisiones se habrán tomado para “aggiornar” el film a los gustos del público teenager de hoy. Una lástima.
Pero en resumen, un grato juego metalingüístico que demuestra que cada tanto el cine hollywoodense nos sorprende con refrescantes vientos de renovación. Y re copado, como dicen los chicos de ahora.
miércoles, 6 de febrero de 2013
“¡Kicillof II: La Venganza!”
Tranca me tiró la idea para un chiste hecho en 5 minutos que esboza el guión de una posible película: “Kicilof contraataca” o “La Revancha de Kiciloff” o “Kill! Kill! Kicillof!” o “Un loco en el Buquebus” (para la versión argentina, con el tándem Disi/Renni).
lunes, 4 de febrero de 2013
¡Buenos Aires: El último Carnaval!
La escena se desarrolla en el escenario del Corso de Villa Pueyrredón. Se trata de un breve sketch, interpretado por la murga “Los Inevitables de Flores”, donde un “Boludo”, encarnado en un hombre con anteojos culo de botella y un largo bonete (su identidad, además es confirmada por los integrantes del corso, que le gritan “¡Boludo!!! ¡Boludo!!!”) intenta tomarse un taxi; el diálogo entre el Boludo y el Taxista satiriza las complicaciones para trasladarse durante el Carnaval, debido a los cortes de tránsito por Corso, que obligan a los vehículos a dar volteretas y evoluciones impensadas para llegar a destino.
La humorada puede leerse como una doble toma de posición. La primera, bastante audaz y certera, certifica que hay que ser bastaaaante boludo para tomarse un taxi. O sea, ¿a dónde querés llegar? ¿Qué apuro tenés? Loco, es domingo a la noche. ¿Realmente es tan importante tu presencia en un lugar y a una hora determinada para gastarte el equivalente a una cena liviana en un simple acto de traslado? ¡O sea, hay 95 % de probabilidades de que ni hayan notado tu ausencia! Pensalo. La segunda, establece un “ellos y nosotros” bastante claro, un Enemigo preciso e identificado, que simboliza a un enemigo mayor: El Automovilista. O el esbirro servil del Automovilista, el Pasajero.
El Carnaval ha sido a lo largo de la Historia el momento en el que el Esclavo tornava en Amo, el Campesino en Señor Feudal. Durante un breve lapso anual, se le permitia al populacho burlarse de la clase dominante en sus narices, quemando muñecos con el rostro del Archiduque o coronando como Rey al hombre más feo y miserable de la aldea. Bueno, sí, y de emborracharse como cerdos hasta desmayarse en las calles pavimentadas de hortalizas podridas. Era seguramente una válvula de escape, un juego, un relajo para que nada cambie. Pero, ¿cuántos pensamientos revolucionarios habrán germinado contemplando en vivo al Mundo al Revés?
Luego, el Sistema hizo lo que hace siempre con los actos subversivos. Lo fagocitó, lo sometió a la desintegración de sus jugos gástricos y lo regurgitó transformado en lo que es hoy: Una postal pintoresca. Un atractivo turístico. Chicas exóticas de un metro ochenta emperifolladas y semidesnudas, montadas sobre enormes carros tachoneados de lentejuelas, trasladándose por una calle autorizada por la Municipalidad a un ritmo y horario predeterminado. Diabladas bolivianas para el deleite de insípidos turistas alemanes desesperados por postear las fotos en su Facebook, para que las vean otros insípidos alemanes en el otro extremo del mundo. Carnavales venecianos afeminados, que nunca entendí qué tenían de Carnavales, si ni siquiera tienen un puto tambor.
¿Y cuál es la señal más clara de esta domesticación? El encierro: El carnaval de Rio ha sido enjaulado en el Sambódromo, el de Gualeguaychú en el Corsódromo y el de Montevideo en los tablados. Para que esté ahí, contenidito. Que no joda. Para que la fiera carnavalesca no se zampe algún transeúnte.
¡Sostengo que el Carnaval Porteño, aún con su escasa asistencia de público, la poca gracia corporal característica de nuestra urbe y un ritmo en el cuerpo digno de un ejecutivo finlandés es más Carnaval que todos estos “Carnavales Mainstream”! Es un Carnaval lleno de rebeldía adolescente, que no se manifiesta en la música elemental y los trajes lentejuelados por la costurera del barrio; sino en el múltiple sabotaje simultáneo, cortes de tránsito mediante, que los corsos ejecutan contra el automovilista, ese representante de los peores defectos de la ultraderecha: La prepotencia, el status económico, el reclamo de represión contra mendigos, malabaristas y peatones. Alguna vez tuvo en los piquetes y protestas a su Némesis. Pero los piquetes están en franca decadencia y el automovilista vuelve a ser el Amo y Señor de nuestras calles, solo compitiendo contra otros automovilistas para ver quién tiene el matafuegos más grande.
Hasta que febrero se le ríe en la cara, transforma su ruta en un Caos y sus dominios en un laberinto. Dejen al más experimentado de los automovilistas en un punto cualquiera de la Ciudad en la época de Carnaval. A las pocas horas, mientras intenta volver a su casa, estará llorando y suplicando y pidiendo perdón por sus pecados automovilísticos, bañado de humildad por un ejército de saltimbanquis con galera.¡Defendamos el caos de tránsito murguero, una conquista social que transforma al nuestro en el Último Carnaval!
viernes, 1 de febrero de 2013
¡Lanzan ingenioso apodo para político porteño!
Se me ocurrió un apodo para Macri: “Johnny-Two Times”, como el personaje ese de “Buenos Muchachos” que todo lo decía dos veces: “Hola, Tommy, ¿cómo estás? Hola, Tommy, ¿cómo estás?”
Macri parece tener una extraña, preocupante diría, vocación de redundancia: hace todo dos veces. Pone un enrejado que circunda un enrejado, y un Metrobus donde ya hay una línea de subte. ¿Se tratará de una especie de inseguridad patológica, esa que nos hace poner un cerrojo donde ya hay una cerradura o chequear diez veces si cerramos la perilla del gas? ¿Un instinto de destructividad a través de la multiplicación innecesaria de cosas, con el único objeto de acelerar la entropía? ¿El síndrome del nuevo rico, que se goza en la tenencia de dos autos o varias propiedades? ¿Algún oscuro negociado de alcances desconocidos? (Durante la Dictadura, el proyecto de construcción de ATC requería la construcción de ocho estudios. Por algún motivo, error o cambio de planes, sólo quedó espacio para construir siete; para que el presupuesto “encajara”, la solución fue construir el estudio 7 y el 8 superpuestos, es decir, uno adentro del otro. Anécdota difundida por el finado Dani the O) ¿Simplemente ganas de jodernos la vida a nosotros y restregárnoslo por la cara? “No sólo gasto el dinero de los contribuyentes en cosas polémicas y llenas de inconvenientes; ¡lo hago, además, en cosas que ya hay!”
Otros proyectos de Macri para el futuro: Una “Planta Carnívora Biomecánica” a pocos metros de la Floralis Genérica – El agregado de una “Luz Ultravioleta” en todos los semáforos de la ciudad, que significa “Ande, pero un poco más rápido” – Bicisendas paralelas, para gente que ande en vehículos a tracción a sangre no convencionales (patinetes, monociclos, las bicileta esas donde pedaleás acostado (“Calamardomóvil”) – El “Obelisquito” u “Obelix Enlargement”, un segundo Obelisco, levemente más pequeño, encastrado en la punta del ya existente Obelisco, para alargarlo un poquito más – El Monumento a Beatriz Salomón, a pocos metros del Monumento de Portales & Olmedo (bueno, este no estaría tan mal) – Veredas a los costados de las calles peatonales, para que la gente camine. Pará. Cómo, si ya la gente camina por las peatonales. Bueno, por las dudas. Por si no se animan. Viste cómo es la gente – Un vivero adentro del Botánico. Y así.
Sírvase completar con la redundancia que más le plazca.